Fuente: Clarín – Así como la naturalista y pintora Marianne North se animó a la travesía desde Gran Bretaña hacia tierras lejanas, por caso Brasil y Jamaica, en el siglo XIX, Mónica Millán viene haciendo lo propio desde los recorridos más primigenios por Misiones, su tierra natal, lo mismo, en los más próximos en el tiempo, por el río Paraná y sus extensas estadías en el Paraguay. Valga esa analogía entre ambas mujeres viajeras y artistas, y su sostenida búsqueda de libertad, para abordar Guyra ka’aguy/Pájaro salvaje, la muestra curada por María Laura Rosa que hasta noviembre se puede visitar en la Fundación Santander.
Y esta vez, en el itinerario de Millán, sobresale El vértigo de lo lento –serie exhibida el año pasado en W galería– que confirma los saberes transmitidos por su abuela y su madre y la consecuente puesta en valor que la artista hace de los textiles populares al trasladarse a Yataity, cuna de la técnica ao po’i. También se destaca Ñangapirí el notable patchwork inspirado en su terruño selvático, lo mismo en las investigaciones de North, donde vuelve a plasmar la flora y la fauna revisitada a lo largo de su trayectoria.La artista misionera Mónica Millán.
Eso sumado al interés en lo geométrico que aparece en las treinta tres obras del conjunto Anotaciones que comenzó en los años 80 y que dialogan con los iguales pero diferentes Hermanos, la obra donde despliega dos formas simétricas y en espejo, realizadas con retazos de tela teñidos.
Siendo ésta última, inevitablemente una de las que se vincula a la referencia reveladora que trae esta muestra a propósito de los kesa y rakusu, atuendos que aluden a la espiritualidad Zen, y que fueron realizados por la propia Millán en sus años de monja en monasterios budistas. “Fue fundamental”, expresa. “Me definió una forma de trabajar en el arte”, agrega.“Cositas.nada”, pequeñas esculturas textiles creadas por Millán durante la pandemia.
En esa sintonía, no deja de sorprender el conjunto de Cositas Nada, que alcanza volumen a partir de las relecturas textiles actuales que propone de las investigaciones que Rubén Santantonin realizó en la década del 60. Aquí un extracto de la conversación con Ñ.
-La curadora habla de dos constantes en tu obra, una es la superposición textil y la otra es la del estudio del color. También lo geométrico, ¿cómo lo planteaste en tu trabajo?
-Aun cuando pongo pájaros, siempre son abstractos. Mi cabeza lo piensa en abstracto. Después hay imágenes y cuestiones con las que me divierto mucho, como con la obra que se llama “Flores no sumisas en floreros”. Cuando me la imaginaba, pensaba en esas flores terribles, demonias y salvajes que ponían en jaque al florero que está a punto de caerse. No me daba cuenta de que en ese momento estaba justo explotando el feminismo en Buenos Aires y que todas nosotras estábamos reuniéndonos. A la vez, también hay algo de la composición que es completamente abstracta y ahí digo que soy académica. Pienso en pesos, equilibrios y colores. A mí me apasionan los colores y aunque dibuje tengo la cabeza de pintora. Me pasaba horas mezclando colores y los guardaba en frasquitos, así fueron mis primeras pinturas, geométricas, con regla y escuadra. Por eso cuando paso al textil esa geometría tiene gracia, todo se mueve.
-Respecto a las piezas Zen, remite a un momento muy singular de tu vida. ¿Cómo fue plasmarlo como parte de tu trabajo como artista?
-Cuando en 1992 empecé en el budismo abandoné todo hasta el 96. Ese fue el año en el que regresé, gané una beca en la Fundación Antorchas y volví a pintar. Y no es casual que comencé a pintar unas vírgenes. Algunas de ellas aparecieron en “Paisaje Peregrino” en el Museo de Arte Moderno. De pinturas gigantes pasé a pinturas de pincel de un pelo, y de tardar dos días en una pintura pasé a tardar quince días.Detalle de “Flores no sumisas en floreros”, de Mónica Millán.
-A su vez la obra Hermanos, ¿también tiene que ver con esas tipologías?
-Sí, en realidad todo tiene que ver. También los rompecabezas. El mío es el kesa más simple que tiene un monje. En un ritual que se hizo en el monasterio en París, he visto un kesa que se creía que tenía dos mil años, verde loro, impresionante, tenía treinta y dos bandas, mientras que el que hice yo tenía solo cinco. Cuando lo abrieron empezaron a sonar tambores japoneses; se lo sacó, se lo veneró y se guardó. Estoy atravesada por esos recuerdos.
