Fuente: Universidad – La dueña del lugar es la artista plástica Omara Serú, quien convirtió su hogar en un espacio para eventos artísticos, un lugar de ensayo y de alojamiento para músicos y músicas foráneos. Los turistas ávidos de vivir una experiencia cultural única, tampoco se quedan afuera.
La casa Serú es exquisita desde el primer momento en que se ingresa a través del patio delantero. Lleno de árboles añosos, hamacas, plantas y jarrones. A pocos metros de la ruidosa terminal de ómnibus y el acceso Este, el lugar parece un páramo destinado a la emoción y la inspiración para el arte y para artistas que la visitan.
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En el interior, esperan los baldosones rústicos, los techos altos, el piano en el cuarto principal, la azucarera de acero inoxidable, una inmensa cocina comedor de madera y una muestra permanente de óleos en las paredes (azul, en su mayoría) pintados por la propia Omara Serú, dueña de esta casona que se convirtió en sede de eventos culturales y artísticos desde el 2010.
Años más tarde, Omara, ya con sus dos hijas e hijos crecidos y criados, decidió abrir sus puertas para hospedar a artistas foráneos que necesitan un cuarto para descansar en su paso por Mendoza y a turistas ávidos de atestiguar esa experiencia.
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Sí, la casona de artistas promete ser una experiencia cultural y, sin duda, no defrauda. Por la casona han pasado y pasan innumerables visitantes que van dejando sonidos de algún ensayo teatral en las paredes o la música de los diferentes instrumentos que se practican en el gesto bonachón y calmo de los perros y gatos que la habitan.
“De cada diez turistas que llegan a mi casa, seis son artistas o aficionados al arte. El resto viene predispuesto a encontrarse con este clima. Además de músicos, viene gente del cine, escritores, pintores, estudiantes y, alguna vez, un reconocido periodista que se hospedó y dio una charla aquí mismo. También se hospeda gente nómade que trabaja remoto desde su computadora para cualquier lugar del mundo”, cuenta Omara, quien confiesa darse «un gustito» y pedir acompañamiento a los músicos y músicas que la visitan para entonar algún tango, milonguita o ranchera, que a ella tanto le gustan. “Los músicos me dan esa alegría. No canto bien, pero volví a cantar; me gusta mucho cantar, me emociona hacerlo”, dice Omara.
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La reconocida artista plástica cuenta que ya no pinta asiduamente desde hace varios años. Lo último que pintó fue después de mucho tiempo sin hacerlo, y es un ave nocturna (verde y rodeada de azul), en un óleo aún sin terminar y ubicado en la sala principal del hogar. “He dejado de pintar, o pinto muy poco. La vida es larga, larguísima, la juventud es corta, nomás. Una puede cambiar a lo largo de su vida. Me cansé de pintar, empecé a repetirme, dejó de emocionarme la pintura como lo hacía antes”, responde Omara sin rodeos y, ante la consulta del omnipresente color azul, también su respuesta es sencilla y sin intención de mayores interpretaciones: “No sé porqué pinto en azul. Es natural para mí, yo no deseo transmitir ninguna cosa en particular”.
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Omara posa para Unidiversidad con su perro Diego y frente a su reciente obra, que puede ser un búho o lechuza (desconoce cuál es, y no le interesa saberlo). Después muestra los recovecos de una casona llena de detalles únicos creados por ella misma y ya comienza a ultimar detalles para recibir a sus próximos visitantes: un grupo de saxofonistas que brillará en los escenarios mendocinos, no sin antes, seguramente, confesar algún error de ejecución o digitación entre las cálidas paredes de la Casa Serú.