Fuente: ámbito – Diana Aisenberg y Xil Buffone, con la moderación de Talía Bermejo, hablaron en la muestra sobre Cecilia Marcovich “Mujeres en marcha”.
“¿Por qué enseñamos? Reflexiones sobre la enseñanza del arte hoy”, fue el tema convocante del encuentro que se realizó el sábado pasado en el Museo Sívori, en el marco de la muestra “Mujeres en marcha. Cecilia Marcovich (1894-1976)”. Las artistas y docentes Diana Aisenberg y Xil Buffone participaron de una mesa coordinada por la curadora Talia Bermejo.
Pintora, escultora y maestra, en los años 40 y durante tres décadas, la pionera Cecilia Marcovich fundó en Buenos Aires la Asociación Plástica Argentina. Entre sus alumnos figuran Demetrio Urruchúa, Rubén Fontana, Alberto Greco y Alberto Giudici, presente en el debate.
Diana Aisenberg es una excelente formadora de artistas. Su labor docente se tornó visible hace años en la muestra que se llamó “Escuela”, donde homenajeó a dos educadores del arte, George Steiner y Joseph Beuys. Luego, en 2019, la galería Aldo de Sousa alcanzó una convocatoria récord con una muestra de Aisenberg. La artista convocó a 287 alumnos y ex alumnos que, desde la década del 80, pasaron por sus clínicas, talleres y seminarios, y les entregó una credencial con su fotografía y los datos que acreditan su participación. Allí, durante el vernissage, más de 100 personas fueron a buscar sus carnets. En la extensa lista de discípulos se cruzaron celebridades, coleccionistas y operadores culturales. Tan ajena a los criterios academicistas de las universidades estatales y privadas como a las tendencias dominantes que circulan como lingua franca por el mundo, Aisenberg unió con sabiduría su experiencia artística y ldocente ¿Qué implica ser artista?, le preguntamos a Aisenberg. Y su respuesta es significativa: “El arte es el lugar de los permisos. Ser artista es vivir en ese lugar donde hay permiso para transgredir, para la rebeldía, para la diferencia, para revelar secretos, para hacer públicas las intimidades, para decir yo. Permisos que se pueden tomar pero que no son gratis: el trabajo de acceder a esos permisos que el arte habilita es la tarea del artista. Es aquel que responde en lenguaje verbal o no verbal a las preguntas que están en el aire, el que dona contenido como se dona sangre, es un donante de contenido al universo, a la construcción histórica, a la historia de las ideas y de las prácticas. Ser artista es trabajar sin que te pidan, responder a las urgencias. Las cosas que hace el artista son indispensables, necesarias no sabemos bien para qué, pero sí para la subsistencia, para la permanencia. La producción del artista es tan necesaria para el artista y para la sociedad como el alimento. Ser artista es una responsabilidad porque cubre el espacio social de lo no dicho, lo no pautado, lo desconocido, lo impensado, lo que puede venir”.
Xil Buffone se formó en talleres de los artistas Emilio Torti, Juan Pablo Renzi, Luis Felipe Noé y en la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Rosario. “El arte es un vehículo de conocimiento, es un ejercicio de descubrimiento, de autoconciencia. Hay que explorar y explorarse. Se descubre, se da imagen y se alumbra. El docente debe despertar y guiar esa actitud. Al ver grandes obras de arte ampliamos nuestra mirada, refinamos nuestra percepción, nos ponemos en contacto con el mundo de los otros que resuena en nuestra interior y nuestro corazón se expande. Viajamos en el tiempo, conectamos saberes. Ante un mundo saturado de imágenes vertiginosas y sin espesor, entrar en un museo nos conecta con imágenes fijas, quietas, analógicas, que permiten contemplarlas en el tiempo. Es un acto gozoso y reparador.
En los talleres no tengo un método preciso, pongo consignas como disparadores para conocer el lenguaje plástico, mientras escucho y observo lo que esa persona está intentando hacer, y trato de darle elementos o pistas para lograr su imagen y alcanzar sus objetivos. Trabajo en el proceso de exploración individual y también el colectivo. Básicamente se trata de enseñar a ver y a reflexionar en torno a la imagen. Por otra parte, me encanta el arte, me hace bien, considero que el arte argentino es maravilloso, la producción histórica me apasiona y la actual es riquísima, vital y caótica. Es todo un desafío hacer que el público en general pueda acceder a ese mundo que a veces resulta frívolo o elitista. Me gusta trabajar con gente que no sea del palo artístico, en esa playa elijo la franja móvil de la espuma del mar, para ayudar a los que quieren adentrarse”.