Fuente: La Nación – Nuevas muestras en tres instituciones del Distrito de las Artes reflejan la variedad del talento artístico argentino y ofrecen un amplio panorama de alternativas para enfrentar las crisis
Hay aire de la selva misionera, aves, frutos y enormes hojas representadas en gamas de verde flúo y amarillos, sobre un fondo azul eléctrico. Toda una pared del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires está cubierta por Cazadores y recolectores, gigantesco mural realizado por Florencia Böhtlingk para la flamante muestra Manifiesto verde. Una exposición que toma la posta de las creaciones pioneras deNicolás García Uriburu, cuya apertura coincide con otras inauguraciones en el Distrito de las Artes. Y que no sólo contribuye a reflejar la variedad del talento artístico argentino, sino también su fuerza para transformar la realidad en épocas de crisis.
“Los artistas han sido una voz potente en la adversidad”, dijo Victoria Noorthoorn, directora del Moderno, al presentar este nuevo capítulo del programa anual titulado El arte, ese río interminable. “Es una cita del verso final del poema Ars poética de Jorge Luis Borges, que postula al artista como hacedor de posibles realidades que no hemos imaginado”, explicó antes de iniciar un recorrido por las propuestas recientes del museo, que incluyen la intervención del café por el colectivo Fábrica de Estampas. En este caso, toda la pared se cubrió de recreaciones de sirenas, garzas, peces y plantas.
Lo primero que sorprende en las salas de la planta baja es la actualidad del Manifiesto Verde, redactado en 1971, más de medio sigo antes de que Uruguay enfrentara la peor sequía de su historia y la temperatura global llegara a niveles récord. “Yo denuncio con mi arte el antagonismo entre la Naturaleza y la Civilización -escribía entonces el argentino que tres años antes había teñido de verde el Gran Canal de Venecia–. Es por eso que yo coloreo mi cuerpo, mi sexo y las aguas del mundo. Los países más evolucionados están en vías de destruir el agua, la tierra y el aire, reservas del futuro en los países latinoamericanos”.
Junto a los registros en video de sus famosas coloraciones se exhibe la pintura SOS-Brasil (Amazonia), de 1991. “Las geografías se vuelven anatomías, los ríos son arterias, la tierra se muestra como un cuerpo vivo”, observó al señalarla Alejandra Aguado, responsable de patrimonio del museo y de la curaduría de esta muestra en diálogo con Böhtlingk. Ambas buscaron resaltar “la importancia del arte como puntapié para repensar nuestro vínculo con la naturaleza”.
De esta manera, la tragedia de la masacre ecológica anticipada también por Raquel Forner tiene su contrapunto en obras llenas de vida como El jardín de las cotorras (1967), realizada por García Uriburu en París tras haber ganado el Premio Braque; esculturas “erótico-vegetales” de Ricardo Garabito que pertenecen al Malba; pinturas coloridas de Lido Iacopetti; mantas bordadas con flores y un pulpo por Feliciano Centurión y textiles tempranos de Edgardo Giménez que representan animales, al igual que un ciervo recreado por Marcelo Pombo.
El contraste agridulce entre muerte y renacimiento también está presente en otra innovadora exposición inaugurada ayer en el Moderno: Cien caminos en un solo día es el resultado de un fenomenal trabajo en equipo entre la curadora Jimena Ferreiro y la artista Luciana Lamothe, que realizó una instalación transitable y envolvente para alojar obras de colegas como Tomás Espina, Mariana Ferrari, Diego Figueroa e Irina Kirchuk.
Una intervención similar a la deDiego Bianchi–también presente en esta muestra– en el mismo museo (2017) y en el CA2M en Madrid (2022), solo que en este caso no hay piezas patrimoniales sino una colaboración “en vivo”. “Yo no cito artistas sino que los traigo: es una puesta en escena de un diálogo que se dio y se sigue dando entre pares de mi generación”, dijo a LA NACION Lamothe, una de las grandes protagonistas de la escena creativa nacional posterior a la crisis de 2001. Allí están también los registros de las intervenciones de Juliana Iriart, que llenaban de papelitos de colores el cielo porteño cuando todas las estructuras conocidas parecían estallar en miles de pedazos.
Así lo explica Ferreiro: “Son versiones de la ciudad –entre la destrucción y la reconstrucción– que señalan la rotura y la desarticulación, al tiempo que buscan refugio en el espacio doméstico y los encuentros inesperados en la calle. Desde esta mirada, una explosión puede ser también un estallido de color que transforma, por unos instantes, el paisaje seriado de la ciudad para volver el cielo fucsia y dar a sus cúpulas una composición como la del arcoíris.”
La nube con forma de hongo creada con pólvora por Espina, que recuerda en esta sala las traumáticas experiencias del cambio de milenio, dialoga a su vez sin buscarlo con el humo que Pablo La Padula usa como materia prima para realizar las obras que exhibe desde hoy en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba). Con la vela encendida a modo de pincel, este artista-biólogo apela a la combustión para evocar aquellas primeras formas que quedaron impresas en las cavernas. A solo unos pasos del Moderno, en la misma cuadra, también lo sombrío convive con los leves y coloridos móviles tridimensionales creados por Daniel Joglar.
Más tecnológicas, las tres muestras que abren mañana al público en Fundación Andreani incluyen sonido. Imperdible la videoinstalación de Gabriela Golder, parte de un proyecto que seguirá viaje a Colombia, centrada en las graves heridas que reciben cientos de manifestantes de varios países en los ojos. Otra forma de revelar las partes más oscuras de nuestra contradictoria humanidad.
Para agendar:
Manifiesto verde y Cien caminos en un solo día en el Moderno (Avenida San Juan 350) hasta fines de diciembre. Pablo La Padula y Daniel Joglar, en el Macba (Av. San Juan 328), hasta el 15 de octubre. Gabriela Golder, Amadeo Azar, Nicolás Gullotta y Ailín Grad en Fundación Andreani (Av. Pedro de Mendoza 1981) hasta octubre.