Fuente: El Ojo del Arte ~ Su excepcional corpus de obra le mereció una adeudada muestra antológica en el Museo Moderno. Con una trayectoria que abarca también el ámbito académico, Cerrato conversa sobre Gurdjieff, sincronismo, bioquímica y ovnis.
Elda Cerrato nació en Asti, Italia, en 1930. Llegó a la Argentina siendo una niña. Se formó en bioquímica, y asistía a un taller de arte al mismo tiempo. Terminada la carrera, optó por el arte, una pasión de toda su vida. En 1960, emigró a Caracas con su compañero, el músico Luis Zubillaga. En sus primeras exposiciones individuales, en Venezuela, hacía collages con papeles de diferentes grados de absorción y pigmentos de Windsor y Newton utilizando recursos aleatorios. «En una etapa posterior, las Cosmovisiones, las obras tenían algunos títulos que un crítico de Tucumán atribuyó a mis estudios de bioquímica», señala Cerrato.
Sus búsquedas espirituales son una constante desde su adolescencia. «Estaban encaminadas a tratar de contestarme preguntas tales como qué soy yo, qué es todo este universo». Fue decisivo su encuentro con las ideas de la Escuela del Cuarto Camino de George Gurdjieff. En Tucumán, creó la extensa serie de la epopeya del ser β (beta), a partir de varias experiencias como cosmovisiones alternativas, la poesía surrealista y los mundos de la ciencia ficción, el I Ching, los cuentos de Gurdjieff y la aparición en Tucumán de platos voladores.
A finales de la década del sesenta, entra en su etapa más conceptual. En 1970, dirige el cortometraje de animación Algunos segmentos, filmado en 16 mm con auspicio del CAyC, a partir de sus pinturas y dibujos. Busca nuevos formatos y canales de comunicación. En las obras siguientes las referencias al contexto político se vuelven más explícitas. Un año después del golpe de Estado de 1976, Cerrato vuelve a establecerse con su familia en Caracas. Allí presenta en 1980 su exposición Para una imagen del hombre. Permaneció en Caracas hasta 1983, donde también llevó adelante su labor docente y académica en la Escuela de Arte del Departamento de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela.
Desde 1962 ha participado en numerosas exposiciones colectivas e individuales en Europa, Asia y América. En marzo de 2021 el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires le dedicó una muestra antológica, El día maravilloso de los Pueblos.
Por décadas, realizó actividades docentes, académicas y de investigación en universidades y escuelas de arte del país y del exterior, por ejemplo, en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en la Universidad de Buenos Aires. Desde 1964, junto con su producción artística, realiza publicaciones, cortometrajes y audiciones de radio, y participa en conferencias y congresos del país y del exterior.
A los noventa y un años, es profesora Titular Consulta en el Departamento de Artes e investigadora del Instituto de Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y miembro evaluador externo de otras universidades de Argentina y Uruguay.
–Estás ahora sentada en tu mesa de trabajo: ¿qué tenés delante tuyo?
–Una ventana. Varias cosas amontonadas en un lado. Las instrucciones de la computadora nueva. Un listado de trabajos míos de investigación que tienen que subir a la web, unos textos que estoy viendo y abajo de todo eso, y protegido por un papel, un dibujo en el que estoy trabajando últimamente con tinta china, que pienso pasar a una tela muy linda con una imprimación y completarlo ahí.
–¿Qué formas tiene?
–¡Es mi currículum! Yo trabajo con mapas en mis obras desde los años setenta. Ahora estoy dibujando con tinta china líneas en tamaño muy pequeño, un centímetro o dos de lado, sucesos, cosas, viviendas en las que viví. Empecé antes del accidente.
–¿Qué te pasó?
–Hace dos años me caí y me fracturé la cadera. En mi casa y estudio hubo que hacer todo un revuelo. Tardé meses en poder volver a subir la escalera. Tuve que dejar este dibujo inconcluso con el accidente y ahora lo retomé, junto con otros proyectos. En esta mesa grande frente a la ventana hay bocetos, dibujos, a veces pinturas, reflexiones, textos… Al lado tengo otra mesa con pinceles, óleos, acrílicos, barnices, pigmentos. Hay otra mesa más con la computadora y otra más.
