Fuente: La Nación ~ Aunque en paupérrimas condiciones, dos pinturas sobrevivieron a la explosión del puerto de Beirut el año pasado, alcanzada su señorial residencia por la demoledora onda expansiva. El Palacio Sursock –que había resistido guerras mundiales y civiles– quedó a la miseria, y quién sabe si estas obras maestras hubiesen sido rescatadas de los escombros de no ser por Gregory Buchakjian, un historiador del arte, que plantó la semilla de la duda. Para este erudito, es probable que Santa María Magdalena y Hércules y Onfalia sean piezas inéditas de Artemisia Gentileschi, que permanecieron –como La carta robada de Poe– “escondidas a la vista de todos” durante décadas. De autenticarse, sería un hallazgo inaudito. Más insólita, sin embargo, ha sido la (mala) suerte de unos óleos enmarcados del holandés Samuel van Hoogstraten, discípulo de Rembrandt, y del italiano Pietro Bellotti, estimado retratista del siglo XVII, contemporáneos de esta gran pintora barroca. Semanas atrás, la policía alemana informaba que habían sido encontrados cuadros de estos artistas en el contenedor de basura de una estación de servicio, a la vera de una autopista de Baviera. Cómo diantres terminaron allí es un misterio que aún desvela a las autoridades, que siguen trabajando para despejar la incógnita.
“¿Quién sabe?, capaz entre cascotes o restos de comida aparezcan en un futuro las obras que se robaron del Isabella Stewart Gardner Museum, en Boston, hace más de 30 años, el mayor atraco de la historia del arte. Un caso increíble, y no solo porque se llevaron piezas de Vermeer, Manet… Las cortaron directamente de los marcos originales, que aún siguen expuestos, sin los lienzos”, comparte Jason Osborne, artista con residencia en Nueva York. Suerte de Sherlock del descarte pictórico, que lleva más de una década registrando pinturas abandonadas en las calles; en su mayoría, obras de amateurs. “Jamás di con una que valieran una fortuna, es raro que suceda”, reconoce en charla con LA NACION revista quien se ocupa de trabajos que ni acaban en subastas ni en exposiciones; más bien, conviven con ratones y bolsas de basura, desechados por sus dueños, que ya no los quieren en sus paredes. De fotos propias e imágenes que le envían personas de todo el mundo se alimenta @abandonedpaintings, cuenta de Instagram que actualiza religiosamente cada mañana.
¿Por qué centrarte en pinturas abandonadas y no en fotografías, esculturas, otras expresiones visuales?
En principio, porque soy pintor, es mi disciplina. Por otra parte, si le preguntás a una persona promedio qué es el arte, seguramente piense en un cuadro o en un dibujo. Hay una cierta romantización en torno a la pintura, como si un lienzo intervenido ya tuviese un valor inherente, automáticamente fuera especial, por más terrible que sea la obra. En el mejor de los escenarios, lo que la vuelve especial es que sea artesanal: en tiempos donde rara vez la gente se detiene a hacer trabajos a mano, alguien se sentó, tomó el pincel, volcó una idea en marcas…
Esta suerte de sacralización se nota en cómo las dejan en las calles: las ubican con esmero, esperando que sean adoptadas, como si estuvieran purgando el pecado mortal de haberlas dejado.
Tal cual. Se las sacan de encima, pero parecieran montar un pequeño show en la vereda, casi una instalación, intentando atraer la atención de transeúntes, esperando que alguien más se haga cargo. Me llegan muchas fotos de obras apoyadas sobre contenedores de residuos, tachos, árboles, al lado de trampas para ratas; mis favoritas son las que están sentadas sobre sofás destartalados. Siempre hay una sorpresa, un giro inesperado; son esos detalles accidentales los que más aprecio. Antes de encarar este proyecto venía preguntándome qué potencial puede tener una pintura más allá de decorar una pared. Entonces empecé a explorar desde la instalación, haciendo montajes en lugares poco ortodoxos. Así fue cómo fundé Off-White Columns, otra propuesta en curso, donde expongo una pieza a la vez, en la columna que está frente a mi escritorio, en la oficina donde estoy.
