El pintor de los paisajes del Chaco

Fuente: Diario Norte ~ Nació el 4 de julio de 1903 en Santa Rosa Toay, La Pampa. Sus padres fueron José Galíndez y Raquel Cavabatti. El padre, catamarqueño radical yrigoyenista, actuó en política desde principios de siglo, ocupó varios cargos en distintas gobernaciones (por aquel entonces territorios) y quiso el destino que ocupara un cargo en La Pampa, donde nacieron don Rafael Galíndez y sus hermanos.

Por los mismos motivos sus padres se radicaron en Resistencia en 1914, ocupando su padre el cargo de secretario de la gobernación durante el mandato de Enrique L. Cáceres. Se casó con Lidia Sosa, maestra correntina que ejercía en Resistencia.

Un curioso episodio

A mediados de la década de 1920 un episodio juvenil decidiría su vocación y su destino. Enterado de que en una toldería toba cercana a Resistencia los indígenas celebraban sus bailes y ritos, un atardecer, montado a caballo, a escondidas de sus padres, llegó a las tolderías y, escondido en la fronda del monte, presenció la ceremonia del llamado “Baile Sapo”, ritual toba en honor a la luna. 

Exposición en el salón Chrysler, 1931

Esta travesura hizo que el padre lo enviara a Catamarca, donde ingresó y se recibió de profesor de dibujo y pintura en la Academia Nacional Belgrano de Bellas Artes. En aquella ciudad pintó su primer óleo.

La revista Estampa Chaqueña del 3 de abril de 1931 y La Voz del Chaco de esos días registraron amplios comentarios y notas gráficas de la primera exposición plástica individual realizada por un artista local en esta capital, en el salón de la concesionaria Chrysler de Resistencia en la calle Arturo Illia, por ese entonces Florida al 135.

Entre 1964 y 1965 fue Director de Cultura en la provincia y fue uno de los más entusiastas en reactivar el Parque 2 de Febrero para su uso deportivo y cultural. Los últimos años de su vida los compartió con don Gregorio Romero y su esposa en el barrio San Cayetano de Resistencia, y me contaba José María Romero (su sobrino, que compartía la pieza con él) que era tanta su bondad que regalaba sus cuadros por doquier y él apenas pudo conservar un par.

Falleció el 9 de febrero de 1981, en Resistencia. Considerado uno de los primeros pintores del Chaco, con más de tres mil obras entre óleos y acuarelas, también desarrolló a la par una larga trayectoria docente en la Escuela Normal Sarmiento y el Colegio Nacional J. M. Paz. Me tocó en suerte ser su alumno en el Colegio Nacional, cuando era bastante mayor. Realmente era una persona con unos conocimientos impresionantes del arte de la pintura. Sus garabatos y dibujos informales en horas de clases llamaban la atención. 

Ombú y monolito de los inmigrantes, óleo de Rafael Galíndez

Decía Gaspar Lucio Benavento 

“…Es que Galíndez, a pesar de sus lentes, tiene un dominio de la técnica. Sabe dar colorido y emoción a sus obras, que es todo cuanto requiere una obra de arte. Pero, por sobre todo, Galíndez domina el color de la carne, de esa carne indígena, vencida, triste de soledad y de injusticia”. 

Continuaba: “En el Hospital Regional he visto colgado un cuadro grande, trabajo meritorio y digno de una sala del mismo hospital”, y sugería que “Lo que debería hacer este muchacho –humilde de puro orgulloso- es hacerse conocer, haciendo conocer sus obras. Es una lástima y una injusticia que viva en el anonimato, porque, quiera o no, Galíndez vale más de lo que él se figura. También, y aunque esto sorprenda, los artistas tenemos un exceso de dignidad”. 

Movida cultural en defensa del “Indio” de Crisanto Domínguez. Abajo, Galíndez y Juan de Dios Mena

Anécdota

“Alguien encargó a Galíndez un trabajo pictórico. Se trataba de llevar al lienzo la figura de una fábrica de aceite. Galíndez cumplió con el trabajo y lo hizo bien. Cuando fue a presentarlo al comerciante, salió ofreciéndole $ 80. ¡Ochenta pesos! Para un artista que se precie es un insulto, un ultraje a su dignidad”. Y reflexionaba: “Creo que si un día me sale encargando un trabajo literario y se me viene después con 10 o 20 pesos, le diría yo soy artista, no mendigo”. 

Y continuaba: “Galíndez no ha rebajado su arte, no se ha contaminado de vulgaridad. Porque no es un vulgar pintamonas, sino un hombre sincero que siente la belleza y sabe traducir en colores sus emociones más puras. Y tiene una gran virtud: La de ser sincero. Abomina de las extravagancias; por eso se apasiona con los motivos sencillos, sin complicaciones”.

Así lo definía su querido amigo.

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