Fuente: La Voz ~ Un bar, la peatonal y hasta una tribuna de cancha son los sitios elegidos para las esculturas que rinden homenaje a figuras populares. Un modo de intervención patrimonial que se afianza en Córdoba. Hablamos con los artistas.
No hay nada más invisible que un monumento, decía el escritor Robert Musil. Se refería más que nada a los bustos, y a esas fastuosas piezas ecuestres que reinan solitarias en plazas y parques, moles musculosas que celebran a alguna personalidad histórica, conmemoran una batalla o celebran una gesta. A veces sirven como punto de encuentro o aparecen de fondo en alguna foto, pero en general la gente les pasa por el lado sin levantar la vista.
En Córdoba se viene dando un fenómeno que contradice ese destino de invisibilidad. Una serie de ídolos populares y figuras que pegan en los corazones o en el recuerdo, más allá o al costado de la enseñanza y los ritos escolares, han ganado presencia en el espacio público.
La música característica de Córdoba viene inspirando una serie de obras que le rinden homenaje y le hacen un guiño a la adoración que reciben algunas de sus figuras.
Entre las más conocidas están las esculturas de dos ídolos cuarteteros, Rodrigo y Carlitos “la Mona” Jiménez, ubicadas en el Paseo del Buen Pastor. Ambas intervenciones patrimoniales fueron encargadas por la Agencia Córdoba Turismo del gobierno de la Provincia.
La figura del Potro había hecho la punta en 2013. La obra se realizó en el estudio del escultor bonaerense Fernando Pugliese, una mega usina de piezas hiperrealistas de donde han salido retratos de Frida Kahlo, el Mono Gatica, Maradona, el Papa Francisco, Spinetta o Alberto Olmedo. La escultura de “la Mona”, inaugurada en 2015, también es obra de Pugliese.
Recientemente, el autor de Lo mejor del amor y de La mano de Dios volvió a reencarnar en una escultura que le rinde tributo en una de las tribunas del Gigante de Alberdi. El autor es Juan Ignacio Lucero, quien ya había trabajado en un homenaje a Leonor Marzano, integrante de La Leo, considerada la primera agrupación dedicada al género. La escultura se encuentra hoy en el Paseo de la Fama del Cuarteto (San Martín al 200).
Estas obras suelen funcionar como altares profanos, suplantando el encuentro cara a cara con el ídolo. Quizá por eso es tan frecuente la práctica de la selfie o el retrato.
Otra figura que se gana fotos es la de Daniel Salzano. Posar con la escultura que representa al escritor es un clásico de los habitués o de los turistas que se sientan a tomar algo en el Sorocabana. La obra, que ocupa una de las mesas del icónico bar de la ciudad de Córdoba (Buenos Aires y San Jerónimo), se inauguró en mayo de 2016, para la fecha en la que el poeta y periodista (fallecido en 2014) hubiera cumplido 75 años. La escultura en la que trabajaron a cuatro manos Lucero y Andrea Toscano fue un obsequio de La Voz.
Gabriel del Rosario Brochero posee no solo una escultura sino un parque temático entero. Un recorrido turístico y religioso inspirado en la vida, obra y milagro del primer santo argentino es lo que propone el predio de dos hectáreas y media, ubicado en Villa Cura Brochero.
El diseño incluye una cruz, un pilar con la imagen del cura gaucho y una serie de estaciones agrupadas en forma de denario (una especie de rosario utilizado para rezar). Cada una de las cuentas del denario es una parada dedicada a escenas de la vida del santo, para las cuales se realizaron 70 esculturas en resina epoxi y fibra de vidrio en el estudio de Pugliese.
Sacando pecho
La más reciente es una escultura instalada en el Pasaje Aguaducho, en el corazón de Alberdi, en homenaje al Chango Rodríguez, folklorista cordobés que dejó clásicos del cancionero popular como Luna cautiva y Noche de carnavales. El autor es Israel Elgueta, artista formado en la Facultad de Artes de la UNC.
