Fuente: La Nación ~ De Bariloche a Córdoba y de Colonia a Buenos Aires, Bernasconi, Kovensky, Bianki y Veroni se ocupan no solo de crear sino de comercializar sus obras; la autogestión atravesada por la pandemia
De los dos lados del mostrador; o, como se trata de artistas, sería mejor decir “de los dos lados del atril”: Pablo Bernasconi y otros referentes del mundo de la ilustración se pusieron al frente de galerías y espacios culturales donde exhiben y venden obras propias y de colegas. Es el caso de Diego Bianki, que abrió hace unos meses su taller de Colonia (Uruguay) para organizar muestras y talleres. También Ral Veroni, con la galería palermitana Mar Dulce, especializada en pequeño formato, y Martín Kovensky, con Júpiter, en La Cumbre, Córdoba, que actualmente funcionan además en modo virtual.
“Estoy vendiendo originales hace ya varios años. Hago mis obras en serie, es decir, ensayo varias versiones, cada una diferente de la otra, como si fuese un proceso continuo. Todas son en técnica mixta, una parte digital y otra manual con pintura acrílica, pasteles, a veces objetos y barnices sobre lienzo. Las obras se acompañan con certificado de autenticidad firmado”, cuenta Bernasconi a LA NACION. “El interés por estas obras aumentó mucho en el último año por parte de privados, coleccionistas, hoteles o instituciones que quieren redecorar sus espacios con sentidos puntuales. Entre los compradores realmente hay de todo; supongo que influye la posibilidad de pagar en cuotas. Pero diría que principalmente son lectores que siguen mi obra, coleccionistas y una gran variedad de extranjeros que ven la posibilidad de adquirir lienzos originales”.
Desde principios de este año, el autor e ilustrador proyecta un espacio de arte en Bariloche, ciudad donde reside, para inaugurar en el invierno. “Junto con Tania, mi pareja, estamos en el proceso de construir una galería taller para exhibir y vender no sólo mis obras sino también la de otros artistas. Es un espacio muy particular y mágico, sumergido en el bosque, en donde los compradores puedan observar las etapas de la creación además de su resultado final. Si bien hoy en día la realidad indica que todo se está pasando a la venta virtual, mi impresión es que para este tipo de obras, la exhibición presencial de un original, con su energía, colores y texturas, es esencial. Seguramente vamos a promover también ahí la realización de charlas, talleres y visitas”.
Con valores que promedian los 140 mil pesos, según la serie y el tamaño, los originales de Bernasconi aumentaron su cotización en los últimos años. “En estos tiempos convulsionados, mucha gente está descubriendo el valor de la inversión en arte, como un bien que se cotiza y se usa para resguardar los ahorros. Mis obras, por ejemplo, han subido su valor en un 150 por ciento en los últimos dos años, a raíz de la demanda y de coleccionistas que han revendido sucesivamente los lienzos. Como mi catálogo no es exactamente ‘decorativo’, sino que proyecta conceptos, ideas, mensajes fuertes, muchos compradores son además personas con fuertes convicciones e ideales. Supongo que, en parte, acercarse a una obra es una forma de resumirlos, de representarlos. Es toda una responsabilidad que me ‘hospeden’ en sus casas”, concluye el autor de El infinito que este año publicó Paisaje interior, tres libros ilustrados con poemas de Leonard Cohen.
El proyecto de Diego Bianki, autor, ilustrador y fundador del sello Pequeño Editor tiene, según sus propias palabras, “un espíritu amateur”. Instalado en Colonia (Uruguay) hace unos veinte años, decidió hace unos meses abrir las puertas de su estudio a otros artistas. Así nació Espacio Bianki, donde (cuando el coronavirus lo permita) habrá muestras y talleres. “No es que he transformado mi estudio en una galería profesional sino que he abierto el espacio para que expongan colegas, con los que siento alguna afinidad, y puedan también dictar talleres. Pero, lamentablemente, la pandemia está complicando todo. No pudimos inaugurar una exhibición que teníamos prevista ni hacer el taller programado para abril”, explicó el autor e ilustrador de Cuentos cansados y Rompecabezas, entre otros libros para el público infantil.
Un referente de artista-galerista ciento por ciento es Ral Veroni, dueño junto a Linda Neilson de la pequeña y exquisita Mar Dulce. Bianki, colega de Veroni, con quien fundó una galería alternativa en Buenos Aires en los años ’90, lo presenta como “grabador, dibujante, poeta, pintor y editor de un sello pequeñísimo y exquisito que se llama Urania”. Hijo del grabador italiano Raoul Veroni, Ral recurrió a su colección personal para empezar el proyecto de la galería hace unos doce años. “Arrancamos con las obras de mi padre, que eran mi herencia, y de sus amigos. También, con la de colegas de mi generación como Elenio Pico, Bianki, Roberto Cubillas y otros que conocí a partir de ellos, como Cristian Turdera”, contó.
A esos nombres iniciales se sumaron otros artistas como Isol, María Luque, María Elina, Pablo Mattioli y Sofía Alvarez Watson. “A Isol la conozco hace treinta años y somos amigos; viví todo el desarrollo de su carrera. A María Elina la conocí a través de Turdera. Muchos fueron alumnos de Elenio Pico, que es un gran amigo. Digamos que no nos costó armar la galería a partir de una red de conocidos y de colega. Ayudó mucho compartir el espacio con Linda, que es una gran administradora y operadora cultural.”, agregó.
