La Boca: el barrio de la “luz especial” que se transformó en un imán para los artistas

Fuente: Clarín – En los últimos años se volvió uno de los polos artísticos más dinámicos de la Ciudad.Museos, galerías y talleres revitalizan el legado de Quinquela Martin.

Los habitantes de La Boca conviven con el río y no siempre fue una convivencia fácil. En la época cuando las ferias y circos itinerantes llegaban a La Vuelta de Rocha y mucho después, el río se desbordaba.

Por eso las veredas altas, por las que hay que subir si se camina por el barrio. Ya no es el río el que rebalsa, pero algo de esa fuerza incontenible quedó.

Acá nació la rivalidad Boca-River, acá estaban las cantinas donde la gente venía a despedir solteros en la calle Necochea, acá los artistas montaban fiestas legendarias en conventillos, y acá también, podían perderlo todo por el fuego.

De ese torbellino, también quedan mañanas tranquilas como ésta. Frente al Museo Quinquela, los chicos circulan con sus adultos, pasan junto al río donde las nutrias nadan hacia sus islotes.

Si se llega temprano, alrededor de las 10 de la mañana, todavía el tránsito no es terrible. Los nenes apenas miran los adoquines que están pisando, pero si se camina observando, hay uno de cada color.

El sol ilumina distinto los lugares que están cerca del agua. Aunque es solo una sensación, mucho tendrá que ver con algo que se dice por ahí y que ahora dice también Víctor Fernández, director del museo, tratando de pensar en voz alta por qué, de todo lo que ya no existe en el barrio (River se mudó; las cantinas cerraron y el río ya no crece como antes), todavía quedan los artistas.Víctor Fernández, director del Museo Quinquela Martin. Foto: Mariana Nedelcu.Víctor Fernández, director del Museo Quinquela Martin. Foto: Mariana Nedelcu.

“Lo que había en La Boca era algo muy simple: tema. Es decir, había tema para los pintores”, piensa, y recuerda a Alfredo Lazzari y sus discípulos, artistas que seguían, a principios del siglo XX, la tradición impresionista y posimpresionista.

“Si vos eras pintor figurativo de cierto cuño impresionista y… venías a pintar a La Boca. La luz de La Boca era una luz diferente”, dice. Pero también habla del paisaje: de que la Isla Maciel era más como el Delta del Tigre, el Río de la Plata más ancho, que la vegetación, el campo, lo semiurbano se hallaba todo concentrado y transformado por la luz ondulante que el río refracta.

“Pensá que aquellos artistas tenían como modelo las reverberancias luminosas de Monet, Sisley, ¿no? ¿Dónde ibas a encontrar ese paisaje, con esa luz? Y… acá.”Una paisaje de La Boca, con esa luz que tanto atrapa a los artistas. Foto: Mariana Nedelcu.Una paisaje de La Boca, con esa luz que tanto atrapa a los artistas. Foto: Mariana Nedelcu.

El río, entonces, también pudo haber sido el responsable de que La Boca se llenara de artistas que, eventualmente, se instalaban en el barrio y creaban sus comunidades propias.

Quinquela, el origen

Uno que se formó con Alfredo Lazzari fue Benito Quinquela Martín (1890-1977). “Muchos de los trabajadores del barrio iban, justamente, a aprender música, pintura”, cuenta Alicia Martin, coordinadora de Educación y Extensión Cultural del museo. Quinquela se formó en la Unión de La Boca, una de las tantas asociaciones que los vecinos crearon para socorrerse mutuamente.Alicia Martin y Victor Fernández, del Museo Quinquela Martin. Foto: Mariana Nedelcu.Alicia Martin y Victor Fernández, del Museo Quinquela Martin. Foto: Mariana Nedelcu.

Dicen que Quinquela no podía pintar en otro lado que no fuera La Boca. Cuando sus padres murieron, se mudó al tercer piso del museo, en 1947, y ahí pintaba, observando la Vuelta de Rocha desde los enormes ventanales que el visitante puede hoy disfrutar. En realidad, el Museo Quinquela es también una escuela. La visión de la vida y el arte, para él, nunca estuvieron del todo separadas.

