Fuente: La Gaceta ~ Misterio femenino entre las hojas. Un murmullo de luna se sienta en la desnudez. Se agita entre la prima y la bordona. Un vértigo vegetal siembra colores en el aire. El alma del cerro sueña paisajes en la guitarra. Nervaduras de savia surcan la vida que se detiene un instante en una mirada. En un latido. En el corazón de una mujer. Para desplegar alas de luz. “Siempre estuve dentro de lo figurativo, con la presencia de la naturaleza, el cuerpo y los objetos que aparecen en mi iconografía, pero los elementos abstractos están en mi obra, porque esas imágenes surgen del blanco y el negro, de líneas que recorren el papel o colores sobre la tela”, sostiene María Florencia Ortiz Mayor, pintora que ha hecho de Yerba Buena su patria chica. La artista fue seleccionada por la Embajada argentina en Washington para presentar la muestra individual “Sentir tucumano”, que reúne sus dibujos y pinturas.
– ¿Cómo se fue gestando tu inclinación por el arte?
– Mis pasos en la primaria, en la Escuela Rivadavia, estuvieron relacionados siempre con el dibujo y la pintura, donde la artista Mecha Romero nos introdujo en el arte y dejó en nuestra memoria imborrables anécdotas, como los concursos de pintura en los que participábamos con mis compañeras llevando algún premio para nuestra escuela, o verla dibujar a ella en la plaza, trazar sus líneas frescas con tinta o sus figuras potentes al pastel, que eran momentos mágicos. Mi madre, profesora de francés y lingüista, nos transmitió el amor por la literatura y el arte. Mi padre médico nos inculcó la dedicación al otro, la solidaridad y la entrega. De mis abuelos y abuelas, tíos y tías, tuve amor incondicional. Fueron los interlocutores positivos que me acompañan siempre. Simplemente mi vocación se despertó temprano. Y aunque también me interesaban otras cosas, en esos tiempos de joven (cuando ya cursaba la carrera de arte) trabajé como instrumentista en un sanatorio, amaba la idea de curar y ayudar. También el teatro ejercía en mí una atracción especial. Pero en el momento de decidir no tuve dudas: el dibujo y la pintura eran mi mundo.
– ¿Cómo era el ambiente en la Facultad de Artes?
– En los primeros años de facultad, por 1974, éramos muy pocos alumnos y muy unidos, pasábamos largas horas de taller y de estudio. Luego llegó la dictadura que trajo miedos, incertidumbre, compañeros desaparecidos. No teníamos demasiada conciencia de los riesgos que corríamos. Sobrevivimos, otros no.
– Gatti, Salas y Linares fueron tus principales maestros, ¿qué aprendiste de ellos? ¿Cómo era cada uno en la docencia y en el trato cotidiano?
– Juan Bautista Gatti fue mi querido maestro, su talento, generosidad, sencillez y conocimiento del oficio en el dibujo y la pintura me generaban admiración y sorpresa. Sus temas eran variados, todo lo que hacía era novedoso y original, un gran docente. Caminaba por Yerba Buena, con su traje safari y sus anteojos oscuros. Un personaje querido, auténtico. Me dejó como enseñanza el trabajar para encontrar el camino y reforzar mis cualidades personales. De Aurelio Salas, el gran dibujante, recuerdo indicaciones precisas y valiosas. Observaba en silencio nuestros dibujos hasta que el clima de trabajo permitía que se explayara. Ezequiel Linares, con su entusiasmo y calidez, permitía una fluida comunicación. Las entregas de taller tenían humor y compromiso. Artistas como Gatti y Salas y varios de esa generación venían de la formación que por los años 50 dejaron su sello los maestros Lino Enea Spilimbergo y Lajos Szalay. De ahí la enorme trascendencia cultural de la plástica de nuestra provincia.
– ¿Hubo otros profesores que te mostraron un camino? ¿Incursionaste en grabado y escultura?
– En la Facultad de Artes, Raquel van Gelderen fue una artista y docente excepcional, una fortaleza en mi carrera y una gran amiga. La cercanía y amistad de los pintores Luis Lobo de la Vega, con su entrega total al paisaje, y Fued Amin, con sus objetos despojados de cualquier superficialidad, fueron artistas entrañables cuyo lenguaje trascendió, cada uno con su síntesis creadora. En el grabado y la escultura incursioné un tiempo en la Facultad; mi dedicación y profesión se centró en el dibujo y la pintura. Ahora he retomado el grabado de la mano de mi hija María Sol, redescubriéndolo y apasionándome.
– ¿Cuándo decidís “tirarte a la pileta” de la pintura?