-Debe ser muy movilizante, es parte de tu vida. ¿Cómo se resignifica hoy?
-Curiosamente el otro día en la Fundación Santander me pidieron unos videos en los que cuente un día en Yataity. Y me di cuenta que mi vida está regida por todos esos años que pasé en el monasterio. Aquí, en este pueblo, me despierto a las cuatro o cinco de la mañana. Por ejemplo, en el monasterio en Brasil nos esperaban a las cuatro. Como monja, que era la única en ese momento, dormía sola en un tatami en el suelo. El monje tiene solo lo elemental: el rakusu, el kesa, el kolomo, un bols, un atadito y los palillos, también una mini mochila donde entra todo eso más cuatro ropas. Esa disciplina es muy fuerte, me marcó para siempre. Recuerdo que la primera tarea que tuve en un monasterio fue barrer un patio donde había mucho viento. Barría para un lado y venía el viento, no terminaba nunca. Era el sinsentido del trabajo. Entendí muchas cosas cumpliendo tareas que eran un sinsentido. No es casual que el Zen esté lleno de artistas. Aunque digamos que no, nosotros siempre estamos buscando algo.Vértigo de la lentitud, un trabajo en comunidad de Millán y un grupo de tejedoras paraguayas.
-¿Por qué te fuiste de los monasterios?
-Porque no soporto la institución. La mujer, cuando se ordena, tiene que cumplir como tres mil preceptos y el hombre, mil.
-Y, a la inversa, entrar fue una decisión de vida. ¿Por qué lo hiciste?
-Hay cosas en mi vida que no las pienso. Me tiro a la pileta vacía. Hará unos ocho años, un día, charlando con una persona recién conocida, me dijo que de chico quería ser músico, pero primero sintió que tenía que cerrar su vida económica. A medida que lo iba narrando recién ahí me di cuenta que nunca en la vida me planteé de qué iba a vivir. Nunca supe con qué iba a vivir mañana. Soy una artista a ciegas. Aunque como en todo, no es a ciegas, hay algo adentro de una que hace que confíe firmemente.
-En la muestra hay obras de los 80, los 90, los 2000, y al final están las Cosas nada, piezas muy diferentes a todo lo que se viene viendo.
-Ese iba a ser el futuro. Es un trabajo que está en suspenso. Antes de la pandemia había empezado a coleccionar mantas, por eso aparecen dos en la vidriera. Había comprado una en el Ejército de Salvación, y después empecé a coleccionar ropa de ferias de usado. Tengo algo en la cabeza, pero yo no boceto. Voy directo al trabajo. Lo que aparece como un boceto en realidad es el trabajo posterior como la maqueta de la obra. Dentro de algunas cosas aparecieron calzoncillos para niños con los que armé las piezas de volumen. Siempre tengo normas, por ejemplo, ahora, le dije a mi asistente que no los quería ver. La norma era que cada uno tenga un desarmado distinto y que, cuando me lo traiga, tenga que solucionar cómo armarlo de vuelta. Ese fue el juego.La artista trabaja con textiles populares.
-Si bien decís que no bocetás, volviendo a Hermanos, ¿cómo nació?
-Mientras me filmaban para un documental empecé a tirar telas en el suelo. Vi que se estaba armando algo que me interesaba. Le saqué una foto, después la puse en la computadora para ir hilvanándolo y rearmar la pieza, pero me di cuenta que había algo que no coincidía, lo había armado al revés. Eso no me pareció casual, entonces le fabriqué “el hermano”. Ahí empecé a medir y hacer las telas en colores. Siempre trato de divertirme. Utilizo mucho el accidente, todo lo que me va sucediendo mientras lavo y plancho. Siento que en el arte no existen las técnicas, sino que nacen de errores. Detalle de “Soy un pájaro muy salvaje y me gusta la libertad”, obra de la colección del Museo de Arte Moderno
-Al no considerar la técnica, ¿eso no contradice tu definición “académica”?
-A mí me encanta la academia, pero lo voy a nombrar a Yuyo Noé que tiene unas máximas maravillosas. Yo viví en su altillo durante tres años. Él me socorrió cuando llegué a Buenos Aires. Me acuerdo que una vez me dijo que estaba en un momento en el que un artista despliega diferentes haceres y se vuelve director de sí mismo. Como si aprendiera diferentes instrumentos y después me convirtiera en el director de la orquesta. Me estaba sucediendo eso.
- Guyra ka’aguy / Pájaro salvaje – Mónica Millán
- Lugar: Fundación Santander, Av. Paseo Colón 1380
- Horario: lunes a sábados de 12 a 18
- Fecha: hasta noviembre 2024
- Entrada: gratuita