Fuente: El Planeta Urbano ~ Fue genio y figura tanto en Nueva York como en la bohemia parisina. Le pagó la deuda externa a Andy Warhol, hizo un obelisco de pan dulce y acaba de festejar su cumpleaños 80 con una boda. Es, sin discusión, nuestra artista más popular, y sigue girando.
Hombres con cabeza de jirafa o de pelota de fútbol que saltan en una pata y gritan a los cuatro vientos: “El modelo del tiempo es la eternidad”. Mujeres maquilladas con obras cubistas que regalan, con toda parsimonia, un globo de color negro. Un salón (la planta baja del Malba) ambientado con globos, tortas, manteles y vajilla también negros. Y los invitados, claro, bajo un estricto dress code de total black y gafas de sol.
Esta postal solo encuentra explicación en el universo de Marta Minujín, la artista argentina que popularizó a niveles impensados su latiguillo “arte arte arte” y que decidió celebrar su cumpleaños número 80 con una performance-fiesta-acción artística que llamó «Casamiento con la eternidad«.
No es la primera vez que la artista, que con su look de cabello platinado y gafas espejadas se convirtió a sí misma en marca registrada, decide casarse como parte de una acción artística. A los 70, en este mismo museo, se ofició su boda “con el arte”, aunque en aquella oportunidad todo era blanco: los trajes, la torta, el caballo y el mateo que la llevó a su fiesta de cumpleaños.
Tampoco es la primera vez que demuestra su inmensa capacidad de reinvención, la misma que en este 2023 le depara exposiciones en la Pinacoteca de San Pablo (uno de los museos más importantes de Brasil), en The Jewish Museum de Nueva York y una itinerancia de su icónica «La menesunda» por países de Europa hasta fines de 2024.
VESTIDA DE NOVIA
El aniversario de su nacimiento la vuelve a encontrar en la cima de una carrera pionera y vanguardista que comenzó en 1963 con su primer happening, «La destrucción», donde un verdugo encapuchado destruía a hachazos todas sus obras de los últimos tres años de su bohemia vida parisina. Ella luego las prendió fuego y soltó cientos de aves y conejos entre la audiencia. “Fue una sucesión de imágenes orgiásticas incontrovertibles”, recuerda la artista en sus diarios íntimos publicados bajo el título «Tres inviernos en París» (Penguin).
Hay que decir que la sucesión de imágenes, tal vez no orgiásticas pero sí incontrovertibles, se repite la noche de su boda con la eternidad, a la que llega en un colectivo de la línea 67 (alquilado exclusivamente para ella y sus performers, caras de Picasso y máscaras de la Estatua de la Libertad y Van Gogh). En el vidrio delantero, el ómnibus anuncia su ruta: “Arte arte arte”. Mientras un grupo de clarinetistas se pasean por la explanada de ingreso al Malba haciendo sonar sus fanfarrias, Minujín baja del colectivo con muchísimas capas de tul rosa pastel y un ramo de rosas negras.
«El Danubio azul«, de Strauss, marca el inicio de la fiesta, una auténtica boda con baile, brindis, torta con cintitas con mini Partenones de libros y hasta el momento de arrojar el ramo negro mientras los performers animaban con consignas como: “No se puede bañar dos veces en el mismo río” o “Podés girar sobre vos mismo”.
DE AQUÍ A LA ETERNIDAD
“La eternidad para mí es algo invisible, intangible, como el cometa de una estrella volando. No tiene nada que ver con mi persona ni con un objeto”, expresó la artista, un poco más tarde, sentada en el auditorio del museo, cuando decidió hacer una rueda de prensa con los medios presentes, incluido El Planeta Urbano.
–De todos los proyectos que te depara 2023, ¿cuál te entusiasma más?
–Todos. La muestra en The Jewish Museum es bárbara porque arranca desde mis obras de los 12 años y pasa por los colchones, las esculturas, las obras efímeras. «La menesunda» viajando por Europa me emociona mucho, va a estar en Inglaterra, Dinamarca.
Además, voy a volver a hacer el «Partenón de los libros prohibidos», a la misma escala, y con los mismos libros, en las inmediaciones del CCK, aunque todavía no está definido el lugar. Se va a inaugurar el 25 de mayo. Es por los 40 años de la democracia. Esa fue una de las obras que más me emocionó hacer.
Una gran repercusión tuvo en 1983, en los días previos al regreso de la democracia, «El Partenón de los libros», un homenaje a la acrópolis de Grecia, recubierto por 20 mil libros que habían sido prohibidos durante la última dictadura cívico-militar. La obra fue recreada por Minujín en 2017 para la prestigiosa exposición documenta de Kassel, Alemania, una construcción de 70 metros de ancho por 30 de alto, con cien mil libros prohibidos de todas partes del mundo, que al finalizar la acción fueron donados.
TODOS A LA PISTA
Entre los trabajos más recordados también se encuentra «La menesunda», instalada originalmente en 1965 en el Instituto Di Tella y reconstruida para su 50º aniversario en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires: un laberinto de once ambientes con aromas, sensaciones y experiencias de todo tipo. La por entonces inusual obra buscaba provocar al espectador y sacarlo de la calma de su cotidianeidad: luces de neón en una sala, una pareja acostada en paños menores en una cama, olor a fritura, una masajista que ofrecía sus servicios y ventiladores que hacían volar gran cantidad de papel picado.
Su gran logro fue el “arte de participación masiva, el arte que es para todos, que no es elitista”, como definió la reina argentina del pop art. Había largas filas todos los días para ingresar a ver la obra que tenía indignada a la prensa de entonces: “Lamentable”, “decadente y de mal gusto”, “sentimos que nos han tomado el pelo” eran algunos comentarios publicados en los diarios de la época.
“Espero no vivir toda la década porque me parece una decadencia, después de los 90 no quiero vivir más, quiero desaparecer”, reflexionó la artista que en 1964 comenzaría con su serie de colchones intervenidos, pintados de colores estridentes, fluorescentes, de formas variadas (como “Revuélquese y viva” o “Eróticos en technicolor”), una serie que la acompañaría durante el resto de su carrera.
Además de dejar su marca en la historia con hitos como «El obelisco de pan dulce«, en Buenos Aires; «Carlos Gardel de fuego», en Colombia, y más recientemente el «Lobo marino de alfajores» de diez metros de alto, en la ciudad de Mar del Plata, Minujín vivió uno de los hitos de su carrera cuando en 1985 decidió realizar «El pago de la deuda externa con choclos, el oro Latinoamericano» junto al artista estadounidense Andy Warhol: una serie de fotografías tomadas en la mítica The Factory, de Nueva York, donde dispuso el maíz en el piso de la entrada y en el medio del montículo se ubicaron dos sillas, donde se sentaron ambos, dándose la espalda uno al otro y recreando los movimientos de dar y recibir los choclos. Al finalizar, repartieron las mazorcas entre los transeúntes que pasaban por el Empire State Building.
–¿Sos feliz, Marta?
–Sí, porque siempre viví en arte. Y esta noche, la gente también vivió en arte.
Así concluyó la protagonista de la boda, figura icónica del arte argentino, reconocida por sus performances, happenings y construcciones a gran escala, así como por sus obras de vanguardia y psicodélicas.