Fuente: Clarín ~ Los dos artistas empezaron retratando a los Reyes de España con espejitos de colores. Hoy, con su técnica de plastilina, son clásicos del arte mundial. Tienen dos mega muestras: una en La Boca y otra en Mar del Plata.
Más de veinte años atrás, Juliana Laffitte y Manuel Mendanha eran alumnos de la entonces Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, hoy convertida en la Universidad de las Artes. Ella tenía veintitrés años; él, dos menos. Se habían echado el ojo en algún recreo; Juliana lo encaró en un bar. Al principio la atracción era física, pronto adquirió su forma definitiva.
“Cuando empezamos a salir y entré a su taller por primera vez, vi su obra y sentí que el amor se manifestaba de una manera seria”, cuenta Juliana en el fondo de la galería Barro de La Boca, donde están exponiendo Conejos blancos, una muestra que alumbró el trabajo de esta pareja de artistas durante la pandemia, y que reafirmó el lugar que ostentan –bajo el nombre de Mondongo– en el mapa del arte del siglo XXI: transitando sus cuarenta años, cientos de exposiciones en el mundo y padres de una hija, son un clásico contemporáneo del arte argentino, una referencia ineludible y un universo en expansión constante.
–¿Cómo hacen para mantener una pareja laboral y afectiva todo este tiempo?
–Juliana: Nuestra pareja está basamentada en el arte y en el amor al arte. Nos une el trabajo. Pudimos comprobar en estos años, en los que hemos tenido cientos de crisis, que somos mejores artistas juntos. Lo que más se manifiesta en la madurez es un conocimiento profundo del material, de la obra, de nosotros y de nuestro vínculo creativo. Nos dejamos guiar por lo que el cuadro nos pide, lo que nos va diciendo, en lugar de pretender guiar nosotros.
«Nuestra pareja está basamentada en el arte y en el amor al arte. Nos une el trabajo.»
-Manuel: Se produjo una sinergia creativa desde el principio que al mismo tiempo fue mutando. La primera época era de pura experimentación con materiales. Después empezamos a incorporar gente que trabajaba con nosotros dos en el taller. Más tarde hicimos colaboraciones. En este último tramo descubrimos un nuevo sistema de trabajo, guiado por una máxima que es que la realidad se equilibra a sí misma. Antes pensábamos mucho las ideas y las series, ahora nos juntamos, planteamos un tema y a partir de eso empezamos a dialogar los dos con el cuadro.
“Conejos blancos”. La muestra se puede ver en la galería Barro (Caboto 531, La Boca), desde el 1º de febrero.
Con la Familia Real de España
Aquella pareja recién formada se casó rápidamente y decidió invertir los pocos dólares que tenían ahorrados en hacer un viaje a Nueva York. Se les sumó Agustina Picasso, a quien habían conocido apenas unos días atrás. El idilio visual se repitió también con ella y volvieron listos para trabajar juntos.
Mondongo, el nombre que eligieron para identificarse como colectivo artístico, rondaba la cabeza de Manuel desde hacía mucho tiempo, cuando se imaginaba un grupo surrealista. Ese nombre, que en principio no era más que una palabra, terminó conformando la identidad del grupo: un guiso popular que nunca pasa inadvertido. Con esa fórmula, el éxito les llegó de inmediato.
Exponían retratos hechos con distintos materiales: Amalia Fortabat con perlas, Federico Klemm con tachas de cuero, Sergio de Loof con vidrios rotos. Una comitiva de España visitó aquella muestra y les dejó el encargo: retratar a la familia real. El último pintor que lo había hecho hasta entonces había sido Velázquez.
¿Qué material utilizarían para cumplir con el pedido? “En esa época España era dueña de todo en la Argentina: tenían YPF, Telefónica, Aerolíneas Argentinas… Decidimos que íbamos a hacerlos con espejitos de colores. A ellos les dijimos que era porque los españoles se veían reflejados en la familia real, pero el significado era otro, mucho más crítico, y remitía al intercambio de oro por espejitos de colores durante la conquista. Fue una obra que caló muy fuerte en el imaginario. A partir de ahí empezamos a hacer obras por encargo y a vivir de eso”.
Amor & Simpsons
Hasta ese momento, Juliana trabajaba de diseñadora gráfica y Manuel hacía planos en un estudio de arquitectura. Lo dejaron todo para vivir del arte haciendo nuevos retratos por encargo. Luego llegó una hija, Francisca, y un cimbronazo para el grupo: la tercera integrante, Agustina Picasso, se enamoró de Matt Groening, sí, el creador de Los Simpson, y se fue con él a los Estados Unidos a inventar su propia familia (ya tuvieron 5 hijos juntos).
Mondongo volvió a sus orígenes: una sintonía entre dos personas que hicieron del arte un amor, y del trabajo una obra que parece brotar de todas partes. “Estuvimos siete años trabajando ininterrumpidamente –cuenta Manuel–. Cuando nació Francisca seguimos dos años más. Recién después decidimos que era la hora de parar”.
