Fuente: La Nación – Del arte sonoro de Juan Sorrentino como una experiencia realmente inmersiva a la aparición reciente en Instagram de la obra de Guillermo Iuso con sus piezas de arte textual
Treinta y ocho grados en el cuerpo, acaso más, dos cuadras por Libertad bajando hacia la Avenida Santa Fe y los sonidos de la calle (esos que nos vienen adosados por la naturacultura comodiría Donna Haraway) encuentran en la sensibilidad auditiva una barrera infranqueable. Después de una hora y media de contemplación sonora, la no-música o arte sonoro de Juan Sorrentino (Chaco, 1978) hegemoniza el rumor de la mente (¿eso que se escucha como espectro llegará a ser sonido también?).
Es como si un carrusel se hubiera fijado a la memoria inmediata pero en lugar de proyectar imágenes insistiera en un suave aturdimiento de frecuencias, sonidos extraídos de la selva, ruido blanco, algo que podría llegar a llamarse “música” pero no sabemos bien si lo es. Lo que dura el sound system Sorrentino nos mantiene aislados del contexto como la función “cancelación activa de ruido” de esos auriculares inalámbricos que hacen de oído cyborg.
No podría hablarse de otra cosa que no fuera “inmersión”, la palabra llamada a competir con “NFT” en el mercado y el espectáculo del arte en la temporada 2022/23. Pero así como los 4 Beatles de la pintura argentina hablaron en 1961 de una Figuración Otra (luego fijada como “Nueva Figuración”) aquí tenemos una “Inmersión Otra”. Fuera del espectáculo, mezcla de biopic, óleos digitalizados en videowall y music hall culto. En la galería Herlitzka lo que hay son unas esculturas llamadas “mancuspias” donde conviven elementos tan rústicos como un tablón de la cancha de Atlanta (Nacional B) con microchips y un cono de acero (“Space scanner”) que gira sobre un estanque y genera un zumbido apenas perceptible que diagnostica el ambiente de la sala. Cuando se llega al primer piso una asistente enciente de a una las “mancuspias”, como si fueran esencias. hasta que el ambient (la forma más cercana de describir esto que oímos) inunda el espacio a punto caramelo de hipnosis.
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Cancelación activa de ruido. La función para aislar el ruido de la ciudad y proteger la música (otra clase de sonido, al fin) parece imbuida del clima de época. La aparición reciente en Instagram de la obra de Guillermo Iuso (Buenos Aires, 1963) quien hasta hace poco no tenía redes sociales y casi prescindía del teléfono celular es igual de sintomática. En la genealogía del arte textual de Alberto Greco, Peralta Ramos (sobre todo), León Ferrari (en improbable mood sibarita) o César Aira (si se permite la libertad de pensar su inagotable yacimiento como una instalación), Iuso anticipó la cultura de la cancelación en sus cuadros-texto (también es escritor, claro) donde exponía en un borde impreciso de autobiografía y ficción cuestiones (hoy) incómodas.
Ya en 2004, cuando mostró en una colectiva en Malba, sus obras habían sido colgadas a una altura imposible para menores, con una advertencia aparte para el público general. Con un humor que el arte contemporáneo canjeó por solemnidad y pedagogía (de género, ecológica, lo que fuera) las obras de Iuso daban un fresco inmejorable de los cambios en la clase media de los 90. No era un menemista sino un artista capaz de registrar el paso del menemismo de una manera capilar, subcutánea. El nombre de su primer libro alcanzaba para explicar esto: Estado de Boarding Pass. Inhallable hoy.
Sus posteos diarios en IG son una never ending expo (parafraseando a Bob Dylan y su never ending tour) y acaso el mejor formato para su particular ensamblaje de textos e imagen. Iuso llegó tarde a las redes pero justo a tiempo porque sus obras podrían colgarse con las advertencias que se hacen sobre los artistas del siglo XIX y algunos del XX. Entonces su flamante cuenta @guillermo_iuso_ con posteos de obras que van desde fines de los 80 a los últimos años son su museo privado/público. La propia naturaleza texto/imagen de sus obras anticipó el formato de las redes (en 2004 describí sus obras en Malba como “blogs de la edad de piedra”, apenas si existía my space entonces) y, como en el caso de Sorrentino, plantean Otra Inmersión. ¿Acaso no vemos la vida pasar por esa pantalla alimentada en base a litio?
https://www.instagram.com/p/CpP_DUKO8wp/embed/captioned/?cr=1&v=14&wp=658&rd=https%3A%2F%2Fwww.lanacion.com.ar&rp=%2Fcultura%2Falta-fidelidad-otras-inmersiones-el-contraespectaculo-del-arte-criollo-nid04032023%2F#%7B%22ci%22%3A1%2C%22os%22%3A13602%2C%22ls%22%3A869%2C%22le%22%3A3752%7D
La invitación a ver la retrospectiva incurable de Iuso es también un señalamiento del modo inmersivo en el que convivimos con nuestros gadgets. Sin colas kilómetricas, ni récords de asistencia, cada uno en su smartphone (que es lo mismo que hacen los que van a las megamuestras). ¿O acaso no piden los gurús del mercado digital que el arte se guarde no fungible y se proyecte desde un dispositivo móvil para nunca nunca salir de casa? Con Iuso ni eso hace falta. Su formato ya era apto para estas pantallas cuando sus funciones estaban reducidas a lo que ya no son: un teléfono.
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Esas piezas rústicas y sofisticadas en las que Sorrentino ha trabajado como escultor, herrero, artista sonoro, técnico y músico electrónico se llaman “mancuspias” por el animal imaginario sobre el que Julio Cortázar escribió en el cuento “Cefalea” parte su Bestiario (1951). La escritura, entonces, atraviesa esta orquesta mutante como la retrospectiva virtual de Guillermo Iuso, dos formas muy distintas, nuestras, de inmersión en el auge de las exposiciones inmersivas globales de clásicos de la pintura con status de estrellas pop. Contra-inmersivas podría decirse o también tomar una de las frases más memorables de Cormac Mc Carthy en The Road (2006): “El contraespectáculo de las cosas dejando de existir”.