El Museo Nacional de Bellas Artes celebra al autor de “El despertar de la criada” con una muestra que reúne lo mejor de su obra; por primera vez en 100 años.
Ha pasado más de un siglo desde que se realizó la primera y única retrospectiva dedicada a uno de los pintores más importantes del arte argentino, Eduardo Sívori. Esa exhibición, realizada en 1919, era un justo homenaje al hombre que junto a sus amigos y compañeros de la generación de 1880, aportó un sentido de modernidad y profesionalización a la actividad artística en nuestro país.
Cien años después, el Museo de Bellas Artes inauguró la muestra “Eduardo Sívori. Artista moderno entre París y Buenos Aires” que, casi como una reparación, tuvo la intención de “reunir su obra pictórica y gráfica, toda la que hemos hallado hasta ahora, con el propósito de dar inicio a una catalogación razonada de su vasta producción”. Así lo explicaron en la presentación sus curadoras, Laura Malosetti Costa, una de las más destacadas especialistas en arte argentino, y Carolina Vanegas Carrasco, directora del Centro Espigas, institución que posee el mayor fondo documental sobre el artista.
El conjunto de obras que hoy se puede ver en el Museo está integrado por alrededor de 200 trabajos entre pinturas, dibujos, acuarelas, grabados, fotografías y documentos y objetos personales de Sívori y representa un recorrido exhaustivo por la trayectoria de un creador central dentro de nuestra tradición artística.
Vida de un artista
Nacido en 1947, en el seno de una familia acomodada de comerciantes genoveses, Sívori tuvo la posibilidad de pintar por vocación, sin necesidades económicas apremiantes. Sin embargo, junto a otros jóvenes creadores de la época, le dio un impulso a la actividad artística, fundamental para el desarrollo de la disciplina en el país, tal como lo explica Laura Malosetti Costa en su libro “Los primeros modernos” (FCE).
Junto a sus hermanos, Alejandro y Carlos, y figuras como Eduardo Schiaffino, fundaron la Sociedad Estímulo de Bellas Artes. Este último fue el primer director del Museo Nacional de Bellas Artes, institución que ese mismo grupo de artistas impulsó a crear en 1895. Tanto Sívori como Schiaffino se formaron en Europa. Sívori permaneció varios años en París, durante los cuales estudió en la Academia Colarossi. Mientras vivió en la capital francesa, participó en su famoso Salón, con cuadros que tuvieron una buena acogida. De regreso a Buenos Aires, su pintura se concentró en el paisaje pampeano y su actividad social, en la enseñanza y el fomento de instituciones que colaboraran con el crecimiento de los artistas locales. Por ejemplo, además de la creación de los organismos ya mencionados, participó en la nacionalización de la Academia de Bellas Artes y organizó los Salones Nacionales de Artistas, entre otros logros.
Murió en 1918, consagrado por el afecto y la admiración de sus alumnos y los creadores más jóvenes que lo rodeaban.
Distintos estilos
“El despertar de la criada” (“Le lever de la bonne”), su obra más famosa y una de las más emblemáticas del arte argentino, es uno de los puntos centrales de la retrospectiva. La pintura, que se presentó en el Salón de París en 1887, causó el mismo escándalo en Francia que en Buenos Aires, cuando se exhibió en la Sociedad Estímulo. La imagen de una mujer pobre y desnuda, expuesta en toda su “miseria” y “vulgaridad” (así la calificaron los críticos de la época) causó más estupor estético que moral, pero también demostró las grandes virtudes técnicas de Sívori. Ahora, en el Museo de Bellas Artes, se exhibe además el resultado de estudios recientes realizados sobre la obra, que descubrieron etapas anteriores de la pintura y decisiones previas del artista antes de alcanzar el resultado final.
De la misma época parisina, un tiempo en que Sívori se interesó por reflejar un universo social excluido del mundo burgués, son otras pinturas que integran la muestra como “La mort d’un paysan” (“La muerte del marino”), “Sans famille” y los dos fragmentos que alguna vez compusieron el cuadro “Alouette de barrière (Alondra de suburbio)”.
Otro grupo de pinturas que forman parte de la exhibición son los retratos. Aunque no era el tipo de obra que prefería Sívori, a lo largo de su carrera recibió muchos encargos de instituciones para realizarlos. También retrató a personas muy cercanas a él por vínculos familiares y afectivos. Uno de las cuadros más destacados dentro de esta temática, es el retrato de Lucía Gasc Daireaux, esposa de su alumno dilecto, Mario Canale, e hija de su gran amigo Godofredo Daireaux, del que también se exhibe un retrato. Imágenes de su esposa, Matea Vidich, y sus autorretratos completan este grupo de pinturas, junto con un hallazgo: el retrato de Juan B. Ambrosetti, primer director del Museo Etnográfico. Fue localizado mientras se preparaba la muestra, gracias al catálogo de la exposición de 1919, en una de las paredes del Museo Etnográfico. El cuadro no tenía firma por lo cual se desconocía quién era el autor. Ahora se exhibe por primera vez, junto con el resto de la obra de Sívori.
El paisaje de la pampa
“Quiero pintar una pampa inmensa, inconmensurable, que asuste”, declaraba el artista en un reportaje de 1896. En la búsqueda de esa imagen austera y apenas colorida del paisaje pampeano, se encaminaron los mayores esfuerzos de su trabajo. “Y sin duda logró su cometido en esos horizontes inmensos y despojados de muchos de sus óleos, pero sobre todo en aquellas obras de pequeño formato en las que trabajó con manchas de color, a la acuarela o en tintas monocromáticas, buscando los efectos de luz en la llanura inmensa. Grandes óleos, acuarelas, ‘gouaches’, dibujos, libretas de apuntes y fotografías en las que se inspiró para realizar algunas de esas piezas”, explican las curadoras.
Algunos objetos personales, fotos del artista y diseños para publicaciones completan esta gran muestra que rescata aspectos desconocidos de Eduardo Sívori y resalta el valor de una vida dedicada a transmitir la esencia del arte.