–¿En qué más estás trabajando?
–En un proyecto llamado Family Reunion, que se verá en el Museo de Arte Moderno de Shanghai. Estuve haciendo limpieza de afiches, catálogos y otras pilas de cosas. Y en eso, me encontré con un paquete enorme de fotos familiares. Pensé en seleccionar algunas y tirar el resto. Le comenté a mi hijo, que vive en Shanghai y acaba de tener el premio al mejor film experimental del 60 Ann Arbor Film Festival. Entre los dos estuvimos rastreando características interesantes de nuestra familia y con la ayuda del teórico Zairong Xiang estuvimos viendo el tema del transdualismo. El proyecto es una instalación audiovisual.
–La muestra antológica del Museo de Arte Moderno, con más de sesenta años de trabajo, habrá sido una gran tarea de revisión y orden, también.
–Ese fue un gran trabajo de la curadora, Carla Barbero, y de Marcos Krämer. Vinieron todas las semanas a dialogar, grabar, revisar obras. Pronto va a salir un libro con textos de ellos, que me dieron buenas ideas respecto de mi obra.
–¿Por ejemplo?
–Ana Longoni hizo un texto hace cerca de quince años, Esoterismo, peronización y anticipación en la obra de Elda Cerrato, que yo puse en el libro y que se acaba de publicar también en el libro Tercer oído. Relatos descentrados de una vanguardia de Longoni: me gustó mucho la idea de anticipación. El último texto de Claudio Iglesias, Elda Cerrato, espíritu sideral, tiene una serie de reflexiones donde conecta ciertas características de mi trabajo con el aspecto ideológico y se pregunta la relación entre la búsqueda de la imagen y ciertas proyecciones que están en títulos de obras, con las búsquedas formales, y cómo eso podría entroncar con un aspecto acentuadamente ideológico. Me abrieron perspectivas.
–La muestra fue tu primera antológica, una puesta en valor de tu trabajo.
–Hubo varios intentos antes, conversaciones con otras salas importantes. Pero esta fue una ocurrencia que le agradezco a Victoria Noorthoorn, que a boca de jarro en una mesa grande de un café interrumpió el diálogo y me dijo: «Vas a hacer una muestra en el museo». Y así fue. Tuvimos encontronazos e historias, pero la muestra salió. Se empeñaron mucho en la curaduría. Hubiera necesitado más espacio. Me quedaron varias obras que creo que las voy a mostrar pronto.
–Quizá llega un poco demorada. ¿Crees que a tus colegas varones les costó menos alcanzar estos lugares de visibilidad?
–En el siglo pasado hicimos militancia por esto, con asambleas, reuniones, protestas por esta cuestión. Desde los años setenta estamos en esta lucha. Había una gran mayoría que no había tomado consciencia de esto, era mucho más patriarcal la sociedad en ese momento. Me interesaba mostrar la obra, pero ir escalando no. La primera galería que tuve en Buenos Aires fue la de Álvaro Castagnino. Lo quería muchísimo, pero no teníamos demasiado éxito en las ventas. Ahí todavía pesaba el ser mujer. Los escultores eran todos varones. Ahora estoy con Herlitzka Faria, y les debo la revalorización de mi obra de los sesenta y setenta, que yo tenía medio arrinconada. Ahora la cultura adoptó a las mujeres y a los jóvenes, pero nosotras en el siglo pasado decíamos: «Nosotras todavía no somos lo suficientemente viejas como para que nos reconozcan…».
–¿La universidad fue tu segunda casa?