Nacido en Wisconsin en 1979, graduado en arte en la Universidad de Carolina del Norte, Osborne trabaja en la casa de subastas Phillips, en Nueva York, donde opera esta microgalería, que puede visitarse cita previa mediante. “La inspiración viene de Austin Eddy, artista que hace unos cuantos años inauguró Eddy’s Room, donde exponía obras en el armario de su dormitorio”, cuenta Jason, que entiende esa experiencia como “un recordatorio de que todos podemos inventar una vía distinta, sin necesidad de apelar a fórmulas seriadas”. De hecho, reconoce que sostener Abandoned Paintings le ayuda en su labor como pintor “porque me aleja de un enfoque tradicional, me permite salir de las estructuras convencionales”.
Fue muy comentado el éxodo masivo que ocurrió en Nueva York durante la pandemia, con residentes dejando la ciudad en busca de hogares más grandes y menos costosos, con espacio al aire libre, un fenómeno facilitado por el trabajo remoto. Se habla de que registró la mayor baja de población de todo Estados Unidos, su caída más fuerte desde los 70. Con la avalancha de mudanzas, ¿hubo más pinturas abandonadas en las calles?
Sí, absolutamente. La migración fue bestial, muchísima gente se marchó de la ciudad. Personas jóvenes que cursaban la universidad y, frente al susto e incertidumbre, regresaron a las casas de sus padres en otros estados, a sabiendas de que no haría mella en sus estudios, de que podían continuar sus clases a distancia. También gente con dinero que decidió trasladarse de Manhattan a Southampton, al Este, al poder costearse vivir en una zona conocida como lugar de escapada de ricos y famosos. Las galerías de arte los siguieron: invirtieron en propiedades allá, aun sin poder exhibir, con la intención de acercar piezas a millonarios. Pero retomando el hilo, sí que aumentaron los cuadros abandonados en las calles durante la pandemia. La cantidad de fotos que recibí este último año y medio se multiplicaron.
Osborne entiende que el aumento inusitado de cuadros abandonados es parte de una tendencia mayor, que algunos medios norteamericanos llaman The Golden Era of Free Stuff (“La era dorada de cosas gratis”). Dada la abundancia de objetos valiosos que terminan en el tacho, es tiempo de bonanza para valientes que no tienen pruritos en cartonear en contenedores, aun a riesgo de llevarse alguna que otra pulguita a casa. Al parecer, son desechados no solo por los que se están dando a la huida: también por quienes continúan haciendo limpieza profunda, prescindiendo de brazaletes, candelabros, sillas vintage, pianos de cola, lavatorios… “Si bien ya existían cuentas en Instagram como @stoopingnyc, que dan la locación exacta de bienes tirados para que la gente los recoja si les sirve, los posteos se volvieron cada vez más frecuentes este último tiempo. Hay a disposición desde mesitas y plantas hasta espejos, tocadiscos, pipas de agua, lo que se te ocurra. Cuando se desató la crisis por Covid-19, pausaron un rato, al no saber cuán seguro era alentar que se saliera y se recogieran pertenencias de anónimos. Pero al probarse que ya no había riesgo, activaron recargadísimos”, señala Jason.
Dicho lo dicho, recuerda Osborne que su proyecto ni se circunscribe a la Gran Manzana ni empezó el año pasado: lleva a razón de una década compartiendo imágenes de cuadros abandonados a través de su cuenta de Instagram. A partir del material que le llueve de las más diversas latitudes: San Francisco, Chicago, Texas, por citar apenas unos pocos puntos estadounidenses, pero también “ciudades europeas, de Israel, Sri Lanka, Australia, Canadá… De Argentina, recibí fotos de La Plata, Mar del Plata. Debería comprar un mapamundi y clavarle una multitud de chinches”. Sus seguidores se pasan la bola de boca en boca, “es como un secreto a voces, que ahora goza de una base linda de followers, con entendimiento común, que aprecian que alguien se ocupe de un tema que no ha sido suficientemente explorado. A riesgo de sonar cursi, se siente como una alianza”.
