Fuente: La Nación ~ El sábado se inaugura en Fundación Proa “El Dorado. Un territorio”, muestra inspirada en el mito que convirtió a América en un destino codiciado; forma parte de un proyecto internacional impulsado con Americas Society y el Museo Amparo.
Lo consideran el mejor jefe del mundo, porque no pone horarios y nunca se niega a pagar. “Patrón Mono” llaman al Río Cauca en Antioquía, Colombia, por su color amarillo y las pepitas de oro que guarda en sus entrañas. Ése es también el título de la videoinstalación de Carolina Caycedo que se exhibió el año pasado en múltiples pantallas en Times Square, y que desde el sábado próximo recibirá al público en la primera sala de Fundación Proa. Forma parte de la muestra El Dorado. Un territorio, que invita a un viaje exploratorio por el mito que convirtió a América en un destino codiciado por los conquistadores.
Tanto como el huevo dorado escondido en una obra de Víctor Grippo, siempre distante como el horizonte en el espejo hacia el cual se dirige una precaria balsa creada por Clorindo Testa. Ambas obras se exhiben junto a la de Caycedo más de tres décadas después de haber integrado El dorado, exposición del Grupo CAyC en Ruth Benzacar en 1990, que viajó al año siguiente a la Bienal de San Pablo. Y que evocaba, según la historiadora Graciela Sarti, las “utopías sobre lugares inexistentes que colmaban las más desbocadas codicias del imaginario del conquistador”.
“La leyenda de El Dorado estimuló la imaginación de las poblaciones indígenas, de los colonizadores y, más tarde, de artistas, cineastas, novelistas y biógrafos. La producción de libros, películas, pinturas y todo tipo de objetos relacionados con esta historia continúa hasta hoy”, señala Edward J. Sullivan, profesor emérito de Historia del Arte en la Universidad de Nueva York. Una figura clave en el origen de esta muestra, inspirada en un seminario online sobre el tema coordinado por él durante la pandemia. De allí surgió este proyecto conjunto de Fundación Proa, Americas Society y el Museo Amparo, que se manifestará en tres exhibiciones en Buenos Aires, Nueva York y Puebla. Sólo en La Boca, se exhiben más de cuarenta videos, instalaciones y performances de 27 artistas de distintos países.
Entre los ejemplos citados por Sullivan se cuenta Aguirre, la ira de Dios, película filmada por Werner Herzog en la Amazonía peruana y estrenada en 1972. “Los cazadores de oro españoles (supongo que esa es la mejor manera de describirlos) -recuerda este experto en un texto que acompaña la exposición- hicieron todas las cosas que vemos en las escenas de la película: cortaron lianas, talaron árboles, quedaron varados en sus balsas en el río Amazonas y sufrieron todos estos tormentos tratando de encontrar El Dorado”.
¿Qué detonó ese deseo por un supuesto lugar en el que abundaban los metales preciosos? Una de las pistas dadas por el historiador es un grabado de 1594 realizado por el librero y editor flamenco Theodore de Bry, que muestra la llegada de Cristóbal Colón a una isla de las Bahamas. “Esto fue una invención a partir de una tercera o cuarta versión por parte de los autores del relato –observa-. De Bry nunca viajó a América, y la mayoría de estos artistas de los siglos XVI y XVII recurrían a los viajeros que habían vuelto a casa y a sus ‘relatos de cosas extraordinarias’”. Los pueblos originarios, agrega, “le dieron el oro a los españoles, activando su imaginación por más oro, más riquezas, más plata y todo lo demás, y obtuvieron a cambio la esclavización y todas las depredaciones que sufrieron”.
El espejismo que motivó una ambición desmedida de poder está representado en la segunda sala con obras en tonos dorados de artistas como Mathias Goeritz, Stefan Brüggemann y Leda Catunda, presentadas junto a capas pluviales usadas por los sacerdotes europeos en las peregrinaciones del siglo XVIII, bordadas con hilos de oro y aportadas por el Museo Fernández Blanco. Lo que sigue en las dos salas siguientes es lo que encontraron: papas, maíz, tomates, batatas, cacao, caucho, plata, cobre.
Es decir, otro tipo de riquezas que alimentaron la economía global, y que iniciaron una historia de extractivismo continental aún vigente. Representadas en obras como las esculturas de chocolate de Santiago Montoya, las moscas metálicas de Andrés Bedoya, la batata dorada de Iván Argote o el pago de la deuda externa de Marta Minujín a Andy Warhol con choclos, “el oro latinoamericano”. El público está invitado a recrear esa performance, realizada en 1985 en Nueva York.
Esta última obra podría relacionarse con “las teorías y las interpretaciones que dicen que el mito de El Dorado fue una invención indígena, o que lo apropiaron para distraer a los conquistadores y enviarlos más lejos. En ese sentido, el mito de El Dorado pudo en esos casos haber sido una herramienta de liberación”. Así lo señala Aimé Iglesias Lukin, directora y curadora en jefe de Artes Visuales de Americas Society, en una entrevista realizada por Proa como parte de este proyecto internacional. “No es casual lo que está proponiendo Marta –explica–: precisamente es una propuesta al mundo de que América Latina ya le pagó su deuda y sus préstamos a Europa”.
“Si bien hay mitos de El Dorado en distintos continentes, en distintos momentos de la historia -agrega Iglesias Lukin-, para América Latina este mito popular es muy relevante porque explica la forma en la que el encuentro de los mundos se determinó: respaldaba el espíritu de búsqueda y violencia de los conquistadores, de los exploradores que llegaban”.
¿Existió verdaderamente El Dorado? Esa fue la pregunta que motivó a Adriana Rosenberg a reflexionar sobre el territorio americano. A la manera de un viaje en el túnel del tiempo, la presidenta de Fundación Proa propone “conocer y reconocer (en el doble sentido de volver a conocer y valorar) las materias primas y la inmensidad de los recursos encontrados en América y que cambiaron la vida cotidiana de Oriente y Occidente a partir del siglo XVI”.
Para agendar
El Dorado. Un territorio, un proyecto internacional impulsado por Fundación PROA, Americas Society y el Museo Amparo. Desde el sábado 1° de abril a las 12 hasta agosto, en Av. Don Pedro de Mendoza 1929, La Boca.
Por Celina Chatruc