–La docencia siempre fue mi fuente de ingresos. De todos los otros trabajos posibles que tuve, que hubiera preferido no necesitar ninguno, la docencia era el que menos me molestaba. Hice audiciones de radio en Radio Municipal y Radio Nacional en Buenos Aires, y durante los cuatro años en Tucumán, armé uno de los primeros programas de televisión en los sesenta con esculturas de Juan Carlos Iramain. En los setenta estaba en la Facultad de Arquitectura como ayudante y ganaba una miseria. Una vez me gasté todo el sueldo en una llamada telefónica a Venezuela, a donde pensábamos irnos.
–¿Cómo llegaste al arte?
–Siempre me interesó la pintura, el dibujo. En Italia, donde fui tres grados de escuela primaria antes de venir por la Guerra, tuve maestras que me estimularon. Desde joven asistí a talleres. Siempre tuve un problema, que era tratar de contestarme a mí misma qué era todo ese universo que me rodeaba, qué era yo. Por eso, cuando terminé el bachillerato fui a estudiar bioquímica, para conocer el misterio de los seres vivos. Ahí, pasé seis años en la Facultad de Medicina. Estaba por empezar la tesis, cuando le dije a un profesor que estaba buscando resolver este misterio y él me respondió: «Elda, usted no lo va encontrar acá». Entonces le di prioridad a mis trabajos en el arte. Coincidió con mi encuentro con mi pareja, Luis Zubillaga, compositor. Él estaba en la misma que yo. Tenía en sus manos un libro de un maestro ruso George Gurdjieff, y empecé a leer ese tipo de libros.
–En Tucumán fue tu encuentro con los ovnis.
–Fue un período, que continuó cuando volvimos a Buenos Aires, entre 1964 y 1968. Había platos voladores, que eran un hecho misterioso. Nosotros vimos uno, que salió en el diario, en el borde del río Salí. Vivíamos en Horco Molle, unas treinta casitas con huerta que tenía la universidad para los profesores al borde de la colina. Había sido un proyecto de Perón para hacer un geriátrico. Una noche de noviembre, estábamos viendo la televisión y mi pareja se acercó a la ventana y empezó a llamarnos a los gritos. Era un plato volador, lo llegamos a ver. Aparecían seguido, la gente lo sabía. La chica que me ayuda en casa –ya había nacido nuestro hijo, Luciano– nos decía que no eran ánimas ni satélites. Una luz muy fuerte, a una velocidad enorme. Esa zona es una vía de paso entre dos puntos de poca fricción en la atmósfera, que están en Mendoza y Tucumán. Los chicos que iban a estudiar de una provincia a la otra solían verlos en la ruta, igual que los camiones. Más de una vez contaban que se paraban los motores, aparecían estas cosas, y después volvían a andar y seguían camino.
–En tus estudios de biología, de filosofía, el arte, los ovnis… ¿encontraste la respuesta a aquella pregunta sobre el misterio de la vida?
–No. Y sigo buscándola. Se me amplió el panorama del no. Conozco más mis capacidades, ciertas posibilidades de anticipación o de sincronismo (trabajé con las técnicas de Jung también). Son incentivos para suponer que uno tiene capacidades que en realidad no tiene. Lo veo en la física teórica. Muchas explicaciones y religiones son atenuantes de que la vida se acaba y se acabó. No pasa más nada. Llegué a leer textos teóricos de otros artistas que se hicieron preguntas parecidas. Buscar teóricamente tampoco da resultado. Da autosatisfacción comprobar que lo que vos intuías hay otros que también, y tienen alguna pequeña respuesta. Sin una práctica, nada da resultado. La búsqueda mental es una masturbación.
–¿Qué sería el arte?
–Una presencia del cuerpo, algo emocional. Una vez en la facultad de Arquitectura, donde yo era ayudante, un profesor me preguntó: «En relación con sus trabajos artísticos, ¿qué tiene que ver todo lo que vemos en semiótica?». Y yo le respondí: «Mire, no mucho más que lo que me causa la lectura del diario a la mañana». No era cierto del todo. Ahí aprendí una estructuración del pensamiento. La cuestión artística uno la vive, no te hacés preguntas. No me gusta hablar de arte, se hacen tantas elucubraciones. ¿Por qué lo hago? Porque me gusta.