No solo por mudanza o refacción se tiran pertenencias: la muerte y el consiguiente legado, ¿sería otra razón?
Es una conjetura válida, en especial en este último tiempo, cuando estuvimos en ground zero. Pero rara vez especulo acerca de qué historias se ocultan detrás de estas obras, por qué alguien habría de tirarlas. Quizás porque en general son bastante… mediocres, entonces casi que doy por sentado que se trata de experimentos fallidos, intentos que salieron muy mal.
Según la filósofa húngara Ágnes Heller, en épocas premodernas el “buen gusto” era más objetivo, pero en la actualidad es mera cuestión de preferencias. “Lo subjetivo es tan preponderante que los cánones son considerados trabas a la libertad”, escribió en una oportunidad ¿No es arriesgado señalar qué es buen o mal arte?
Cuando hablo de mediocridad lo hago en términos de rupturismo, si es algo que he visto o no antes, si se siente familiar o es radical, tiene una cuota de transgresión. Llevo años trabajando en este mundillo, he visto infinidad de pinturas. Después de un tiempo, no es demasiado habitual que algo atrape tu atención, en especial cuando a uno le interesan autores que abordan nuevas maneras, sea en forma o en contenido.
¿Has notado alguna tendencia pictórica en lo que se desecha, según la época?
Es completamente arbitrario, ciento por ciento aleatorio. Si solo fueran artistas o estudiantes de arte los que tiran sus trabajos, seguramente responderían a ciertas modas, estarían empapados del estilo en boga. Pero como son obras tan amateurs, no se hacen eco de lo que pide la industria. Cuando empecé con Abandoned Paintings, estaba en auge algo llamado crap abstraction; es decir, obras abstractas a mano alzada, hechas a la velocidad de la luz. Se vendían como pan caliente, pero no recuerdo haber visto ninguna pieza así en las calles. Hoy día tampoco observo arte figurativo tradicional, si bien estilizado, con una vuelta de tuerca, que es lo que más está demandando este mercado tan oscilante.
¿Alguna vez alguien reconoció su trabajo y te contactó para echarte la bronca?
Me han escrito pintores, pero muertos de risa. Pasó, de hecho, que el autor de una pieza –bastante perturbadora, semejaba piel estirada, extrañísima– reconoció su trabajo; no una, ¡dos veces! Se ve que el destino de esa obra es terminar a la intemperie… No se lo toman a mal, están acostumbrados a la crítica. De todas formas, no hay saña en Abandoned Paintings, es mero registro.
¿Cómo te gustaría continuar la propuesta?
Aunque el proyecto hace base en la filosofía del desprendimiento, sería lindo emparejar obras descartadas con personas. También sería divertido seguirles el rastro, ver qué caminito hacen. Pero lo veo complicado. Implicaría un despliegue que no está dentro de mis posibilidades. Cualquier alternativa física que involucre almacenar los cuadros es impracticable; necesitaría dedicarle mi vida entera, invertir hasta el último centavo de mis ahorros. Terminaría repitiendo la excentricidad de Andy Warhol, que acumuló tantas baratijas que, al morir, quedaron cientos de cajas repletas de bagatelas. Una posibilidad que barajo es mudar la cuenta de IG a una galería virtual. También me gustaría ver algo en papel, quizás un catálogo o un libro ilustrado, con textos agudos que profundicen en el tema.
Has escrito un manifiesto de artista donde recomendás a colegas deshacerse de alguno de sus trabajos, ¿con qué finalidad?
Muchos tienen un apego emocional demasiado profundo hacia sus obras, como si fueran objetos preciosos, de inestimable valor. Obviamente, no le quito mérito a mi oficio; aunque suene un poco loco, es realmente difícil pintar, a punto tal que hay gente que ha dedicado toda su vida a encontrar y a desarrollar un estilo propio. Pero es en pos de desmitificar que les digo: creen algo, regalen algo, tiren algo. Son solo pinturas.