Fuente: La Nación – Las colecciones reunidas por ocho artistas, en su mayoría gracias a regalos, herencias o intercambios, integran una muestra en Fundación Proa; en estos acervos, los recuerdos valen más que el dinero.
“La obra de Berni era de mi mamá. Ella compraba en la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos cuando se enojaba con mi papá, en la década de los 70. Esta creo que es de esa época”, dice Marina De Caro sobre El embajador (1963), una de las piezas de su colección que cuelgan hasta el 3 de marzo en las salas de Fundación Proa. No están solas: conviven con otras trescientas de acervos de otros siete artistas y con las múltiples historias afectivas que aportan un valor incalculable a este “mercado paralelo del arte”.
“Yo hago enormes fiestas en mi cumpleaños y me regalan. Algunas son intercambios”, agrega De Caro en diálogo con LA NACION, al explicar cómo las obras la eligieron a ella, como si fueran sujetos y no objetos, para formar una “colección de la vida, de hechos”, en el abarrotado hall de entrada de su casa. Como el bordado anónimo de rafia que encontró en el Ejército de Salvación, o la que recibió de Benito Laren cuando él se quería comprar una casa. “Hizo un remate –explica-, y para no rematar todas obras suyas, intercambiaba por obras de otros artistas”.
La tercera edición de Colecciones de artistas, muestra con antecedentes en 2001 y 2006 curada por Patricia Rizzo y Mayra Zolezzi, incluye también un dibujo realizado por Clorindo Testa con marcador verde, queRosana Schoijettrescató justo a tiempo. “Es un boceto que dibujó en una entrevista para la revista Noticias. Cuando vi que estaba por abollarlo le pregunté si me lo podía quedar y me lo dedicó”, recuerda la fotógrafa que intercambió muchas obras con artistas que posaron para ella, como Líbero Badíi.
“En ese intercambio de cercanías –observa–, quien está transmitiendo su pasión te ve trabajando y si te reconoce como par se genera alegría y te hace un guiño o te regala algo. Es como las luces de los camiones en la oscuridad de la ruta, se hacen señas de complicidad. Me parece que hay algo que sucede en las becas, en las residencias de artistas o en entrevistas que te empuja a querer intercambiar obra, como otro modo de conservar algo de ese enriquecimiento compartido, de detener ese instante que está a punto de desaparecer. Es como Hansel y Gretel dejando esas piedras en el camino para no perderse, no olvidarse”.
Además de estos trueques, entre las que se exhiben en Proa se cuenta la que parece haber despertado su vocación: el retrato que le hizo su padre, Horacio Schoijett, cuando ella tenía entre seis y diez años. Está colgado junto a otro de Sigismond de Vajay realizado por Lilian Obligado, madre del artista, curador, editor y productor nacido en París.
Mientras impulsó el centro cultural Toit du Monde en la ciudad suiza de Vevey, y luego otros proyectos en Nueva York y Barcelona antes de radicarse en Buenos Aires, este último también fue construyendo su propia colección en gran parte a base de intercambios. O regalos como el que le hizo Spencer Tunik, luego de que colaborara con él como productor durante siete años en varios países: la foto que el estadounidense tomó en el taller de la Casa Azul de Frida Kahloen 2007, cuando mujeres parecidas a ella posaron desnudas para su cámara. Una vez más, De Vajay estaba presente. “Fue una experiencia bastante mágica –confiesa–. A veces uno tiene una obra porque le gusta el recuerdo, es un testigo del momento compartido”.
Algo similar opina Cecilia Szalkowicz, diseñadora y pareja de Gastón Pérsico, con quien comparte trabajo y una colección “de recuerdos”. Cuando ella estaba embarazada, ambos fueron retratados por Schoijett; el resultado de ese hito compartido también se exhibe ahora al público en Proa, junto a esculturas que realizó su madre cuando estaba embarazada de ella. “Esta colección habla de nuestra biografía afectiva –dijo Szalkowicz a LA NACION–. El conjunto se fue conformando de manera colectiva, y podríamos decir que en la mayoría de los casos las obras nos eligieron. En ese sentido, la nuestra sería una colección de potlatchs, tesoros que nos fueron dados”. Entre las pocas adquisiciones del acervo se cuenta una con un valor sentimental similar: Gastón se la compró a Sergio De Loof “en una venta que hizo, sentado en las escalinatas de la Catedral, un sábado lluvioso”.
También Cynthia Cohen vincula sus obras con su “universo afectivo”. En Proa exhibe una pintura realizada en 1979 por su abuelo, Juan Carlos Faggioli, junto con fotografías y una acuarela de sus hijas,Sofía y Natalia Malamute, y otras que intercambió o recibió como regalo de amigos. “Son especiales porque tienen algo de intimidad –señala–. Cuando vi en Proa la sala de mi colección, sentí que estaba en mi casa. Era una sensación familiar absoluta. Ahora estoy con las paredes sin obra y es re ajeno todo, muy frío… No soy coleccionista, no es que tengo un depósito con obras y las voy cambiando. Son estas y las quiero, las veo todos los días y forman parte de mi vida”.
En el caso de Inés Raiteri, la colección es en gran parte resultado de su paso por becas y talleres. “Las obras guardan para mí curiosos registros de un tiempo compartido –dice–, donde estábamos buscando y explorando nuestro hacer. Pregonan en ellas detalles y momentos de mucha intimidad, cuidado, compañerismo, el ‘estado de descubrir’ que solemos llamar con algunos amigos”.
Coincide Gachi Hasper, también habituada a hacer intercambios: “Las obras me importan porque me importan muchos los artistas que las hicieron. En un 99% son amigos míos, gente a la que quiero”. Como prueba de esta red en constante crecimiento, una fotografía de su colección reúne como autores a otros tres artistas que participan de esta muestra: Szalkowicz, Pérsico y Schoijett.
Así como muchas de estas obras guardan en su reverso afectuosas dedicatorias, forman parte de un “mercado afectivo” en el cual los recuerdos valen más que el dinero. Lo que diferencia esta edición de las anteriores –en las que participaron figuras como Nicolás García Uriburu, Rómulo Macció, Marta Minujín y León Ferrari– es que las obras fueron realizadas desde el año 2000. Marcada por “el afecto, la reciprocidad y la equidad”, según la curadora Patricia Rizzo, esta “historia paralela” reúne piezas que “tal vez no llegan a las retrospectivas de los artistas, pero es muy interesante espiar en esos mundos más pequeños”.
Para agendar:
Colecciones de artistas en Fundación Proa (Av. Don Pedro de Mendoza 1929), hasta el 3 de marzo. Entrada general: $1000; docentes, estudiantes y jubilados: $500. Menores de 12 años sin cargo.