Pensaba que los niños tenían que poder estar en contacto, en todo momento, con las obras, que mientras estaban en el recreo, debían poder cruzar al museo y mirar los cuadros, o distraerse quizás en clase observando alguno de los murales que Quinquela instaló a propósito en las aulas y hasta en el suelo (para entrar a la escuela y al museo hay que pisar una de sus pinturas), cuenta Alicia bajando las escaleras que conectan los dos edificios.

Se detiene en un rellano largo donde, si el lugar estuviera abierto, alguien podría sentarse a tomar café en una silla verde, frente a una mesa roja o azul, mirando por la ventana el río.

Quinquela amaba los colores, y fue quien convenció a los vecinos para pintar sus casas de tonos intensos. También inauguró Caminito (en 1950), el atractivo turístico que hoy lleva la concurrencia internacional al barrio, pero que en realidad se concibió como un “museo a cielo abierto”.Benito Quinquela Martín, con el Puente Transbordador de La Boca (circa 1937). Foto: Archivo General de la Nación.Benito Quinquela Martín, con el Puente Transbordador de La Boca (circa 1937). Foto: Archivo General de la Nación.

También hay artistas vendiendo sus obras, y todavía queda alguno de la época en que Quinquela vivía y pintaba, y no era muy querido por los demás artistas que pintaban en el barrio.

“El ambiente era muy potente en cuanto a artes visuales: estaba la feria de Caminito, pintores… Vos ibas por la calle y era común encontrar ateliers abiertos o, si te asomabas a las puertas de los conventillos, ver a la gente que estaba ahí, pintando, y sentir el olor al óleo, a la trementina, que te salían a buscar a la vereda de alguna manera. Había una continuidad entre lo que podía ser el museo y los ateliers que estaban por acá alrededor”, evoca Víctor.

Vender sus obras como hizo Quinquela y vivir de eso no era bien visto. El ideal de artista era “romántico” y “trágico”. Tampoco gustaba su manera de abrirse al mundo y codearse con gente famosa, como hacía en las veladas de La orden del Tornillo (de 1948 a 1972).

En esas tertulias, Quinquela invitaba al tercer piso del museo donde vivía, a un cierto tipo de persona: “Aquella a la que Quinquela consideraba que estaba lo suficientemente loca, aquella a la que le faltaba el tornillo”, cuenta Alicia.

Era una locura que privilegiaba la verdad, el bien y la belleza. A los elegidos se les daba un collar con un tornillo, el que supuestamente les faltaba. Con la condición de que nunca se lo volvieran a colocar, recibieron su tornillo grandes figuras del espectáculo como Charles Chaplin, Tita Merello y Mariano Mores, entre otros.

El tornillo era el símbolo de la “locura luminosa” que los caracterizaba, dice Alicia.

“Hoy, Quinquela tiene esa faceta creciente de mito. Pero en ese momento, en el barrio, era una figura terrenal. Estaban frescos muchos de los conflictos que había habido con él. Y sobre todo había algo que, de algún modo, todavía no está saldado, que es una mirada que el establishment del arte tenía y tiene sobre Quinquela con ciertos prejuicios”, sostiene Víctor.

Piensa que hoy, Quinquela, que aprendió desde temprano el poder de los medios de comunicación (en 1916, la Revista Fray Mocho lo entrevistó, y él después iba con el ejemplar a los barcos para que lo dejaran entrar a pintar), sería “un influencer”.

Los colores del alma

En 1979, cuando Víctor llegó al barrio y era un adolescente al que le gustaba ir a la cancha a ver a Boca y dibujar, algo del mundo y los colores que pintó Quinquela todavía podían verse. “El color que pinta es más espiritual que físico. Él traduce algo que, en realidad, está más en el fondo del alma colectiva del barrio que manifestado en sus calles”, asegura.

Los barcos no son de colores y, de las casas, solo algunas responden a esa idea rocambolesca que parece tener La Boca.

“Era un barrio a la vez festivo y trágico, porque los incendios y las inundaciones eran realmente tragedias. Pero a la vuelta de la esquina te esperaba la celebración, ¿no? Ese contraste te pinta de colores como el alma de un barrio”, agrega el director del museo.

