¿Existe un arte argentino? Una muestra busca acercarse a su esencia

Fuente: Clarín – ¿Existe el arte argentino? La pregunta, vigente y urgente, es tan antigua como la escarapela. Al arte del siglo XX (y del XIX también) en Argentina, le tocó la difícil tarea de dejar de mirar hacia el norte (primero a Europa, después a Estados Unidos) y empezar a mirar hacia adentro. A sus historiadores, curadores y críticos, la aún más difícil de comenzar a notar esos virajes, rescatarlos y reivindicarlos.

Atravesado por lógicas globales y exigencias localistas, el siglo XXI le ha agregado a esa pulseada una vuelta más de tuerca: ¿es posible pensar un arte argentino construido con un lenguaje internacional, como exige el mundo contemporáneo? La pregunta fue el disparador para pensar Conjeturas. Explorando el arte hoy, la muestra que acaba de inaugurarse en Fundación Proa.

Curada por Rodrigo Alonso y lejos de querer formular una respuesta precisa a la cuestión, la exposición se nutre de la obra de un puñado de artistas argentinos que, sin querer queriendo, vuelcan en sus obras algunos indicios para pensar –conjeturar– la argentinidad.

“Va a haber muchos ojos viniendo de afuera a mirar la escena artística argentina –explica el curador haciendo referencia a los distintos eventos que el circuito artístico porteño ofrece por estos días–. Por eso, y a diferencia de lo que se espera de este tipo de muestras, quisimos hacer una exposición con pocos artistas, pero con obras contundentes”.

La relación con las instituciones y con la historia del arte; la migración, la ciudad y la naturaleza; la tecnología; las minorías, la desigualdad y la crisis, son algunos de los temas que afloran en las disímiles poéticas de estos quince autores. En ninguno de los casos el vínculo es obvio o declamado.

Lejos está cada una de estas obras de ir en busca de aquel errante “ser argentino”, como fuera mandato para el arte de otra época. Más parece, en todo caso, ser la argentinidad la que, fatalmente, le sale al choque.La instalación sonora del chaqueño Juan Sorrentino. Foto: prensa ProaLa instalación sonora del chaqueño Juan Sorrentino. Foto: prensa Proa

“Casi como una broma empezamos la muestra con esta bandera”, señala Alonso haciendo referencia a la enorme insignia celeste y blanca que Sergio Avello realizó con oscilantes tubos fluorescentes.

“Quisimos recuperarla porque es muy emblemática –señala Adriana Rosemberg, directora de Proa–. Sergio la realizó para la Bienal de Porto Allegre de 2003 y hoy, veinte años después, la estamos reconstruyendo con la misma problemática económica y social que entonces. Es una bandera que, como la Argentina, intenta encenderse del todo, pero no lo consigue. Una buena metáfora de las crisis que estamos viviendo”. La obra es, además, un homenaje al artista, fallecido en 2010.

Impactan en la primera sala, las obras de gran formato de Analía Sabán, una artista argentina que, como muchos otros que también integran esta muestra, no reside actualmente en el país. La obra de Alicia Herrero ocupa el centro del espacio y lo desequilibra. Foto: prensa ProaLa obra de Alicia Herrero ocupa el centro del espacio y lo desequilibra. Foto: prensa Proa

De un negro sucio, sus grabados tienen como matriz circuitos de computadoras obsoletas. La tinta ha penetrado en los cientos de miles de vericuetos de una memoria RAM hoy olvidada; convirtiendo un objeto fútil en una parte indispensable del proceso de producción de una bella imagen, Sabán redime los deshechos de una absurda carrera, la de un mundo amnésico que solo quiere memoria para poder olvidar tranquilo.

En la sala dos, la obra de Alicia Herrero ocupa el centro del espacio y lo desequilibra. La artista compuso la pieza –una suerte de gran mesa inestable sobre la que pueden verse algunas figuras geométricas pintadas– evocando las tortas de las encuestas, y a partir de datos reales de la pobreza en Argentina.

“Toda la estructura se está sosteniendo en un límite”, sintetiza Herrero su obra, como si sintetizara la realidad que nos azota. No muy lejos las dos acuarelas de la Chola Poblete, son una suerte de estampita que conjugan el candor con la insurgencia: “Soy un cuerpo no deseable, pero acá estoy”, se lee en una de ellas.Con alambre, Mauro Giaconi atrapa libros en un muro. Foto: prensa ProaCon alambre, Mauro Giaconi atrapa libros en un muro. Foto: prensa Proa

De lejos, el alambre con que Mauro Giaconi atrapa su muro de libros parece real, pero ha sido sombreado. Con delicadeza el artista lo ciñó sobre las páginas amarillentas de partituras del himno, reproducciones de arte o esquemas del cerebro humano, libros adquiridos en una compra de volúmenes por kilo. Mezcla de azar y rigor compositivo, la obra articula dos objetos (libros y alambrado) de una fuerte carga simbólica, con una inusitada potencia lírica y conceptual.

El paisaje visual y sonoro es el asunto que se aborda en la tercera sala. Allí pueden verse algunos de los dispositivos con que el chaqueño Juan Sorrentino explora el espectro sonoro no audible.

Campo inmediato se llama la obra del dúo integrado por Dolores Zinny y Juan Maidagan que se presenta apoyada sobre uno de los muros de la sala.

Sus variantes de rojos y naranjas aluden a los gráficos con los que se describen los incendios forestales. La pieza podría ser uno de los tantos ejemplos anunciados por Alonso para esta muestra, en los que la geometría “un lenguaje que se había pensado como universal en la pintura a principios del siglo XX, se retoma, pero cargada de nuevos sentidos, sobre todo políticos. Una geometría contaminada, podríamos decir”.La muestra podrá verse hasta noviembre. Fotos: prensa ProaLa muestra podrá verse hasta noviembre. Fotos: prensa Proa

Qué tipo de diálogo pueden entablar los artistas argentinos con la historia del arte universal podría ser la pregunta detrás de las obras de la sala cuatro. Repensando una vez más la presencia del cuerpo femenino en la historia de la pintura, los torsos de Elena Dahn ponen el foco en las múltiples experiencias (dolorosas y placenteras) que las mamas deparan a las mujeres, mientras Andrés Aizicovich rinde homenaje a sus ancestros en La voz del interior, la instalación de 2016 en la que recupera ciertos objetos familiares.

Con amor obsesivo, Silvia Gurfein ha guardado durante años los restos de óleo sobrantes de su pintura hasta componer las obras que ahora pueden verse en esta sala. Pequeñas piezas tridimensionales en las que los vestigios de rojo, verde o amarillo se acoplan hasta cobrar forma o mínimos fragmentos sobre papel que evocan el nacimiento de la galaxia. "Conjeturas", en Fundación Proa. Fotos: prensa Proa«Conjeturas», en Fundación Proa. Fotos: prensa Proa

La serie habla de la historia, puesto que “lo que el óleo porta es tiempo”, según la artista. Pero también sobre la infinita resiliencia de una materia que, aún en su despojo más diminuto, logra ser rescatada para volver a la vida.

Tal vez ahí habite una conjetura más de la argentinidad, la más contundente (y la más mesiánica), propuesta por la muestra: en aquella esencia rota, aquel color deshecho que todavía brilla. También en esos ojos que, detrás de la esquirla, logran ver en un resto de pasado un atisbo de futuro.

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