Fuente: Telam – La obra José Gil de Castro vuelve a resignificarse con la exposición «Tiempo de revolución» que se puede visitar en el Museo Histórico Nacional e incluye varias pinturas del artista peruano, la única persona para la que San Martín posó en suelo americano.
La atípica historia del pintor mulato José Gil de Castro (1785-1837), hijo de una mujer esclava y de un pardo libre que realizó la primera galería de héroes de la patria, vuelve a resignificarse con la exposición «Tiempo de revolución» que se puede visitar en el Museo Histórico Nacional e incluye varias pinturas del artista peruano, la única persona para la que San Martín posó en suelo americano, por lo que se lo considera el primer retratista del libertador y de todos los oficiales del ejército de los Andes, aunque la historiografía local le reservaría un lugar de «artista menor».
«Su vida no era nada habitual para la época. Nació en Perú, hijo de una esclava y de un pardo que había logrado su libertad muy recientemente. Se formó en los talleres de pintura colonial de Lima, que eran muy importantes y emigró a Chile con su oficio en el que era muy hábil. Empezó a vincularse con gente que quería retratarse y luego de que San Martín cruzara los Andes decidió retratarse por primera vez y lo hace con Gil de Castro, el primer retratista del libertador», cuenta a Télam la historiadora del arte Laura Malosetti Costa, quien llevó adelante una destacada labor de rescate de este pintor, que repasa además en varios capítulos de su flamante libro «Retratos públicos» (Fondo de Cultura Económica).
En este volumen que lleva por subtítulo «Pintura y fotografía en la construcción de imágenes heroicas en América Latina desde el siglo XIX», Malosetti Costa se ocupa del retrato como soporte de la memoria afectiva y la idealización, o deformación caricaturesca, de ciertos personajes públicos a lo largo del tiempo, en su doble dimensión de arte y documento.
La obra de José Gil de Castro
Si bien, el lúcido análisis de Malosetti Costa está centrado en cómo fueron retratadas estas figuras heroicas -por ejemplo examina la ausencia casi total de retratos de Juana Azurduy o indaga en el la inadecuación de los retratos de Belgrano al estereotipo masculino del guerrero- la presencia del mulato Gil de Castro es a lo largo de estas páginas fundamental y, sin dudas, de los artistas más mencionados.
«El pintó a San Martín, a Simón Bolívar, a O’Higgins, a todos los oficiales del Ejército de los Andes, fue el retratista más reputado de Chile en esos años», detalla la autora. En términos actuales, podríamos decir que Gil de Castro hizo el álbum de figuritas de la América emancipada.
Los numerosos retratos de los oficiales de San Martín -telas de poco más de un metro de alto que conserva el MHN- fueron atesorados por ellos mismos como si fueran miniaturas, enrolladas, dobladas, plegadas y hasta recortadas. «Nos hace pensar que todos ellos imaginaron para sí un destino de gloria futura», escribe la autora sobre aquellos 30 retratos.
«Si bien la historiografía argentina lo olvida, la chilena lo reconoce como el primer pintor chileno y la historiografía peruana lo reconoció también. En Argentina no solo nunca estuvo sino que además, la primera historiografía argentina que es muy eurocéntrica, encontró su iconografía colonial, anticuada, envarada y llena de errores»
En este sentido, hay que destacar el flamante guión del Museo Histórico Nacional, que se presenta con el título «Tiempo de revolución» y se centra en el período independentista.
«La novedad es que no tiene imágenes posteriores, es decir, el museo tiene cuadros históricos, pintados 90 o 100 años después de los episodios, para glorificarlo, muchos muy famosos porque son los que están en los manuales escolares, pero en esta exhibición decidimos que solo haya imágenes de la época -una época en la que en el Río de la Plata había pocas imágenes-, y ahí la gran excepción es justamente Gil de Castro porque es el principal retratista de esos años», dice a Télam el historiador Gabriel Di Meglio, director del Museo Histórico Nacional.
La exhibición en el Museo Histórico Nacional
La exhibición Tiempo de Revolución presenta además de numerosas pinturas de Gil De Castro una serie de objetos e imágenes del crucial período que va de 1808 a 1824 en el Río de la Plata: el petitorio del 25 de mayo de 1810, el escudo de la Asamblea del Año XIII, el reglamento de libertos de 1813, la impresionante Tarja de Potosí, el tintero con el que se firmó la independencia en Tucumán y el sable corvo del Libertador, la pieza más emblemática de la colección.