“En realidad fue un ‘paramos’ relativo… –intercede su compañera– Nos tomamos tres días de vacaciones, un amigo nos invitó a un campo en Entre Ríos y ahí vimos esa naturaleza despampanante y nació la serie de los paisajes”.
Juliana se refiere a la muestra que presentaron en 2013 en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) y que durante todo este verano se exhibe en el Museo MAR de Mar del Plata: una instalación circular de cuarenta y cinco metros en quince paneles que representan paisajes entrerrianos pintados con plastilina.
En el museo MAR, de Mar del Plata: instalación circular en quince paneles que representan paisajes entrerrianos.
-La plastilina es una de las marcas registradas de Mondongo, ¿cómo llegaron hasta este material?
–Manuel: Empezamos como hacen los chicos, haciendo choricitos de plastilina. Después el mismo material nos fue llevando por caminos totalmente inesperados. Un día la calentamos para ablandar la plastilina en microondas, se nos derritió y la empezamos a usar con un pincel. También la trabajamos con la Pastalinda. De tanto caminarla, en un momento quisimos hacer una suerte de grabado y tuvimos que inventar una herramienta para darle un tratamiento nuevo. Siempre probamos cosas. Probamos con frutas, pegando chicles, tuvimos también muchos materiales que no funcionaron. Al principio eran más frustraciones que hallazgos.
«Siempre probamos cosas. Probamos pintar con frutas, pegando chicles, tuvimos también muchos materiales que no funcionaron. Al principio eran más frustraciones que hallazgos.»
-En algún momento los criticaban por usar alimentos en un país que tiene habitantes con hambre…
-Juliana: Tenemos la necesidad imperiosa de comunicarnos con la gente a través de nuestra obra. Sabemos que si tomamos la decisión de salir a comunicarnos, puede venir una respuesta muy variada. Nuestra gran ventaja es que estamos juntos y es más fácil de tolerar el desamor, la incomprensión o el rechazo.
Plastilina y pandemia
En Mondongo, lo popular, lo doméstico y lo afectivo se mezclan con los museos, las salas de arte y la formación académica; pero, como en toda pareja, no siempre están de acuerdo. Un tiempo atrás, Juliana se cansó de la plastilina y quiso volver al óleo. Acostumbrados a hacer todo juntos, hubo un tiempo en que cada uno usaba un material distinto. En la forma en que Manuel cuenta sobre la crisis que su compañera tuvo con la plastilina parece haber un dejo de reproche.
Pero después vino un viaje a Florencia, Italia, para aprender de sus maestros: Miguel Ángel, Da Vinci, Botticelli, Tiziano, entre muchos otros. Volvieron, llegó el tiempo de la pandemia y todo cambió. Encerrados en la cuarentena estricta, lo primero que hicieron fue la obra que iniciaba la exposición en la galería Barro: sesenta ojos pintados al óleo. “Empezamos a pintar ese formato, ojos de amigos y familiares, a partir de una conversación con una amiga poeta yanqui, Ariana Reines, que nos dijo que en esta nueva era cada cual tendrá derecho a su propio rectángulo. Ese material y ese formato además era posible de trabajar en casa, sin ir al taller”, explica Juliana.
“También remite al zoom, la plataforma que explotó durante la cuarentena. Era una manera de hablar de la realidad que nos circundaba y al mismo tiempo de reversionar el retrato. Además, de evocar a nuestros seres queridos que no podíamos ver”, sigue Manuel.
-¿Y cuando por fin pudieron volver al taller?
-Juliana: Cuando pudimos volver al taller, después de haber transitado la pintura al óleo, tuve ganas de reencontrarme con la plastilina. Así surgieron los tondos (cuadros con forma circular) que hicimos a partir de que pudimos volver al taller y nos tiramos de cabeza de nuevo a la plastilina.
Sus instalaciones no sólo para contemplar a distancia: son para sumergirse en ellas. /FOTO: Constanza Niscovolos
-Manuel: La pandemia nos reencontró. Nos valoramos más de nuevo entre nosotros. Después de trabajar tantos años juntos, es otra la realidad. En el hilo, por ejemplo, trabajamos conjuntamente en la misma técnica: uno prepara el color y el otro lo pone; cuando comenzamos teníamos discusiones eternas por cada sección, pero en los últimos años casi no hablamos, ya es una comunicación mental. Eso se traslada a todo lo que hacemos.
-¿Supieron enseguida qué querían hacer?
-Juliana: Cuando entramos al taller, después de siete meses, dijimos: “Bueno, empecemos a trabajar”. Y comenzaron las preguntas: “¿Qué vamos a hacer? ¿De qué vamos a hablar?” Y lo primero que descubrimos fue que parecíamos estar en sintonías totalmente diferentes. No nos entendíamos. Ese día nos asustamos, pensamos que había pasado algo durante la pandemia que había generado una desconexión. Sentimos miedo, incluso pánico, de que se hubiera roto el idilio. Por suerte duró un día y nada más, después se destrabó y no paramos. Hubo una decisión de pasarla lo mejor posible, pese a las circunstancias dolorosas. La angustia con la que trabajamos esta muestra es una angustia que todo el mundo sabe de qué se trata.
