Quién es el artista que entiende al museo como una gran escuela

Fuente: La Capital ~ “Para contener el peligro de la subversión, el arte fue encerrado en una especie de corralito de juegos de la sociedad. Mientras aceptemos permanecer encerrados en él y vivir la ilusión de ser libres sin serlo, estamos desmereciendo nuestro potencial como artistas a favor del servilismo. Si la educación se fusionara dentro del arte quizás lograríamos una libertad verdadera”.

Con esas palabras, el teórico y artista visual Luis Camnitzer cerró una conferencia en la que vinculó pedagogía y arte, uno de los principales intereses que tiene su obra.

Desde enero último, una de sus obras está expuesta en el Museo de Arte Contemporáneo MAR. Consiste solo en una frase que aparece escrita en una de las paredes externas del edificio: “El museo es una escuela. El artista aprende a comunicarse. El público aprende a hacer conexiones”.

“El arte permite incorporar lo imposible y el desorden”

Aunque por el momento el Museo se encuentra cerrado, las personas interesadas pueden acercarse hasta la plaza seca del MAR y escanear el código QR que se encuentra en la obra, dentro de la propuesta #MuseoMAR24H.

El código direcciona hacia materiales digitales que exploran en el sentido de esta pieza, del pensamiento y de la biografía del artista, que nació en Alemania, se crió en Uruguay y desde 1964 reside en Estados Unidos.

“De Alemania me fui cuando tenía un año y cuando voy es por alguna exposición o como turista. Al Uruguay, desde que se acabó la dictadura, voy todas la veces que puedo y estoy en proyectos allí, particularmente con el Centro de Fotografía”, contó.

Entrevistado por LA CAPITAL, el artista dijo que “una de las ventajas de ser viejo” es el haber sido inoculado con las dos dosis de la vacuna contra el Covid-19.

En el reportaje relacionó arte, conocimiento, nuevas tecnologías y pandemia. Y se volvió a mostrar crítico del rol que tienen los museos en la actualidad: ser espacios solo para la contemplación y no para permitir que la inventiva logre transformar el espíritu del público.


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-La obra que presenta en Mar del Plata es “El museo es una escuela. El artista aprende a comunicarse. El público aprende a hacer conexiones”. ¿Qué variaciones sufre esta idea en un momento histórico como el actual, con una pandemia que provocó el cierre de escuelas y museos, dependiendo del riesgo sanitario de lugar?

-En realidad no mucho. En momentos en que los museos no pueden mostrar sus posesiones, es justamente la parte educacional la que puede justificar su existencia. Fue un choque cuando el Museo de Arte Moderno de NuevaYork despidió a los educadores para ahorrar dinero. Esa era la oportunidad de afirmar al departamento de educación y darle prominencia. Hoy es cuando los educadores debieran estar rediseñando las instituciones para cumplir con su verdadero propósito. Si la gente no puede dejar sus casas para ir a los museos, los museos van a las casas por medio de las pantallas de las computadoras. Por el momento están usando el medio para mantener una semblanza de normalidad erosionada, esperando que se vuelva a la normalidad total. Sin embargo, ese “ir a las casas” implica una responsabilidad pedagógica aun mayor que la ida al museo para la experiencia presencial y obliga a reconsiderar la relación público-obra para ver en qué medida todavía tiene sentido la contemplación tradicional. Hoy, diría, se debería tratar de independizar al público hacia su propia creatividad en lugar de afirmarlo como consumidor de lo ya creado.

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-Usted defiende la idea de que el arte es una forma de pensar, pues bien, ¿qué viene a proponer el arte con su sistema de pensamiento en este momento atípico del planeta? ¿Viene a proponer algo más que un salto hacia la creatividad, hacia la imaginación?

