David Siqueiros: el mural de la discordia vuelve al primer plano

Fuente: Ámbito – «Ejercicio plástico», la obra del artista mexicano, fue expropiada por el Congreso en 2009 para evitar su deterioro total y hoy está en el Museo de la Casa Rosada. Sin embargo, habría acciones judiciales para volver todo atrás.

El mural “Ejercicio plástico” que en 1933 pintó el mexicano David Alfaro Siqueiros en la quinta bonaerense del dueño del diario “Crítica”, Natalio Botana, se encuentra en el museo construido sobre las ruinas de la Aduana Taylor. Ocupa un espacio digno, si se compara con los containers que durante 17 años albergaron la pintura del maestro latinoamericano a la intemperie. Se supone que esta obra cumbre del arte, ya restaurada y expropiada por el poder legislativo desde septiembre de 2009, ocupa su “emplazamiento definitivo”.

Durante las feroces luchas por la titularidad del mural que lo sentenciaron a una penosa reclusión, la obra padeció un descuido patrimonial alarmante. Hoy, “Ejercicio plástico” luce en todo su esplendor. No obstante, las cuestiones judiciales se complican, ya que nadie se resigna a perder este capital formidable. Los supuestos dueños del mural aseguran que la expropiación por la ley 26.537, es inconstitucional y que “está suspendida por un fallo de la Corte”. A través de sus letrados, anuncian que ya expiró el convenio de exhibición firmado con el gobierno.

“Voy a pedir la devolución de la obra”, sostenía la letrada de la firma Dencanor, pasados los festejos del 25 de mayo de 2010. El monto que pagaría entonces el Estado por la expropiación (12 millones de pesos), no fue aceptado. Dencanor compró el mural en 1994 por 820.000 dólares, el valor más alto hasta el momento pagado por una obra de arte en la Argentina. En el año 2009, la feroz batalla legal entre quienes invirtieron dinero en el costoso desmontaje para sacar la obra de la quinta y llevarla de gira por el mundo, no se sabía si había terminado.

“No hay nada terminado aún”, le aclara en estos días Luis Porcelli, abogado y apoderado de Dencanor, a un diario argentino. “Fue un comodato con promesa de devolución y, luego un permiso de exportación temporaria para que la obra viajara por el mundo. No pasó y se dictó la expropiación, algo que según la empresa es inconstitucional”, aclaró el letrado. Según agregó, quienes se consideran dueños de la obra la reclaman y amenazan con iniciar un juicio al Estado por 200 millones de dólares. Consultado un ex senador que impulsó la expropiación, respondió: “Sabemos de combates largos. Además, podemos pagar el mural con bonos a 30 años”.

¿Acaso se especula que en una Argentina como nunca empobrecida, nadie va a defender una obra de arte? Además, ¿cómo se puede llevar de gira por el mundo una pintura frágil y de dimensiones colosales? ¿Volverían a cortar el mural para ponerlo en containers?

“Ejercicio plástico” es una rareza del muralismo dada su impronta vanguardista. El sótano de la quinta donde Botana le dio asilo a Siqueiros, un comunista recalcitrante, cuando lo iban a llevar prisionero, no resultaba ideal para poner en práctica sus propios enunciados políticos. Pero, lejos de limitarse a decorar el sótano de un hombre rico, el mexicano se concentró en el análisis de los problemas visuales y estrechó la relación del arte con la tecnología; fabricó una auténtica máquina de la percepción, anticipatoria del cinetismo.

Siqueiros eludió el tema político y los fans de su ideología lo sustituyeron por un melodrama marquetinero: el triángulo amoroso conformado por el muralista, el poderoso Botana y Blanca Luz Brum. La escritora uruguaya, bellísima y aventurera, suplantó los análisis estéticos. La permanencia obligada de la obra con sus eróticos desnudos en la oscuridad del sótano del polémico magnate, los afanes revolucionarios de Siqueiros, configuraban una historia explosiva. Pero la obra, aunque pocos aprecian el valor artístico, es mucho más que un folletín: marca un hito en la vanguardia internacional y refunda el muralismo.

Siqueiros explica el sentido de su trabajo con elocuencia, dice que el mural es una máquina destinada a activar la percepción del espectador, quien deberá recorrerlo casi en soledad. Estudiar y atender estos reclamos es responsabilidad de quienes lo poseen. “Ejercicio plástico” es una obra frágil y, su conservación es un tópico delicado en extremo. La pieza es una rareza que demanda el cuidado de su especificidad, tiene un “aura” que es preciso proteger.

Al igual que las personas, las obras de arte tienen “derechos morales”: en efecto, el Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas, contempla el derecho del autor de oponerse a cualquier deformación u otra modificación o acción que las dañen. Con sus características tan especiales el mural pide atenciones particulares, como recrear la intimidad del lugar o realizar las filmaciones que de modo tan insistente reclamó su autor.

Antes de viajar a Buenos Aires, Siqueiros ya era amigo de Eisenstein y trabajó con los dibujantes de Disney. Así pintó una obra que aspiraba al movimiento, con el objetivo de hacerla filmar y conquistar el público del cine arte de masa por excelencia. Es decir, diseñó una matriz, encontró la manera para que la obra trascendiera, sin necesidad de traslado alguno y sin cortarla en pedazos. Él estaría escondido: la obra sería libre. Si se hubieran tenido en cuenta sus escritos, hoy la imagen de “Ejercicio plástico” estaría en todas las pantallas y otra sería la historia.

No obstante, ahora que el mural acaba de recobrar sus formidables atributos visuales cabe preguntarse: ¿cómo pudieron pasar inadvertidos los valores estéticos de esta imponente pintura, incluso, ante los ojos de los artistas que trabajaron con él? No se entienden las duras críticas de Berni, que lo trató de “oportunista” (al igual que el cineasta Héctor Olivera); tampoco se entiende el enigmático silencio de Spilimbergo o el uruguayo Lázaro, y el tardío reconocimiento de Castagnino. La ausencia de mensaje político resulta imperdonable a los ideólogos del comunismo. En México tampoco lo aceptan.

Entretanto, el Museo del Bicentenario acaba de recuperar su nombre original, Museo de la Casa Rosada, y de las 13.000 piezas que se exhiben (mayormente sin catalogar), pertenecientes a presidentes argentinos, decidieron excluir las más recientes. Un modo elegante de deshacerse de los mocasines de un ex presidente y otros objetos que nada tienen que ver con esta obra cumbre, ajena al arte político.

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