Fuente: La Nación ~ Este es el lugar donde se reúne el consejo. No hay cabecera: todos iguales, incluso el rey. Ese es el corazón de Camelot”, explica Arturo, el monarca de la leyenda interpretado por Sean Connery, al joven Lancelot que encarna Richard Gere en El primer caballero. Mientras escucha a su mentor, este último se detiene en la frase tallada sobre la célebre mesa redonda: “Sirviéndonos los unos a los otros, nos liberamos”.
Disponible en Netflix, a un cuarto de siglo de su estreno y a días de la muerte del actor inglés, la película dejaba así un mensaje póstumo del hombre que le dio a James Bond su rostro más conocido. Una síntesis de lo que se estaba gestando a puertas cerradas, en plena pandemia, mientras las reuniones cotidianas por Zoom hacían del damero de rostros un ícono del nuevo paradigma: el que reemplaza la competencia por la colaboración, puesto en práctica desde hace décadas en el mundo del arte.
“Los artistas anticipamos cosas que todavía no son cuantificables”, advertía hace cinco años a LA NACION Tomás Saraceno, tucumano radicado en Berlín, mientras impulsaba con un equipo interdisciplinario su proyecto de convertir a la Argentina en un país pionero en vuelos libres de combustibles fósiles.
La búsqueda de soluciones a problemas ambientales inspira a muchos “artivistas” que aportan su talento para lograr una transformación política y social. Como el danés Olafur Eliasson, también radicado en la capital alemana. En esa ciudad pionera en generar conciencia sobre formas de vida más sustentables, trabaja en crear “espacios sensibles a lo individual y a lo colectivo” con artesanos, técnicos, arquitectos, historiadores de arte, cineastas, ingenieros.
Comprometidos y cosmopolitas, Saraceno y Eliasson se cuentan entre los convocados para participar de Back to Earth (“Volver a la Tierra”), ciclo destinado a celebrar los cincuenta años de las británicas Serpentine Galleries con la mirada puesta en el futuro: a través de campañas ecológicas promovidas por decenas de expertos en distintas disciplinas. “¿Qué tipo de investigaciones y recursos compartidos, y prácticas de trabajo colaborativas se necesitan para dar respuestas complejas a problemas complejos?”, se pregunta una de las instituciones artísticas más prestigiosas del mundo, que impulsa desde 2014 iniciativas relacionadas con la preservación del medioambiente.
“¿Para qué sirve el arte? ¿Frente al dolor, hay algo que el arte pueda hacer?” Esas preguntas procura responder con acciones concretas Vergel, una ONG que pone la creatividad al servicio de la salud y la educación. Todo comenzó en 2006, cuando la artista Catalina León se presentó como voluntaria en el Hospice San Camilo para acompañar adultos en el final de su vida. Luego se incorporó al equipo de cuidados paliativos del Hospital Gutiérrez, sumó a varios colegas y así nació el programa Pintando en el Hospital, para niños y adolescentes internados.
En el otro extremo del ciclo vital se concentra Ana Gallardo: la instancia próxima a la muerte es uno de los ejes centrales de su trabajo, casi siempre colectivo. Desde hace más de una década está abocada al proyecto Un lugar para vivir cuando seamos viejos, que consiste en aprender hobbies y oficios; sueña además con la creación de una “escuela de envejecer”, en la cual puedan compartir esas actividades.
El interés por los vínculos que se tejen al aprender conocimientos que atraviesan generaciones de boca en boca inspira también la obra de Gabriel Baggio, artista que creció observando cómo su abuelo fabricaba utensilios de madera para que su abuela amasara las pastas.
“Belleza y felicidad” se leía en letras doradas sobre la vidriera de un local de Almagro, que funcionó como abrigo poético de artistas durante los primeros años del nuevo milenio. Aquel mítico espacio creado por Cecilia Pavón y Fernanda Laguna fue transformado en Belleza y Felicidad Fiorito, un proyecto social y educativo que funciona desde 2003 en Villa Fiorito. La pandemia profundizó ese rol: se crearon alianzas con otras organizaciones para ampliar el comedor y la información sobre higiene y violencia de género.
El trabajo de Laguna fue citado entre los proyectos artísticos difundidos el año pasado desde las plataformas virtuales del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, cuando la pandemia obligó a cerrar sus puertas. Las reabrió con sus espacios comunes intervenidos por otro emprendimiento grupal liderado por Diana Aisenberg, artista confiada en que “todo lo que está suspendido por obra del trabajo colectivo, es refugio”.
“Estos acercamientos a distintos modos de observar y actuar junto a las comunidades -señaló el Moderno- parecen confirmar que, en el camino hacia la vida colectiva que planeamos, el arte es una de las mejores formas de forjar lazos duraderos sobre la base de nuevas sensibilidades, diálogos profundos y fantasías de nuevos mundos posibles”.