-El conocimiento tal como se maneja en la enseñanza y la vida cotidiana está cada vez más limitado a lo racional, lo explicable y la aplicación práctica. Las universidades están reduciendo cada vez más las materias especulativas en favor de las disciplinas duras, y las artes son catalogadas como industria cultural económicamente productiva, como ejemplifica la política reaccionaria neoliberal de la “economía naranja”. La política del STEM (la sigla inglesa de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) favorece la creatividad como ingenio, y lentamente el enfrentamiento con lo desconocido (racional e irracional) queda disminuido o desaparece. El ingenio es solamente una reorganización de lo conocido para aumentar su instrumentalización y por lo tanto se refiere a un conocimiento parcializado que ignora lo poético. El arte como metadisciplina del conocimiento (que es distinto al arte como producción) permite imaginar sin límites e incorporar lo imposible y el desorden, para luego negociar con la realidad y ver donde y porqué hay que hacer concesiones. Es por lo tanto una forma de conocer que incluye la conciencia política, porque al identificar los obstáculos también se identifican los intereses a los que estos sirven y cómo opera la distribución del poder. Al enfocar puramente en lo aplicable descontextualizamos el conocimiento y permitimos su fragmentación sin poder criticarla. Es así como van desapareciendo cosas, no solamente la imaginación sino también la ética. Hoy tenemos el orgullo en la tecnología que creó la vacuna, y la falta de percepción de la ausencia ética que gobierna su distribución. Perdimos la habilidad de ver las configuraciones completas. Pero es un problema general que nos viene acompañado hace tiempo, probablemente desde que se decidió que el tiempo es oro y por lo tanto comerciabilizable.

-¿Le parece que las nuevas tecnologías constituyen aliadas de esa idea rectora: que el arte necesita dejar de ser propiedad de las elites? ¿o por el contrario, esos son sitios para el mero entretenimiento?

-Creo que depende de cómo los usemos, y obviamente el uso está yendo en ambas direcciones. Desde el punto de vista creativo me interesan los memes porque son un vehículo anónimo y colectivo, con una competitividad muy reducida. Todavía no se han desarrollado para generar significados como lo hace o puede hacer el arte más tradicional, pero no veo por qué no pueden llegar a ese nivel. Por otro tenemos los medios utilizados como afirmación del ego. Francamente no me interesa enterarme que alguien se quemó la boca esta mañana al tomar café demasiado caliente. En cierto modo ese egocentrismo, sin embargo, termina anonimizándose en la banalidad. Sí, pienso que en última instancia los medios sociales pueden ir construyendo una voz colectiva positiva, pero es un proceso que tiene que ser acompañado por un buen sistema de educación holístico que ayude a madurar a la gente en lugar de meramente entrenar para un empleo.

-¿Todas sus ideas sobre la necesidad de que pedagogía y arte vayan de la mano fueron tomadas por escuelas y museos?

-No las tomo como “mis ideas”, en todo caso soy un vocero más de posiciones que se fueron desarrollando hace más de dos siglos y que no logran ser escuchadas por el consenso popular. Quizás por ser artista estoy dándole más énfasis a las experiencias que tengo profesionalmente de lo que hicieron o hacen otros colegas. Es interesante que las pedagogía progresistas siguen encerradas en escuelas privadas elitistas y no pasan a reformar el sistema educativo público general. Y esto no es debido a los maestros, que generalmente son progresistas, sino a la estructura general que impide las aperturas, que no son percibidas como de utilidad práctica y en donde lo práctico se define como utilidad nacional o de servicio a una sociedad clasista.

-¿Cómo ve un artista como usted esta pandemia que parece no dar tregua, sobre todo a los países periféricos?

-Creo que uno de los peligros de la pandemia y el confinamiento es que el arte revierta a la autoterapia y pierda su función de construcción social. Allí es donde el mundo virtual puede ayudar. Pero hay que recordar que el acceso al internet solamente lo tiene la mitad de la población mundial, y dentro de eso la mayoría lo hace por teléfono. El acceso a las computadoras es un signo de privilegio, como también lo es la producción y acceso al arte. Me temo que la pandemia va a continuar la estratificación social y que como artistas productores no podemos hacer mucho, salvo por un lado hacer algún tipo de obra que nos ayude a mantener la salud mental y ser conscientes de que es eso para lo que está sirviendo, y por otro ver cómo podemos compartir seriamente nuestros procesos creativos para empoderar a los demás. La “normalidad”, que ya de por sí era embromada, dejó de existir, o si vuelve lo hará de a ratitos. Estamos entrando en un mundo nuevo para el cual tenemos que adoptar y afirmar pedagogías apropiadas que nos ayuden a manejar y manipular, no solamente “cosas”, sino también los espacios que existen entre las cosas. Es allí donde tenemos que el arte y la educación se integran en una actividad común. Pero me temo que la solución no llegará en nuestra generación y que lo único que podemos hacer es tratar de no poner a psicópatas en los gobiernos y de asegurar que puedan existir otras generaciones. La tendencia del momento parece ser pensar exclusivamente en que hay que hacer mucho dinero rápidamente ya que el mundo se está por acabar.

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