El proyecto unió al Centro Vecinal Alberdi, la Red Pueblo Alberdi y la Facultad de Artes de la UNC, y contó con la colaboración de la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de Córdoba. La financiación se logró gracias a las acciones de las organizaciones barriales. También hubo un aporte de fondos surgidos de un concierto vía streaming de Raly Barrionuevo (autor del disco de versiones Chango).
Elgueta había ganado un concurso para realizar la pieza de cemento, que mide 1,80 metros de altura y pesa alrededor de 700 kilos.
El escultor empezó a trabajar en febrero de 2020, pero después se paró todo a causa de la pandemia. “La retomé en noviembre del año pasado –recuerda–. La disponibilidad de la facultad fue fundamental porque ahí nació todo. Yo me formé en el Centro de Producción e Investigación en Artes (CePIA), en el aula de escultura, y pude ir todos los días a trabajar durante cinco o seis meses, incluidos algunos feriados en los que me abrieron las puertas. Lo utilicé como atelier. Fue el lugar ideal”.
Empezó con una investigación sobre la figura: cuánto medía, cuánto pesaba. Había hecho la parte de la estructura, el esqueleto, había cargado los volúmenes generales. La obra lleva un telgopor de alta densidad y material desplegable.
“Había hecho un personaje con los hombros caídos -repasa el artista-, una figura mucho más tierna. Investigando, vi que tenía otra actitud. Y empecé a construir otro personaje a partir de fotos y relatos. Quedó esta figura de un Chango mucho más compadrón, sacando pecho. Decidí por ejemplo que esté parado, con guitarra al piso”.
El artista todavía está conmovido por lo que pasó el día de la inauguración: “Recibí comentarios muy lindos de la gente que se acercó. Era como que lo habían estado esperando. Había gente muy emocionada, me contaron anécdotas, que lo veían por la calle o que habían aprendido a tocar la guitarra con él. Lo que proponía el proyecto era justamente recuperar el sentido identitario del barrio. Es una manera de hacer vínculos generacionales. Vecinos y vecinas se paraban junto a la escultura y lloraban”.
Devociones: de “la Mona” a Brochero
“El trabajo comienza con una fotografía del personaje o con el personaje en frente”, cuenta Fernando Pugliese, un veterano y experto realizador de figuras. “Después levanto lo que se llama una arcilla –suma–, un material que sirve desde hace miles de años para darle forma a objetos corpóreos. La arcilla se ha usado incluso para hacer ciudades, como en Tierra Santa. Hoy la tecnología ayuda tremendamente. Antes se usaba mucho el yeso, que no tiene elasticidad. Después aparecieron los cauchos de silicona, lo mismo que se usa cuando uno va al dentista y le hacen una copia de la dentadura. Ese material permite que la copia sea mucho más cómoda y económica”.
“¿Por qué hago a la Mona, a Rodrigo, a Mercedes Sosa? Porque la gente las pide”, pregunta y responde el escultor. Y agrega: “Al público le gusta sacarse una fotografía con esas figuras. Y representan para el lugar un sitio de atracción turística espontáneo. Lo ves a Olmedo sentado en un sillón con Jorge Porcel y te dan ganas de sacarte una foto con ellos ¿o no?”.
“En el mundo del arte hay varias maneras de expresarse –marca la cancha el escultor–. Una que no comprendo, esta cosa moderna que es producto de un momento de pesadilla o de imaginación del autor, que agarra un alambre, lo dobla en seis partes y dice que eso es la Virgen María sentada con el niño Jesús. Bueno, es una manera de hacerlo. No sólo no entiendo sino que tampoco participo de esa manera de hacer arte, porque hay que tener mucha imaginación para sentarte delante de un pedazo de chapa, por ejemplo, y sentir que esa chapa significa el valor de la vida, la muerte y el infinito. Lo que pasa es que hay un público para eso. Yo soy completamente al revés. Si la agente no reconoce que ese personaje es Fulano de tal, no me sirve. Si no se dan cuenta de que ese es el Papa, no me sirve”.