Apenas ingresar a la muestra, el visitante se encontrará con la habitación de San Martín en Boulogne Sur Mer, detrás de un cristal. Allí se pueden ver los muebles, objetos y obras de arte que pertenecieron al general y que su nieta Josefa Balcarce donó a este museo, con la condición de que fueran expuestos en el mismo orden en el que San Martin los había tenido, con absoluta fidelidad.
En ese dormitorio, cuelga una pintura que Gil De Castro regaló a San Martín.
Algo curioso sobre este personaje que nació y murió en Lima, aunque trabajó varios años en Chile, es que no se le conoce su rostro, o ningún autorretrato, por lo que la especialista limeña Natalia Majluf (autora del catálogo «José Gil de Castro. Pintor de libertadores») lo bautizó «el pintor sin rostro».
Pero antes de adherir a la causa revolucionaria, este afrodescendiente había pintado grabados del rey Fernando VII, había retratado a funcionarios fieles a la colonia española y le habían encomendado varios encargos religiosos. Luego, integró las filas del Ejército de los Andes en calidad de capitán, cosmógrafo y proto antigrafista, como él mismo consignó, se lee en el libro de Malosetti Costa.
Es válido aclarar que este mulato nunca pisó suelo argentino. Su taller estaba en Chile y la actividad de Gil de Castro en esos años en que San Martín y su ejército permanecieron en Santiago fue muy intensa. «Gil de Castro fue el agente de prensa de San Martín», señala, en términos actuales, el historiador Patricio López Mendez, curador principal del Museo Fernández Blanco.
«Su estilo era todavía muy apegado al de los últimos años de la colonia pero es el primer pintor republicano y es el creador de la primera galería de héroes patrios, revolucionarios, de las caras de esa nueva sociedad empoderada y urgente. Sus obras están pensadas para reproducir a estos nuevos líderes que van a reemplazar a los retratos de la realeza y de la nobleza, algo sin precedente, que hay que hacer circular, reproducir y difundir», desgrana el curador.
Durante la época de las guerras de la independencia faltarían aún más de treinta años para la invención de la fotografía y es gracias a Gil de Castro que se conocen muchos rostros que de otra manera, no se podría.
Si bien, la circulación de imágenes de los héroes de las batallas emancipatorias era vital para aquella época, no siempre fueron las mismas que han impactado en las sucesivas generaciones porque, como observa Malosetti Costa, muchas veces no prevalece la verdad o la estricta semejanza, sino la adecuación a las ideas que se sustentan con cada figura heroica. A veces a los retratados hay que convertirlos en héroes de la patria. Y es por eso que la historia local ha llegado a señalar a Gil de Castro como «un gran fisonomista aunque un artista mediocre».
El libro «Retratos públicos» es, en palabras de la autora, «el análisis de aquellos retratos de héroes y próceres latinoamericanos que han impactado en muchas generaciones, procurando comprender cómo se fueron instalando en el imaginario colectivo, cómo fueron concebidos y recibidos, qué hay en ellos de poderoso y persistente para hacerlos triunfar sobre otras imágenes del mismo personaje histórico».
«Si bien la historiografía argentina lo olvida, la chilena lo reconoce como el primer pintor chileno y la historiografía peruana lo reconoció también. En Argentina no solo nunca estuvo sino que además, la primera historiografía argentina que es muy eurocéntrica, encontró su iconografía colonial, anticuada, envarada y llena de errores», se explaya Malosetti Costa.
Sin embargo, la única vez que San Martín posó en América fue en 1817 para José Gil de Castro, luego de la triunfal entrada en la capital de Chile tras la batalla de Chacabuco. Sus obras jugaron un rol fundamental en la conformación de nuevas identidades y este afrodescendiente fue el constructor de una nueva cultura visual durante el período revolucionario. El nuevo guión del Museo Histórico Nacional -que conserva el más grande conjunto de sus retratos- y el nuevo libro de Malosetti Costa, ayudan a zanjar la omisión sobre Gil De Castro en la historiografía artística nacional.