Fuente: Clarín ~ Vibrando entre lo figurativo y lo abstracto, su universo supera su tiempo y dialoga con el arte contemporáneo.
Decía Borges que la cualidad de los clásicos residía en ser leídos con una misteriosa lealtad. Siendo Kenneth Kemble un clásico indiscutido, la máxima se aplica perfectamente y habilita, además, la chance de reforzar la metáfora lectora extendiéndola al mundo visual. La muestra del artista en la galería MCMC reúne 26 obras, todas ellas realizadas en la primera mitad de la década del 70, que Kemble expuso en la célebre galería Bonino en su sede de Buenos Aires. Dejando atrás el informalismo, esta etapa de su producción está marcada por una doble experimentación. Desde lo formal, por la continuidad en el énfasis de lo compositivo y en el diálogo entre lo matérico y los contextos, tanto desde lo interior de la obra como de su relación con el entorno. Desde lo visual y lo temático, la construcción creativa intenta pasar por encima de la tensión entre lo figurativo y lo abstracto, planteando al mismo tiempo paisajes cargados de simbolismo y referencias fantasiosas. El nombre de la exposición, Paisajes Imaginados, sintetiza bien la búsqueda del artista al tiempo que sugiere una posibilidad de lectura.
Las obras de la exposición, si bien tienen el gesto inconfundible de Kemble, son las menos transitadas y no son las que habitualmente actúan como referencia a su trayectoria. Tanto las anteriores, más rupturistas desde lo conceptual, como las posteriores, más formalmente involucradas con el uso del color y las texturas, tienen una presencia más firme en el inconsciente colectivo del universo de las artes visuales argentinas. En cambio, las exhibidas aquí muestran matices importantes y a la vez, confirman un método de trabajo eficaz y riguroso.
El modo exhibitivo que eligió la galería ayuda a enfatizar la elección metódica de Kemble. Es conocida su forma de trabajo en la que traslada de manera meticulosa y perfecta desde un boceto más reducido a telas de gran tamaño. En este caso, esa transmisión va desde unos collages en pequeño formato a acrílicos enormes que, mostrados juntos, arman una conversación que obliga al espectador a un ir y venir lúdico y repleto de descubrimientos.
Esta alquimia se da, por ejemplo, en el dueto “Esquema de Robot en forma de T”, dos obras de 1970, un collage sobre papel de 50 x 30 centímetros y un acrílico en lienzo de 180 x 105. La traslación de una obra a otra es perfecta; los planos, la composición, el color y la simetría de las figuras llaman la atención del espectador por su precisión y por el dominio de la técnica.
Lo mismo ocurre con “Maqueta para un monumento en la luna”, obras de 1971 en la que la pareja entre el collage y la obra en acrílico funciona de un modo vibrante y completo. El collage, exhibido en conjunto con otros en una de las salas de la galería, es muy pequeño, apenas 25 centímetros por lado. La pieza grande es un acrílico sobre tela de casi dos metros de alto y ancho. El juego de planos, color y texturas que Kemble despliega en esta obra es un muestrario de su ductilidad técnica y de su imaginación. Sobre una superficie cuadrada oscura, un gran plano geométrico en color terroso se hace protagonista. Por detrás asoma otra figura, estilizada, que juega con el blanco y negro, con el difuminado y la transparencia. Sobre el plano tierra aparecen dos figuras más claras en las que un celeste sideral manda sobre el fondo blanco y tierra. Un paisaje imaginado por el artista, ni del todo abstracto ni del todo figurativo, pero con una capacidad emotiva y de comunicación monumental.
Quisiera volver por un momento a la referencia textual múltiple que propone esta exposición. Aquello que a primera vista puede parecer un ejercicio o acto de rememoración estética es, en realidad, un juego intrincado de tres posibilidades de lectura distintas, al mismo tiempo necesariamente vinculadas. Por una lado, la lectura experiencial del visitante que se encuentra con las obras y las completa con su percepción. Se suma, en este caso, el ejercicio de reposición de la muestra original en la galería Bonino.
Esta actitud de MCMC es interesante y se involucra en una necesidad de análisis dentro del campo del estudio del mundo artístico que se encuentra en expansión en nuestro medio y que encuentra en esta exposición un ejemplo significativo.
Por último, y tal vez el más curioso, es la incorporación del propio texto de Kemble para su exposición. Anticipando la actualidad de un ejercicio que sin dudas admite algunas críticas, Kemble escribe sobre su propia muestra aclarando conceptos y búsquedas creativas y metodológicas, haciendo referencias a la historia del arte y a la actualidad de su presente.
Por todas estas razones la exposición en MCMC es mucho más que un hecho de arqueología: logra un estatus que trasciende lo meramente clásico instalándose también en la discusión contemporánea.