Tomás Espina en el Museo Marco

Fuente: Arte Online – Todos los fuegos el fuego.

El Museo de Arte Contemporáneo de La Boca presenta una nueva exposición de Tomás Espina con curaduría de Carla Barbero y Javier Villa que se propone como una historia emocional del fuego en Argentina basada en tres posibles registros: un grupo de cuatro grandes cerámicas realizadas en colaboración con Adriana Martínez, una pintura de paisaje pampeano y una serie de dibujos en carbonilla que rodean a otra sugerente cerámica.

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Tomás Espina (Buenos Aires, 1975), ha ido consolidando una peculiar trayectoria en estas dos últimas décadas en base a ciertos rasgos distintivos entre los que se encuentran la experimentación con diversas disciplinas como el dibujo, la pintura, las instalaciones o el libro de artista, la ampliación de esta inquietud gracias al recurso de materiales no convencionales, entre los cuales, la pólvora ha sido el que más lo ha identificado y, por último, la constante interrogación que ha dirigido a imágenes históricas que pueden referirse al arte vernáculo como Sin pan y sin trabajo de Ernesto de la Cárcova, a las fotografías que documentaron el asesinato de Maximiliano Kosteki y Dario Santillán o a un Haití imaginario donde en su momento confluyeron nociones de libertad, barbarie, sometimiento y civilización.
Un país ajeno también puede leerse como “un paisaje no”.  En este pase de mano semántico puede que se juegue mucho más que la extrañeza y la negación. Se puede presumir que, en esa tensión de significados, se halle una estrategia de articulación de una mirada descentrada, distante de los modos de construcción de tópicos identitarios y de fantasmas recurrentes, producto, tal vez, del exilio forzoso de la familia de Espina en los setenta y de su niñez y adolescencia nómades que transcurrieron entre México, Mozambique, Chile y la provincia de Córdoba.  En este sentido, el epígrafe que encabeza el texto curatorial extraído de la novela El entenado de Juan José Saer, en la medida que irrumpe, trastoca previsibilidades, y, además, se sitúa polémicamente con miradas pretéritas, resulta oportuno y eficaz: “Lo desconocido es una abstracción: lo conocido, un desierto; pero lo conocido a medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular el deseo y la alucinación.”
El espacio pampeano no remitía a los modelos icónicos tradicionales y resultó procedente entonces concebir nuevas imágenes que dieran cuenta de él. Estas nuevas imágenes no provendrían, en un inicio, de las obras pictóricas sino de la literatura. En el siglo XIX, la mirada romántica de Esteban Echeverría en La cautiva, sería clave para determinar ese espacio inconmensurable; mirada que encontraría continuación en otros autores. En la pintura, la idea de lo inabarcable, halló su decurso en la preponderancia de la horizontalidad de Prilidiano Pueyrredón y en ejemplos paradigmáticos de Juan Manuel Blanes o Angel Della Valle. Con ellos no sólo se daba cuenta de un territorio, sino también de un diseño de nación.

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A esa herencia y a sus réplicas, Tomás Espina le contrapone la obra que da título a la exposición. Un óleo intervenido con pólvora y tierra de grandes dimensiones que se erige como gesto en forma vertical. En él las huellas dejadas por la pólvora son signo, reinscripción histórica y nexo entre lo celestial y lo telúrico. La pintura constriñe un modo de representación que fue dominante y que en paralelo fue un modo de voluntad de dominación. Su anomalía, al disputar la validez de la naturalización de un orden, consiste en habilitar heterogeneidades que anteriormente tenían un lugar subordinado y poder darles curso sin un sentido prefijado: un país otro.
 
Verticales son también las cuatro grandes vasijas de cerámica que se alzan frente a la pintura en la sala realizadas en colaboración con Adriana Martínez. Cada una de ellas lleva un nombre y una connotación ritual: Libatorio, Destilante, Depositario y Entenado. Ellas surgieron del barro primordial patagónico, del saber reencontrado de técnicas ancestrales, del calor comunitario y del fuego que descompone la leña y que sin embargo consolida las formas, que las hace cuerpo; cuerpos atemporales y próximos a quienes sean receptivos de sus resonancias complejas. El cubo blanco aséptico en el que se sitúa el conjunto de piezas convoca a un tipo de liturgia herética, sin idolatrías, donde contrastan los principios fundamentales del universo con la mundanidad de los artificios terrenales.  

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En la sala del piso superior del museo es posible detectar una correspondencia invertida del diseño expositivo. La centralidad aquí la ocupa Forma generativa (2024), otra obra confeccionada en cerámica cuya materialidad básica, asentada en arcilla del Río de la Plata, se ha enriquecido con aserrín y estiércol. Se trata de dos cuerpos humanos imbricados en una suerte de sinfín; una poderosa y dinámica imagen que oscila entre lo explícito sexual y lo pesadillesco. A sus costados se desenvuelven dieciséis dibujos en carbonilla distribuidos en tres grupos pertenecientes a la serie Géneros mentales (2018-2024). El derivado del fuego en manos del artista sublima sobre el papel un mundo íntimo al que sólo es posible asomarse siguiendo sus recurrencias y sus sedimentos reconocibles; toda una onda expansiva producto de la combustión del inconsciente. Aparecen allí geometrías, ojos, citas a Edvard Munch, órganos sexuales, sombreados, grafismos con fuerzas centrípetas y centrífugas que hacen zozobrar la estabilidad de figuras y fondos. Si toda consistencia personal en el mundo debe ser instituida y sostenida por prepotencia de la subjetividad este núcleo hace viable tal proposición.
¿Existe una continuidad entre el estado del paisaje exterior y el estado del paisaje subjetivo? ¿En qué medida ambos pueden resultar familiares, extraños o entrar en conflicto? Desde una práctica artística que invoque una perspectiva histórica es factible imaginar y hacer ondular un campo de coherencia diferente donde las relaciones que ligan al sujeto con el mundo amplíen el estrecho marco de lo establecido, eviten el desvarío de lo ignoto y den espacio y consistencia a lo hasta entonces velado.

Museo Marco: Avda. Almirante Brown 1031, Ciudad de Buenos Aires
Miércoles a domingos de 11 a 19 hs.
La exposición estará vigente hasta el 24 de noviembre

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