Fuente: La Nación ~ algo raro sucede en el Museo Nacional de arte Decorativo. apenas se cruza su pórtico palaciego aparece un raro túnel, inquietante y rústico. adentro, entre el mobiliario de estilo de la antecámara aparecen herramientas de albañil o jardinero de oro reluciente. Una sala se tiñó de azul y tiene piso de polvo de ladrillo, como una cancha de tenis. Y otra es inexplicable: la suma de todos los estilos de piso a techo, habitada por personajes extraños que a veces cobran vida. Lo parece, pero el palacio Errázuriz alvear no está embrujado, sino que ha sido insuflado con arte contemporáneo mediante instalaciones que lo sacan de eje. Fantasías plebeyas, como se llama la muestra, inauguró ayer y se proyecta en un espacio con imaginario propio.
¿Cómo sostener una valoración de este patrimonio que pueda abrir lugar a otros deseos y miradas? Esa pregunta moviliza la curaduría de Leandro Martínez Depietri. “Nos corremos de la nostalgia por la belle époque. La idea fue pensar cómo imprimir nuevas fantasías y deseos sobre este edificio, que es un lujo de museo público. ¿Qué imaginaciones damos, que no sean pensarse como la familia que vivió acá solo 18 años?”, señala. Bienalsur, plataforma a la que pertenece la exposición, sigue soplando aire fresco en las instituciones que toca.
La transformación del palacio Errázuriz va in crescendo y comienza una vez que se atraviesan las rejas altísimas que lo separan de la avenida del Libertador. Se abre como un portal a otra dimensión la pieza de Luciana Lamothe, que invita a transitar por un tubo rojo que la artista tejió en maderas quebradas como si fuera un trabajo de cestería a gran escala. Toda actitud principesca queda evaporada en ese trayecto. Se trata de Repetición x quiebre, que se recorta contra la sobriedad de la piedra parís y la solidez del edificio.
“Me gustaba generar una propuesta disruptiva con la arquitectura neoclásica francesa, por el tipo de construcción, el color y los materiales. El curador llamó a mi pieza como una especie de intrusa en el lugar, a mí me gusta pensar que en todo caso la arquitectura neoclásica francesa también es intrusa en este contexto”, señala Lamothe. La pieza se construye desde la paradoja de un sistema hecho con el material quebrado pero que de todos modos se sostiene. “Es un sistema que fui desarrollando a partir de construir con el material roto desde el inicio. Funciona desde sus propios quiebres. Trabajé con la idea de pliegues y estructuras rizomáticas, no hay columnas, ni verticales ni horizontales, en la construcción, todo es un tejido y cada quiebre es como una exacerbación de los pliegues”, explica.
Gabriel Baggio construyó en 2017 con sus manos y unas pocas herramientas una casa de adobe en medio de la llanura pampeana. La réplica a escala real de su martillo, balde, rastrillo, pala, guantes, espátula y pico en cerámica esmaltada con lustre de oro se presentan en el hall de entrada. relucen en pedestales de joyería, rodeando una ninfa de mármol, entre los retratos de Josefina de alvear de Errázuriz y Cornelia Ortúzar de Errázuriz pintados por Sorolla, que se destacan en los paneles altos de la boiserie.
La obra de Baggio se llama La pampa se ve desde adentro. “Es alucinante ver esta obra en un palacio de una oligarquía que se forjó a costa de usufructuar la fuerza de producción de los trabajadores del campo para construir una ficción, un canon europeo fuera de época –analiza el artista–. Sin ser disruptivo, porque uno tiene contradicciones como admirar los oficios en esas construcciones: marquetería y cerámicas con lustres como uso yo. Generar esa tensión es algo que la obra tiene per se, pero el arte situado le da vitalidad al contexto”.
En el subsuelo hay dos salas intervenidas. La primera es una cancha de tenis surrealista, donde en vez de red hay una chimenea donde se exhibe un par de raros velocímetros y la silla del árbitro es un sillón de estilo. Es la obra del noruego Emil Finnerud, que incluye serigrafías, esculturas en yeso, bronce y madera, impresiones 3D y partes de un porsche 911 siniestrado. La pintura azul de paredes y techo tuvo un inesperado efecto colateral: hizo visible un tondo de raúl Soldi que antes pasaba inadvertido en el techo. La instalación se llama Death Drive y significa tanto una carrera automovilística mortal como pulsión de muerte en los términos freudianos.
La apoteosis de esta transformación está en el segundo subsuelo, donde se ve la obra de Mehryl Levisse, que reparte su tiempo entre Francia y Marruecos. Toma el eclecticismo del palacio, que cuenta con salones diseñados según estilos diferentes dentro de la historia del arte, y los mezcla llevando la hibridación al extremo del pastiche y el kitsch. Los maniquíes de ropajes orientales, chancletas de goma, ligas y miriñaques cobran vida los domingos, a las 16, en performances a cargo de egresados del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín.
“Estas fantasías son parte de esta indisciplina de Bienalsur, este saltarse los límites”, señala Diana Wechsler, directora artística de la plataforma. La semana pasada tuvo una inauguración múltiple en la provincia de San Juan, que también fue provocadora al instalar hornos de pan en la casa natal de Sarmiento. Se suman a las más de 50 ciudades en el mundo, 124 sedes y 23 países que forman parte de esta tercera edición, llamada “bienal de arte de la resistencia y la resiliencia en tiempo de pandemia”. Comenzó en julio y seguirá hasta diciembre. En estos días hay inauguraciones en Málaga y en Canarias, y mañana abre Calle, de alejandra Fenochio.
“así como en San Juan estábamos reponiendo una dimensión doméstica y popular y una trama comunitaria que se diluyó en el relato cristalizado de la historia, acá también estamos poniendo en tensión la narrativa de la alta burguesía. Hay cuestiones recurrentes en Bienalsur como la historia del arte y de las visualidades, y nos interesa desde el arte contemporáneo arrojar luz sobre otras realidades”, agrega Wechsler. Fantasías plebeyas puede visitarse de martes a domingos, de 13 a 19 horas, hasta el 24 de octubre, con reserva previa desde la web del museo.