Fuente: Ámbito – Lo hizo con dos exposiciones simultáneas, «Moderno y MetaModerno», con piezas de las colecciones históricas de la institución, y «La trama sensible», con obras en comodato del Banco Supervielle.
El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires inauguró sus primeras exposiciones del año, “Moderno y MetaModerno”, con piezas de las colecciones histórica y contemporánea del Museo y, luego, “La trama sensible. Obras en comodato de la Colección Banco Supervielle”. La exhibición de 58 obras adquiridas por la institución financiera de los artistas Ángeles Ascúa, Florencia Caterina, Claudia del Río, Alfio Demestre, Matías Duville, Lux Lindner, Eduardo Navarro, Sol Pipkin y Hernán Soriano llega esta vez acompañada por un libro.
El texto documenta la relación del banco con el arte, “desde hace más de quince años, cuando tuvimos en claro lo importante que es apoyar a nuestros artistas”, observa Patricio Supervielle, CEO del grupo. Hay cuestiones como específicamente las colecciones de arte corporativas, cuya genuina dimensión sólo se puede valorar a través del tiempo. Vistas en retrospectiva, las obras que figuran en el libro, permiten ver un panorama de la escena artística y los sucesivos grupos que la atraviesan.
“Este libro es mucho más que el catálogo de una colección de obras: es la expresión del vínculo que une al banco con la identidad del arte argentino contemporáneo”, agrega Supervielle, y cuenta que de la mano de Victoria Noorthoon, actual directora del Moderno, comenzaron a reunir arte apostando a los nuevos talentos.
Se sabe que, más allá del fin ornamental y el placer estético que deparen, las colecciones de arte brindan brillo a la imagen de una empresa y afianzan su relación con la sociedad. La historia de las colecciones corporativas cobró impulso en 1937, cuando en la Feria Internacional de Nueva York, el presidente de IBM, Thomas Watson, dijo: “Directa o indirectamente, los artistas deben depender de las empresas”.
Allí exhibía las máquinas junto al arte procedente de los 79 países donde la empresa hacía negocios. El lucro no era el propósito de IBM, pero en 1995 vendieron parte de la colección para invertir en otras áreas y con 300 pinturas recaudaron más de 25 millones de dólares. “Retrato con chango y loro” de Frida Kahlo -comprada por unos pocos dólares- se vendió por 3,2 millones y pasó de la colección IBM a la del Museo Malba argentino.
Al promediar el siglo XX, David Rockefeller había fundado la colección del Chase Manhattan, considerada entonces “la reina madre de las colecciones corporativas” con 15.000 obras repartidas en 400 sucursales del mundo. El Chase marcó reglas de convivencia, como la presencia del arte en las oficinas de sus directivos, los espacios destinados al público y los sitios de trabajo. Extendió además su política de exhibición y adquisiciones a las sucursales de otros países, y en la década del ’70 llegó a la Argentina. Rápidamente, otras corporaciones asimilaron el modelo y crearon espacios bellos y estimulantes. Había llegado el fin de las oficinas grises.
Durante el encuentro del Museo Moderno destacaron un momento especial: la creación del logo. Aseguraron que desde entonces coincide con la renovación emprendida por la institución. “Un logo no es una ocurrencia al azar, es la búsqueda de una forma que configura nuestro ADN. Era preciso descubrir un símbolo que hiciera visibles los valores que nos identifican”, explicaron. Así descubrieron “La carrera del Aire”, una instalación del artista marplatense Daniel Joglar inspirada en los vuelos de los barriletes o parapentes y realizada con las geometrías y los colores primarios de Mondrian. En la obra de Joglar encontraron la metáfora de agilidad, levedad y vuelo que impulsa la imaginación y, finalmente, el logo.
Noorthoon señaló que la escena argentina posterior a 2001 fue enérgica, generadora de un torbellino de creatividad y relató el ingreso de los primeros artistas: Diana Aisenberg, Marina De Caro, Ana Gallardo, Silvana Lacarra, Mariela Scafati y Alejandra Seeber. También los más jóvenes: Leo Battistelli, Matías Duville y Lola Goldstein. Agregó que las compras se concretaron con el apoyo de los galeristas (Daniel Abate, Orly Benzacar, Alberto Sendrós y Hernán Zavaleta).
Más adelante llegarían Flavia Da Rin, Sebastián Gordín, Fernanda Laguna, Patricio Larrambebere, Rosalba Mirabella y Eduardo Navarro; Viviana Blanco, Verónica Gómez, Silvia Gurfein y Alberto Passolini; Eduardo Basualdo, Tomás Espina, Estanislao Florido, Max Gómez Canle, Juliana Iriart, José Pizarro y Graciela Hasper con un mural de casi ocho metros de largo, y una gran obra de Ernesto Ballesteros.
Alejandro Ros, Roberto Jacoby, Magdalena JItrik, Rosana Schoijett, Florencia Caterina, Sofía Bohtlingk, Juan Odriozola, Costanza Alberione, Amadeo Azar, José Luis Anzizar, Gabriel Baggio, Ana Benedetti, Zoe Di Rienzo, Patricio Gil Flood, Pablo Guiot, Aurora Castillo, Diego de Aduriz, Claire de Santa Coloma, Verónica Romano y Javier Soria Vázquez, integran, entre otros, la extensa lista.
Hoy, el libro dedicado a la filántropa Emmanuelle Supervielle, primera gestora del proyecto, reúne ensayos críticos de Barbara Golubicki, Florencia Qualina, Andres Aizicovich y Alejo Ponce de León. La colección, coordinada por Ariadna González Naya, comprende más de doscientas obras y se afirma como una constelación artística que logró identificar a artistas clave de nuestro país.