El año pasado debieron volver al estudio de Pugliese las esculturas de “la Mona” y Rodrigo, para recibir algunos retoques. “Todo lo que nosotros realizamos es en fibra de vidrio y resina epoxi –explica María José Delger, asistente personal del artista–. Y si bien las obras tienen una pintura especial y van con una terminación de un barniz bicapa, similar al que tienen los autos, es como si pusieras cualquier cosa a la intemperie varios años. Se termina decolorando. El estudio se compromete a hacerle a todas sus obras lo que se llama un refreshing gratuito. Cualquier figura que esté al sol tiene que tener un retoque”.
El parque temático Brochero Santo, ejecutado por el gobierno de la Provincia de Córdoba y en cuya gestación Pugliese tuvo un rol decisivo, contó con la participación de monseñor Guillermo Karcher, sacerdote argentino que integra el equipo de ceremonial de la Santa Sede.
“Me vinieron a ver para hacer algo y yo dije que les hacía toda la historia de la vida de Brochero –relata el artista–. Me fui al Vaticano a ver al Papa y le dije lo que quería hacer. ‘Esto va fantástico, dale para adelante’, me dijo el Papa. Esto se inventó y se hizo totalmente en mi estudio. Yo hice las figuras. Lo que es una idea autóctona de Córdoba es el diseño arquitectónico de las estaciones, inspirado en la forma del nido de hornero”.
Dorada Leonor
El primer paso en el proceso de realizar la escultura de Leonor Marzano fue contactarse con Eduardo Gelfo, hijo de la artista, cuenta Nacho Lucero. “Él me ubicó en la época -recuerda-. Tocar cuarteto en los años ’30, ’40 y ’50 era literalmente una aventura. Era salir con un camión o con un colectivo y subir el piano (no un teclado, ¡el piano!), el violonchelo, a la banda entera, y mandarse. Me parecían notas de color fantásticas”.
“Este tipo de obras suponen algo muy fuerte tanto para los familiares del homenajeado como para el escultor. A mí me gusta hacer hincapié en eso. Busco ese contacto”, enfatiza.
Gelfo le contó a Lucero una “anécdota adorable”, que terminó incorporada en la obra: “En las giras por lugares campestres, cuando se prendían las luces del escenario todos los bichos se concentraban ahí. Leonor tenía unos peinados de la época muy batidos, y el bicherío se le iba a la cabeza y se le metía en el pelo. Era una tortura. Entonces un gringo le dijo: ‘Yo te soluciono el problema’. Y le puso tres o cuatro sapos arriba del piano. Después La Leo pedía los sapos prácticamente por contrato para poder tocar en paz. Entonces decidí meterle los sapos a la pieza”.
“Los primeros sapos que hice fueron de vidrio, pero no lograba cerrarlos bien –relata–. Hice después tres sapos que estaban destinados a que se los robaran y efectivamente se los robaron. No lo tomo a mal para nada, estaba casi previsto que iban a ser unos souvenires para alguien. Y después hice los actuales, que son de resina, están súper reforzados y son a prueba de todo”.
El llamativo dorado de La Leo se debe a la intención de ir más allá del “color local”, explica el escultor. “Soy un intérprete del personaje -señala-, y también pongo mi punto de vista. Prefiero salir del pelo color pelo, del cachete color carne y los labios rojos, porque me parece que está bueno llevar lo popular un poco más allá, llevarlo (entrecomillas) al bronce, sacarle lo más pintoresco”.
Lucero explica que en este tipo de obras el color, en términos técnicos, supone grandes inconvenientes: “Son piezas que están al sol, a la intemperie, y es como que se les va el maquillaje, se les corre el rímel, se les va el color del pelo y de la ropa. Es mucho más complicado el mantenimiento. Si no las mantenés, lo cual es muy probable en la obra pública (no por una voluntad de descuido, necesariamente), terminan después siendo una caricatura, y yo quiero salir de ese lado caricaturesco. A La Leo, le dije a Eduardo, la voy a hacer un poco más alta. La voy a hacer sin tantas arrugas. Son cosas que yo propongo para la imagen pública. Con Leonor yo tenía una cierta ventaja y es que no estaba tan instalada en el imaginario de la gente. Entonces podía mentir un poquito”.
Mirando a la plaza
La ubicación de la escultura de Salzano en el Sorocabana, frente a la Plaza San Martín, se decidió pensando en la frecuencia con la que el escritor acudía al bar, sitio predilecto donde le daba forma a las columnas que se publicaban en la sección “Quiénes y Cuándo” de La Voz.
