El misterio del arte a fines del siglo veinte

Fuente: Página 12 ~ Un arte a contrapelo del menemismo, con artistas que no provenían de la tradición y que en varios casos padecieron el VIH.

La muestra “El arte es un misterio, los años 90 en Buenos Aires”, cierra un ciclo de varios años de exposiciones que la Colección Fortabat ha dedicado al arte argentino (y especialmente de Buenos Aires) de la última década del siglo XX. Un arte que sólo podría haberse desarrollado a partir de la recuperación democrática en 1983 y que atravesó, como toda la sociedad, el proceso de restablecimiento de las libertades y derechos en la primavera democratizadora de los primeros años del gobierno de Alfonsín, seriamente afectados por la vendetta y el escarmiento que el poder real asestó contra el gobierno y que trajo la devastadora crisis hiperinflacionaria, el consiguiente final anticipado de aquel mandato presidencial y la reinstauración del neoliberalismo (similar en lo económico al que había impuesto la dictadura), pero esta vez de la mano del gobierno de Menem. El arte de los noventa convive a contrapelo de aquel período que puede caracterizarse como postdictadura.

Las muestras relacionadas con el arte de los noventa que organizó la Colección Fortabat en los últimos años fueron las de Marcelo Pombo (2015), Marcia Schvartz (2016), Benito Laren (2017), Omar Schiliro (2018), Artistas mujeres del Rojas: Bairon, Schiavi, Hasper, Herrero, Laguna, Jitrik, Pastorini y Ana López (2019), Santiago García Sáenz (2021), El «búlgaro» Luis Fresztav (2021) y Miguel Harte (2022). 

La exposición “El arte es un misterio”, con curaduría de Francisco Lemus -quien también fue curador de la muestra “Tácticas luminosas. Artistas mujeres en torno a la Galería del Rojas” en la Colección Fortabat en 2019-, se desprende de la tesis doctoral de este especialista en el arte argentino de aquella etapa.

“El arte de los noventa -comienza el texto de presentación de Lemus- se sitúa entre la salida de una profunda crisis hiperinflacionaria y el desarrollo del neoliberalismo; también, bajo el tiempo que impuso el vih, una pandemia productora de estigmas. Desde los márgenes hacia los espacios centrales, los artistas fueron influenciados por el underground y el activismo de la postdictadura. En este proceso, lograron tomar distancia de los grandes temas valorados por la tradición artística y, al mismo tiempo, formalizaron las imágenes de la contracultura que circulaban por todos los rincones de la ciudad. A medida que estas transformaciones se desplegaron, el vih avanzaba sobre los cuerpos. Se creaba con intensidad, mientras se despedían amigos y amantes. La belleza y el goce se mezclaron con la muerte. La subjetividad atravesó todo: las imágenes recurrentes, las operaciones estéticas, el discurso y los modos de agruparse. Lo personal adquirió una jerarquía inédita en la representación. Esto no significó una retirada de la política, sino el ingreso de la mircropolítica como forma auténtica de ordenar los signos de una época”.

Para dar cuenta de este panorama, la exposición, que se divide en varios núcleos, incluye obras de Sergio Avello, Elba Bairon, Feliciano Centurión, Martín Di Girolamo, Rosana Fuertes, Fabulous Nobodies (Roberto Jacoby y Kiwi Sainz), Silvia Gai, Mónica Girón, Alberto Goldenstein, Sebastián Gordín, Jorge Gumier Maier, Pompi Gutnisky, Miguel Harte, Graciela Hasper, Alicia Herrero, Fabio Kacero, Alejandro Kuropatwa, Fernanda Laguna, Benito Laren, Lux Lindner, Alfredo Londaibere, Ana López, Liliana Maresca, Emiliano Miliyo, Ariadna Pastorini, Marcelo Pombo, Elisabet Sánchez, Cristina Schiavi, Omar Schiliro, Marcia Schvartz, Alan Segal, Pablo Siquier y Pablo Suárez.

El de los noventa fue el último gran relato artístico, porque luego vino la explosión de las llamadas “redes sociales”, que trajeron la fragmentación del campo artístico, el imperio del autobombo y la autoconsagración, para dar paso a múltiples y contradictorias utopías individuales.

El arte de aquel período fue marcado en buena parte por el primer gran curador local (y tal vez el más original), Jorge Gumier Maier (1953-2021), que fue director de la Galería del Centro Cultural Rojas entre 1989 y 1996 (y retomó, ya fuera del período analizado, durante un año, en 2003). Del artista y curador Gumier Maier, Lemus tomó el título “el arte es un misterio”, porque se trata de ampliar sentidos.

El arte de los noventa propuso sus resistencias, amores y padecimientos sin resentimiento, y vio surgir, como pocas veces durante la historia del arte argentino del siglo veinte hasta ese momento, artistas que no provenían de las clases medias altas y altas, para reivindicar gustos, procedencias, materiales, colores, ornamentos, diseños de origen plebeyo.

Algunos aspectos que la exposición permite ver son las relaciones de afinidad y tensión con el arte de los años cuarenta y de los sesenta; con el arte decorativo; el tratamiento de la intimidad; la par arte/vida; el rol de ciertas instituciones públicas y privadas, la transdisciplinariedad, la condición gay, el vih, las políticas del cuerpo; las relaciones con las becas Antorchas y Kuitca.

* La exposición “El arte es un misterio. Los años 90 en Buenos Aires”, sigue hasta fines de febrero en la Colección Fortabat, Olga Cossettini 141, Puerto Madero.

Documento

Entre los documentos exhibidos en la exposición, se incluye el texto que escribió Fabián Lebenglik para la muestra “Algunos artistas”, que la galería del Rojas presentó en el Centro Cultural Recoleta en agosto/septiembre de 1992:

“En tiempos veloces las apuestas se deben medir en períodos breves. La galería del Centro Cultural Ricardo Rojas es un lugar mental que presenta el arte que sintoniza exactamente con los tiempos que corren.

“La apuesta, la mirada y selección corren por cuenta del pintor Gumier Maier, que desde 1989 dirige este espacio -con la colaboración de Magdalena Jitrik- en el que pone a prueba su ojo sagaz y anticipatorio, adelantándose a los críticos y asesores artísticos que suelen descubrir después, lo que Gumier había descubierto antes, salvo honrosas excepciones.

“A pesar de tener un presupuesto chasco, la sala del Rojas se convirtió en un lugar conspicuo. Para evaluar las repercusiones de la sala, es obvio que se deben tomar en cuenta las complicidades, los caminos que siguen los artistas que comenzaron allí, las muestras que varios consagrados hicieron y las que otros quieren hacer, y también se deben tener en cuenta los rechazos y eventualmente el escotoma de los que se lo pierden. El escotoma es, según el diccionario, una lesión ocular que consiste en una mancha oscura y centelleante que cubre parte de campo visual. Para muchos el Rojas es eso: una mancha sombría que centellea, y que no saben o no pueden ver.

“Es un termómetro de la pintura que se hace hoy, aunque no un termómetro ingenuo. Detrás de la selección hay un envite, más atrás una teoría y, finalmente, un pintor que se toma la selección de artistas para una sala marginal e incómoda, no como una sonatina burocrática, sino como una continuación de su tarea de pintor por otros medios.»

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