Entonces era común que los sábados se juntaran los artistas para ir a una inauguración, porque siempre había alguna en las galerías del barrio. Las instituciones que vinieron después no se instalan en el desierto.

“Hay una parte que se ve ininterrumpida, que es la de los artistas de diversas procedencias que llegan y se radican en La Boca. Siempre, o por lo menos desde que yo conozco el barrio, hubo artistas que iban y venían. Eso sigue pasando”, continúa Víctor.

Conventillos enteros eran copados por artistas. “Nunca dejó de suceder que se abra alguna galería”, recuerda. Las instituciones disminuyeron y tuvieron su crisis a fines de los ’80 y en los ’90, pero los artistas siempre estuvieron.

Victor menciona, como ejemplo, a uno que todavía queda de esa época y que se sigue viendo por el barrio, a veces vendiendo sus pinturas en Caminito. Se llama Luis Oscar Etchegoyen y su casa mantiene el viejo espíritu romántico.El pintor Luis Oscar Etchegoyen. Foto: Mariana Nedelcu.El pintor Luis Oscar Etchegoyen. Foto: Mariana Nedelcu.

Quinquela pintó hasta su muerte en 1977; los viejos artistas empezaron a quedar afuera de las nuevas tendencias. Las galerías tradicionales del barrio como La vuelta de los tachos, Frangelico, La Farola, La Calesita, empiezan a desaparecer. Las cantinas de la calle Necochea, también. Pero en el siglo XXI cambia el panorama económico y artístico.

Y el astillero se hizo Barro

Un día aparece Fundación Proa y se instala donde se encuentra todavía hoy, en la vuelta de Caminito. La circulación se reactiva. La propuesta de Proa impulsa de nuevo el corredor artístico que se había estancado por la crisis de principios de los 2000. Y también se instalan nuevas galerías.

“Fuimos los primeros y únicos durante un tiempo largo”, dice Nahuel Ortiz Vidal, director de la Galería Barro (2014), que se unió al ecosistema existente de las galerías pequeñas del barrio.Nahuel Ortiz Vidal, director de la Galería Barro. Foto: Mariana Nedelcu.Nahuel Ortiz Vidal, director de la Galería Barro. Foto: Mariana Nedelcu.

“Toda la movida que vos estás viendo hoy en el Distrito de las Artes o en La Boca te diría que responde a los dos últimos años”, agrega. Ahora, estima que la mayoría de las galerías de Buenos Aires se ubica en 20 cuadras a la redonda: “Tenés a Piedras, tenés a Walden, Ungalery, tenés SMOL -que abre los fines de semana-, Constitución, Sendrós, que llegó después que nosotros, y se fue nucleando acá”.

Aunque también recuerda un momento en el que hubo una lucha entre los galeristas que querían venir a La Boca y los que querían impulsar Villa Crespo.

Galería Barro era originariamente un astillero de 1927. “Quedamos fascinados por los ocho metros de techo, por la escena industrial que tenía y porque, si vos ves la historia del arte argentino, acá se desarrolló una gran parte de la Escuela de La Boca, no solamente los talleres, incluso los artistas vivían en el barrio”, apunta Nahuel. Y recuerda que Rómulo Macció (1931) tuvo su taller detrás de Proa durante muchos años.Ortiz Vidal, de la Galería Barro. Foto: Mariana Nedelcu.Ortiz Vidal, de la Galería Barro. Foto: Mariana Nedelcu.

La galería Barro es hoy, dentro del entramado de galerías contemporáneas, uno de los lugares más prestigiosos a los que un artista puede aspirar. En Barro muestran sus obras algunos de los exponentes más destacados de la escena actual: Gabriel Chaile y La Chola Poblete. Hay otros artistas que, aunque no vivan todo el tiempo en la Argentina, cuando vienen se quedan en La Boca para trabajar, en talleres propios o alquilados.

Hacen fiestas como en todas las épocas. Muchos se juntan en los talleres con amigos de otras disciplinas. “Para el que no vive en La Boca, es un flor de programa venir acá”, piensa Nahuel. Por eso muchas galerías intentan abrir juntas. “Restaurantes, galerías, talleres de artistas, La Bombonera… Nosotros estamos a 4 cuadras de la cancha.”