«La angustia con la que trabajamos esta muestra en pandemia es una angustia que todo el mundo sabe de qué se trata.»
Una vida en estado de arte
Manuel pinta y dibuja desde que tiene uso de razón. Siempre tuvo la fantasía de ser pintor. Juliana también, aunque ella además escribía y tocaba el piano. Los dos recibieron el apoyo de sus familias. Artistas desde el origen, el éxito les llegó rápido. Luego de los retratos de la familia real española, se multiplicaron los coleccionistas, las galerías, las exposiciones en todo el mundo. Las obras de Mondongo desfilaron por museos de Nueva York, París, Berlín, Londres, Roma, Madrid, Bruselas, Zurich y Abu Dhabi, entre varios más.
Como pareja en la vida y el trabajo, los Mondongo viven en estado perpetuo de arte. Juliana cita a Marta Minujín para explicar de qué se trata: “El artista vive en arte o si no será un simple oficio o un artista de domingo. No es sólo: ‘Voy a hacer arte’. Nosotros vivimos en arte”.
“Es una obsesión de la cual no se puede escapar –agrega Manuel–. Uno está pensando todo el tiempo en la obra. Es algo que te persigue. Para hacer la última muestra estuvimos ocho meses con catorce horas de trabajo por día”.
“Cuando trabajás tantas horas –sigue Juliana– hay momentos en que los espíritus vuelan, se elevan y te acompañan, y hay otros en los que te molestan. Es un trabajo constante”.
-¿Su obra es lo más importante de sus vidas?
-Manuel: Todo está consustanciado. A nosotros nos une la obra.
-Juliana: Desde ya que lo primero que me interesa es mi hija, pero después viene la obra.
-Manuel: Pero como está tan consustanciada ella también, nuestra hija tampoco puede escapar de la obra. De hecho participó en varias. También es una herramienta de nuestra expresión.
-Ser artista implica posicionarse de otra manera en la vida…
-Manuel: En un punto, sí. Estás yendo a contramano de los sistemas habituales de trabajo. El arte es intentar vivir una experiencia espiritual y transmitirla a través de la obra. Nosotros pensamos comunicar lo mejor posible lo que necesitamos comunicar, más allá de pensarlo como arte. Finalmente nos levantamos a las cinco y media de la mañana, dejamos a nuestra hija en el colegio y nos ponemos a trabajar doce horas.
«Nos levantamos a las cinco y media de la mañana, dejamos a nuestra hija en el colegio y nos ponemos a trabajar doce horas.»
-Juliana: Es nuestra vida. Después volvemos a casa y comemos con nuestra hija.
-¿Cuál es el secreto para mantener una pareja creativa más de veinte años?
–Juliana: Pasamos por todos los estadios. Ahora llegamos a la conclusión de que decir que sí es mucho más fructífero que decir que no. Cuando tenemos rispideces alrededor de una obra y nos cuesta llegar a un acuerdo, decimos que sí y vamos. Después es la misma obra la que se encarga de decidir.
-Manuel: Cuando decís que sí aunque estés en desacuerdo, y eso al final funciona, genera algo muy placentero.
Más de 20 años juntos: Juliana y Manuel, el dúo Mondongo. /FOTO: Constanza Niscovolos
-Si tuvieran que destacar algo que admiran del otro, ¿qué sería?
-Manuel: Lo que más admiro de Juliana es que lo que ella toca está impregnado en una espiritualidad muy especial.
-Juliana: Manuel tiene una conexión muy arraigada con el Renacimiento, una época de la historia del arte que él puede transmitir en estos tiempos.
-¿Cómo se llevan con la idea de que ya hoy, con cuarenta y pico de años, se hayan ganado su lugar como clásico?
-Juliana: De mi lado, deseo que nuestra obra trascienda nuestros cuerpos físicos, pero lo que más me interesa es el presente. El ahora. Poder seguir trabajando. Aunque me dijeran que mi obra se va a olvidar, no podría hacer otra cosa. No tengo elección. Si no tuviese esta oportunidad de expresarme de esta manera viviría en una oscuridad tremenda.
-Manuel: Buscamos comunicar más allá de nosotros. La vanidad es un motor para cualquier artista, pero al trabajar juntos buscamos que se trascienda eso.
-¿Qué es el éxito para ustedes?
-Juliana: Considero éxito poder pintar todo el día.
«Nuestro éxito es poder pintar todo el día.»
-Manuel: Ese es el éxito mayor: levantarme a la mañana y trabajar inventando una técnica nueva con ella, pensando qué podemos decir, cómo comunicarnos con la gente. Parte del éxito es sostener eso: dialogar, disolvernos y tratar de crear una obra lo mejor posible más allá de nosotros.