Fuente: Ámbito ~ El cordobés Antonio Seguí (1934- 2020), artista argentino internacional por excelencia, le ha legado al país su talento, su arte y su espíritu filantrópico. En el mundo del arte consideraban su amistad un privilegio. Seguí murió el sábado a los 88 años en Buenos Aires. Había estado en su provincia natal, donde planeaba una exhibición, pocos días antes de una cirugía que resultó fatal. Su trayectoria ha sido extensa. Ya en 1953, decidido a emprender una carrera artística, viajó al norte de África y también a Europa para estudiar en Madrid y en París. En 1957 regresó a Córdoba, donde expuso por primera vez. Obsesionado con el muralismo mexicano, inició una travesía en Jeep que lo llevó a cruzar casi todo el Sur y el Centro de América y cursó estudios en el Taller de Plástica Mexicana y en la Academia La Esmeralda.
Sus primeras obras eran abstractas, “informalistas”, “indigenistas”, pero a partir de 1962 encontró su propio lenguaje en la figuración irónica que nunca más abandonaría. Así, herederos del tradicional humor cordobés, sus típicos personajes urbanos se convirtieron en íconos inconfundibles y amados por la población que primero los miró sorprendida y luego, con indudable cariño. Desde la década del 60 vivió en París, pero mantuvo una relación estrecha con la Argentina. A fines de los años ochenta creó en Córdoba el Centro de Arte Contemporáneo del Chateau Carreras, con la idea de mostrar artistas jóvenes, montar una sala de arte precolombino e instalar allí su estupenda colección de arte africano. Proyecto, este último, que debido a la desidia oficial nunca llegó a concretarse.
Coleccionista de arte precolombino y africano desde hace más de media centuria, Seguí ha prestado obras al Louvre y tenía un auténtico museo en su casa, un pequeño palacio de principios del siglo XIX que perteneció a Jean Francoise Raspail. A partir de su viaje iniciático nuestro artista expuso en las más importantes capitales latinoamericanas, y desde su primera muestra en París, en 1964, ya consagrado, exhibió sus obras en los grandes centros de arte, desde Nueva York y Madrid hasta Cracovia y la Bienal de Venecia. Seguí dijo que espera que, la obra gráfica que donó en la década del 90 al Museo de Arte Moderno porteño (300 piezas para ser precisos), se exhiba en el interior del país.
Espectador de una sociedad que escudriña y analiza con un humor, en ocasiones satírico, Seguí conquistó un estilo personal e inconfundible. La realidad del hombre que va en busca de su destino aparece en sus obras exacerbada. En sus pinturas y esculturas, sus personajes son grandes interrogantes que atraviesan las más diversas situaciones. Mientras describía en una entrevista las muchedumbres que desfilan por sus cuadros, Seguí contaba que su popular “hombrecito” viene del recuerdo, porque de ese modo se vestían mi papá y mis tíos. Todo el mundo usaba sombrero, no era un producto exclusivo de los porteños. Y los autos que pinto son de los años ‘37 y ‘38, no últimos modelos”.
En las últimas décadas de su vida, encontró la felicidad junto a la crítica de arte y curadora argentina Clelia Taricco.