Lucero conoció en la intimidad al escritor y trabajó con él. Fue el primer proyectorista de la nueva etapa de El Ángel Azul, cuando Salzano refundó la sala, y fue también proyectorista del Cineclub Municipal.
“Además de representar -enfatiza Lucero-, intento meter lo que tiene cada uno. Daniel tenía esa cara de perro. Serio. Tenía esa especie de dureza. Y que estuviera con la mirada perdida en la plaza, pensativo, meditabundo, fue una intención muy clara de que salga así”.
Lucero y la escultora Andrea Toscano habían trabajado juntos en un busto de Raúl Alfonsín, y volvieron a unir mentes y manos para la obra dedicada a Salzano. “Comenzamos a seleccionar fotos en las que íbamos mirando detenidamente para luego empezar a dibujar -cuenta la artista sobre el proceso-. Ahí comenzó un primer encuentro con Salzano al observar los diferentes momentos de su vida, sus distintas expresiones y actitudes, que fueron significando para mí una biografía denotada en las formas, texturas, pliegues y volúmenes de su rostro. La arcilla como materia blanda permite ese diálogo fluido que hace posible la impronta fresca e inmediata de lo que me inspira”.
Reflexiona Toscano: “Cuando se piensa en una obra de espacio público, primero se deciden las formas y la materialidad en función a la seguridad de los transeúntes, la estabilidad del anclaje o emplazamiento de la obra y la preservación de la misma de acuerdo al material definitivo en el que se realizará. Además, en este caso, el lugar de ubicación, el bar Sorocabana, fue de gran acierto ya que en ese lugar Salzano pasaba largas horas escribiendo, pensando y observando las calles”.
“Es un honor que una obra mía esté en un lugar público neurálgico de la ciudad, lo que significa la confianza de quienes nos convocaron –añade–. Implica una gran responsabilidad como artista. También es gratificante pensar en lo que genera en un público que conoció su obra, permitiéndole a la gente recordarlo y volver a él en esa imagen”.
A la artista le parece un acto cultural de alta relevancia el apoyo a estos proyectos “como recuperación de valores artísticos que trascienden a otras generaciones como parte de nuestra identidad”.
Sentado en la platea
Nacho Lucero no es futbolero y tampoco siente el cuarteto en las vísceras, pero se enganchó de inmediato apenas el Club Atlético Belgrano lo convocó para realizar una escultura en homenaje a Rodrigo, conocido hincha pirata, para ser instalada en el Gigante de Alberdi.
“De entrada me gustó la idea -cuenta-. Por la cercanía con la gente. Cuando uno hace algo, quiere que eso tenga un montón de amigos. Me encanta que Rodrigo esté sentado en una platea de una cancha de fútbol”.
“A mí me gusta mucho adentrarme en el personaje, porque necesito algo de lo cual agarrarme”, señala. Y añade: “Con Rodrigo tuve que reconstruirme en algunos conceptos. Porque la obra está en una cancha de fútbol. De hecho, realicé dos cabezas. Cuento algo relativo al oficio: es muy difícil hacer los dientes. Hacer una boca abierta es muy incómodo. No hay muchas esculturas que tengan la boca abierta, porque requieren otra complejidad. El cuenco, la oscuridad, además de que los gestos de la cara se marcan de otra manera. Mis anteriores esculturas eran de políticos o personajes públicos a las que les bastaba una media sonrisa. Pero acá se trata de alguien que estaba gritando en una cancha, no podía poner a alguien con la boca cerrada, estoico. Había una producción fotográfica de La Voz en la que se lo ve con la boca abierta. Con el tiempo me di cuenta de que la cosa era así, y terminé haciendo exactamente lo contrario que había dicho que iba a hacer”.
El escultor dice que se siente afortunado por haber podido hacer estas piezas: “Tienen un contacto con la gente que es más real que el de la obra de arte de una galería o un museo. Yo no me creo artista, soy un artesano especializado. Y me gusta mucho ese lugar. Es más genuina y menos rebuscada la relación con la gente”.