En su galería, Veroni tiene obra propia, pero prefiere “una exposición discreta”. “No me molesta promocionar ni vender mi obra, pero tenemos alrededor de cien artistas y siempre, en promedio, exhibimos trabajos de unos quince o veinte. Tengo obra de mi papá, que para mí es un lujo y un gusto mostrar y vender. Tengo una gran admiración por mi padre, que era un excelente grabador, hacía ediciones de bibliófilo. Era un hombre muy reservado y se alejó bastante del ruido del mundo y de la autopromoción. Tal vez por eso se dedicó a hacer libros. Tuve mucha influencia de él y de mi mamá, que también era artista. Tener una galería consume mucho tiempo y eso hace que no tenga disponibilidad para buscar otros espacios de exhibición, pero a esta altura estoy muy contento y me gusta el trato con el público”.
Como el local de Mar Dulce, en Uriarte 1490, no mide mucho más de cuatro por cuatro metros, la decisión desde el primer día fue tener obras de pequeño formato. “El local es muy chico, pero tiene una ventaja: un gran ventanal a la calle. Al fondo, tiene un jardincito que deja entrar la luz. Antes de la pandemia pasaban turistas y muchos se llevaban obras de nuestros artistas. La galería tiene una fuerte tendencia hacia la gráfica, obras en papel y pinturas. La línea es bastante lírica y poética, con mucha naturaleza, poco expresionismo. No hay prácticamente arte conceptual, hay poco abstracto, aunque tenemos a Tulio de Sagastizábal, que tiene un lirismo y un color precioso, y a Daniel Santoro, que trabaja con el peronismo y tiene mucho poder simbólico. Cuidamos siempre que lo que colgamos mantenga la armonía, que el público sienta que hay una coherencia en lo que está expuesto. Mi obra quizá desentona con todo esto y por eso la tengo en bambalinas. Tengo una serie de afiches tipográficos que hice con Juan Carlos Romero a la que le tengo mucho cariño y cada tanto expongo alguno, pero es una obra que se sale un poco de la lógica de la galería”.
A causa de la pandemia, la galería funciona en versión reducida pero tiene su pata digital en la web donde se pueden conocer las obras y los artistas. En el inicio del sitio dice “#Quedate en casa y enviamos la obra” y aparecen, a continuación, trabajos de distintos artistas con sus precios. Algunos ejemplos: “Opera”, una pintura (gouache sobre papel de 29 x 21 cm, con su marco) de María Luque, cuesta 25 mil pesos. Una acuarela de María Elina, enmarcada, cotiza unos 14 mil pesos. Y un afiche de Romero y Veroni, enmarcado, de una edición de 40 ejemplares numerados y firmados, tiene un valor de 29 mil pesos. Hay descuentos y cuotas.
Coleccionistas principiantes
Según el galerista, “el perfil del cliente promedio de Mar Dulce es un comprador inicial, gente que no necesariamente es coleccionista, que a lo largo de los años se ha hecho habitué de la galería y viene a comprar obras en pequeño formato para decorar la casa. Como tenemos una gran mayoría de artistas jóvenes, los valores son bastante accesibles. Es la idea de la galería. En general, según el tamaño y el artista, los precios se ubican entre 12 mil pesos hasta 29 mil. Hay muchas obras que son más baratas que una campera o un par de zapatos”.
Con respecto a Isol, Veroni rescata que “aunque ganó un gran premio en Suecia por sus libros ilustrados y es una artista muy reconocida, mantiene unos precios muy coherentes con la realidad nacional. Tiene, por ejemplo, unas ediciones limitadas que pueden costar entre siete mil y diez pesos, y algunos originales rondan entre los veinte mil pesos aproximadamente, según el tamaño”.
Desde La Cumbre, donde vive junto con su familia, Martín Kovensky contó a LA NACION que la experiencia de estar de los dos lados del mostrador le permitió entender la cuestión de los precios de las obras. “Si bien ahora no me dedico al galerismo porque al frente de Júpiter está Ana Gilligan, cuando compartíamos la gestión (entre el 2006 y el 2013) pude entrar en contacto con el sistema de valor de una obra de arte y todo el mecanismo de circulación comercial. Como artista fue una experiencia muy innovadora porque uno produce y la venta siempre queda en manos de otros. En general, un acuerdo comercial muy real puede ser que en una venta en una feria como arteBA, el valor se reparte cincuenta y cincuenta entre el artista y el galerista. Como artista no me convencía, pero como galerista entendí que de esos cincuenta tengo que descontar la inversión y el costo de, por ejemplo, estar presente en la feria con el stand y todo lo que implica”.
Fundada por el artista e ilustrador y su esposa en 2006, Júpiter participó de arteBA entre 2008 y 2012. “Fue una experiencia muy rica. Actualmente, la galería funciona más en su modo virtual a través de una plataforma de venta online donde aparecen los artistas y sus trabajos ordenados por técnicas: pintura y dibujo; esculturas y objetos; fotografías y gráficas e impresiones. “Yo me considero un laburante de los dos campos: arte e ilustración. Hay puentes entre ambos trabajos y, también, diferencias: en la ilustración es muy difícil sostener una poética propia porque siempre intervienen las condiciones de encargo y editorial que ponen al artista poeta en un segundo plano. Fundar la galería tuvo que ver con un proyecto familiar: venirnos a vivir a La Cumbre y de tratar de articular nuestro trabajo profesional en un espacio propio”.
Con cuentas muy activas en las redes sociales, los artistas galeristas se encargan de difundir sus actividades y exposiciones. Bernasconi, que acaba de estrenar cuenta en Instagram de su galería en construcción, sube fotos de sus originales colgados en livings y domicilios particulares de los compradores. “La idea es que la galería/taller esté lista para agosto. Lo que muestro en IG son mis intentos por recaudar algo de dinero justamente para poder terminar la construcción. Por suerte, parece haber muy buena recepción. Un proyecto así, en este momento, es como mínimo un lindo delirio”.