– Cuando salí de la Facultad y decidí profundizar en lo mío y forjar un lenguaje a través de muchas horas de trabajo, exposiciones, viajes y encuentros artísticos. En 1992 mi colega y esposo H. Aníbal Fernández estuvo un año en Francia y Holanda con una beca. Yo viajé con mis hijos Matías y María Sol y nos encontramos allá. Ese viaje me dejó fuertes experiencias; el contacto con el arte a cada paso, en museos, galerías, con los artistas europeos y los argentinos radicados en París, enriquecieron mi mirada. Volví a mi tierra con alegría y determinación, con esa sensación de todo lo que tenemos para crear, se fortaleció mi trabajo y mi identidad tucumana.
– Aunque el paisaje está en el ombligo de tu obra, el desnudo y el erotismo tuvieron algún protagonismo en tus telas. ¿Cuál es el rol de la sensualidad en tu producción?
– Siempre estoy metida dentro de mi paisaje, Yerba Buena, desde mi casa veo el cerro y un pedacito de cielo entre los árboles; más allá La Rinconada, San Pablo con sus torres del ingenio, San Javier, Tafí del Valle y todos los paisajes de mi Tucumán, todos los climas, todos los verdes. Mi sentir tucumano está presente desde hace más de 40 años, se entrelaza con una guitarra, una luna, un cerro, una figura de mujer me permite recorrer el papel, la tela o el muro con una línea, un contraste, una textura, una pincelada. La sensualidad está en la forma de, no en el objeto en sí, está en mi relación con el material, es visceral. Ese material que elijo: carbonilla, pastel, tinta, acrílico, óleo o collage me permiten la exaltación de esos “detalles de la vegetación” donde me interesa capitalizar “lo no dicho” del paisaje y su presencia.
– ¿Encontraste en la docencia un modo de llegar también al otro? En el taller que tienes con Aníbal se ha formado gran cantidad de gente y varios han desplegado alas propias, ¿qué te genera eso?
– Desde el 79, la docencia ha sido una constante en nuestras vidas, y una pasión. Con Aníbal hemos profundizado en los procesos creativos para darle a nuestro taller la impronta de formación, aspectos técnicos y teóricos, “aprender a mirar” y principalmente la búsqueda de lo personal. En estos años de docencia han pasado por nuestro taller muchos alumnos y alumnas que hoy transitan su propio camino. Eso gratifica y entusiasma. Porque, en definitiva, el objetivo de un docente es motivar, enseñar y dejar que el alumno transite luego “sus otros pasos” en la creatividad.
– ¿Qué te dejó la experiencia de haber estado al frente de la Dirección de Cultura en Yerba Buena? ¿Volverías a incursionar en la función pública?
– Fui directora municipal de Cultura de Yerba Buena, de 2008 a 2015. Nuestras actividades comenzaron en lugares como la Casa Cossio y Christie del Solar con festivales de cine, cursos de idiomas, talleres artísticos, festivales de música y narradores, encuentros de escritores, muestras… además de actividades en los barrios, las escuelas o los Caps, como el “teatro comunitario”. Aún Yerba Buena no tenía su propia Casa de la Cultura, hasta que con el apoyo de Nación concretamos la Casa del Bicentenario, inaugurada en 2011. La experiencia me dejó la satisfacción de haberme involucrado con las necesidades de la gente para redescubrir y valorizar nuestra identidad. Respecto a la pregunta si volvería a incursionar en la función pública: me interesa trabajar en proyectos creativos para mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo, en pensar la cultura como herramienta de cambio y desarrollo, y esos cambios vienen de decisiones políticas, y para eso hay que involucrarse y participar.
– ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cuáles son tus desafíos ante la tela en blanco?
– No espero la inspiración para trabajar. Simplemente me instalo en el taller. Me guío por intuiciones, algo de imaginación y también improvisación. El espacio de juego está presente siempre. El oficio también. Influye mi entorno porque lo llevo cosido. Es lo inevitable. Comienzo por el dibujo. Después llegará el color cuando comience a sentirlo o me tomará de sorpresa. ¿Desafío ante la tela? Creo que siento el papel o la tela como un territorio para expresarme y no me hago películas ni me pongo metas lejanas. Vivo mi trabajo como algo cotidiano e importante para mí. Respecto a las expectativas de qué pasará después, no es mi prioridad, lo importante es ese día de trabajo que me devuelve el entusiasmo. Vengo de una formación donde el dibujo era el sostén de una obra. Por ahí algunos piensan que con las nuevas tecnologías puede pasarse por alto el dibujo. Te aseguro que no. El dibujo es lo que sostiene todo, en la figuración y en la abstracción. Se malinterpreta “dibujo” con “destreza de dibujante”. No hablo de destreza. Hablo del dibujo como tu mirada, tu particular mirada sobre el mundo. Es el recorrido que haces sobre el papel blanco, es la presencia de tus emociones… Es la construcción de la casa para el arquitecto, es la idea para el artista conceptual, es la palabra justa para el escritor, es la melodía para el músico.