Los días de partido tienen que cerrar antes porque el barrio se vuelve un lío. Todavía hay algunos cafés, como el café Dadá, donde artistas se juntan con otros artistas y compradores.

Ya casi nadie pinta los barcos ni la Vuelta de Rocha, pero la tradición de la mezcolanza continúa. Casi 100 años después, lo que siguen compartiendo los artistas de todas las épocas es el espíritu del barrio.

“El espíritu de La Boca no es el mismo que el de otros lugares. Hay un espíritu creativo, libre y bohemio”, así lo define Nahuel, y cuenta sobre un sol frío que hay en La Boca del que habla el pintor Emilio Pettoruti. Dice que es cierto, que en La Boca, si te parás en ese sol, se siente también el frío. Cree que pudo comprender lo que el artista quiso decir.

La luz de Ornella y Marcelo

Ya se ha dicho: el arte contemporáneo ha tomado otros rumbos y otros mundos. Sobre todo, eso les interesa a Ornella Pocetti y Marcelo Canevari, dos jóvenes artistas que viven y tienen su taller en La Boca. La luz del lugar les fascina. Pudieron comprar en noviembre del 2023. “Ya estábamos muy fanáticos del barrio -dice Canevari-. Sabíamos que no queríamos irnos de acá, y además jugó el factor precios, que son muy baratos.”La artista Ornella Pocetti. Foto: Mariana Nedelcu.La artista Ornella Pocetti. Foto: Mariana Nedelcu.

Cuenta que el otro día fueron varios artistas a su taller y hablaron de un lugar arriba del suyo, libre, y lleno -otra vez- de luz. A la hora de comprar, a la suma que les pidieron, agregaron dos cuadros más, y así consiguieron su taller. Dicen que de esta manera y por ese monto no hubieran podido comprar en ningún otro barrio de la ciudad.

“Yo trabajaba en La Paternal gestionando un taller de treinta artistas -cuenta Ornella- y estaba muy acostumbrada a eso.”

Hoy, en La Boca, es otra cosa: “Los sábados es el día que abren las galerías, entonces muchas veces nos escriben amigos o colegas”. Son artistas que van allí a pasear, pero que no viven en el barrio. De a poco, dice, están construyendo una comunidad artística.El artista Marcelo Canevari. Foto: Mariana Nedelcu.El artista Marcelo Canevari. Foto: Mariana Nedelcu.

Marcelo da clases cerca del Museo Quinquela, arriba del Cuartel de Bomberos Voluntarios de la Vuelta de Rocha. Impulsados por la Fundación Casa Rafael, los chicos van a talleres de plástica y música. Hay bastante actividad barrial. Pero ya no ven las puertas abiertas con artistas pintando en sus casas.

“Nosotros somos muy fans de una artista, Mildred Burton, una pintora surrealista. Ella vivía y trabajaba en La Boca. Después está Marcia Schwartz, vive y trabaja en Parque Lezama”, dice Ornella. Las obras de ellas, más que un Quinquela, los interpelan, y sus obras, donde la naturaleza y los personajes fantásticos abundan, también.

Ellos fueron los creadores de la tapa del disco Post Mortem (2021) con el que debutó Dillom (2000), el rapero argentino con pinta de punkie. Y las pinturas de Ornella ilustran las tapas de la “trilogía del litoral”, de la escritora argentina Selva Almada, editada por la editorial Penguin Random House entre el 2020 y el 2022.Los artistas Ornella Pocetti y Marcelo Canevari. Foto: Mariana Nedelcu.Los artistas Ornella Pocetti y Marcelo Canevari. Foto: Mariana Nedelcu.

En enero, van a exponer en Miami en Mindy Solomon, una galería que ambos comparten en los Estados Unidos. En el 2026 tienen previsto un dúo show. “Yo hace dos años hice una residencia de un mes en Miami que me abrió bastante las puertas del mercado internacional y me dio como mucha visibilidad”, cuenta Ornella.

Ella nominó a Marcelo para que haga la misma residencia y se va finalmente en unos meses. Después volverá a este barrio de creatividades que prosperan. Donde está el taller lleno de luz natural y su perro galgo. Volverá a meterse en la boca del arte argentino.

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