Fuente: La Nación ~ Gabriel Chaile se fue por un mes a cursar una residencia en Lisboa en marzo de 2020 y, pandemia mediante, se quedó un año. Lo que podría haber sido un tiempo de estancamiento se volvió uno de los más productivos de la carrera de este joven artista: su agenda 2021 se llenó de muestras internacionales. Tanto, que piensa que se va a quedar a vivir diez años en Portugal.
En este momento de parálisis en el mundo, Chaile está hiperactivo y tiene una muestra de esculturas en Londres, en la galería Heni Artists Agency y, a la vez, estrena la sede neoyorkina de su galería porteña, Barro, con una exposición de dibujos en la Gran Manzana. El título, en los dos casos, es el mismo, una metáfora perfecta de su estado: “Me hablan de oscuridad pero yo estoy encandilado”. Chaile está también participando en una muestra colectiva en Berlín, con una gran escultura que es además un instrumento a cuerda. En pocas semanas cierra su proceso en la residencia Melides Art en Portugal con la exposición Pies de barro, en Oporto, con curaduría de Chus Martínez y Filipa Ramos. En junio llegará a la prestigiosa galería Serpentine de Londres y en octubre a la feria Frieze de esa misma ciudad. Prepara uno de sus hornos monumentales para agosto en Suiza y participará en octubre en la Triennal del New Museum de Nueva York. Incluso, tiene en carpeta un proyecto para la próxima Bienal de Venecia, aplazada para 2022.
“Justo me fui cuando iba a cumplir diez años en Buenos Aires”, dice Chaile, que nació en Tucumán en 1985 y llegó en 2009 a la ciudad para continuar su formación en el programa de artistas de la Universidad Di Tella. En 2017 expuso en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, y desde entonces tomó cada vez más vuelo. En 2019 presentó la serie Aguas calientes en la feria suiza Art Basel, donde vendió toda su obra en cuestión de horas: se trataba de ollas populares intervenidas y una performance de mate cocido calentado en un ladrillo con resistencia eléctrica.
Chaile se nutre de imágenes de sus raíces y se involucra con comunidades en los márgenes para hacer sus investigaciones antropológicas y visuales a partir de dos conceptos: la ingeniería de la necesidad, por la que crea objetos y estructuras que colaboran en mejorar las condiciones de una situación límite determinada; y la genealogía de la forma, que implica asumir que cada objeto, en su repetición histórica, trae consigo una historia que contar (ha trabajado sobre la figura del huevo y el ladrillo). Así Chaile construye hornos de adobe como los que usaba para hacer pan su madre, que era el mayor sustento de la familia, pero en contextos distintos. Por ejemplo, en el Faena Festival en Miami donde cocinan los grandes chefs, o en La Boca, donde él mismo hornea empanadas para los habitantes de una villa de emergencia. “Fue por años el motor de nuestra economía. Mi papá era albañil, y se podía caer cualquier revoque pero el horno era la arquitectura que había que cuidar”, cuenta. Llevarlo a los principales centros del arte mundial es un gran gesto político e identitario.
La muestra de Londres es un grupo de esculturas antropomórficas gráciles, elásticas, siempre amasadas en barro y con rasgos aborígenes. “Me inspiré en el movimiento de los gatos. A todas les sale de la boca una flauta que absorbe un polvo amarillo del piso, que genera un ambiente musical. Son asimétricas y se inspiran en las pipas de culturas andinas”, explica. Los dibujos que presenta en Nueva York son realizados con pasteles sobre fondos negros hechos con carbonilla. “Funcionan como pizarrones. Los dibujos son previos a las esculturas y nacen de un poema que hace una doble lectura de la oscuridad y de la luz, que tiene que ver con sensaciones en un momento difícil, confinado, cuando todavía no había entrado en relación con otros. A mí me gusta escuchar relatos y traducirlos a formas. Acá empecé a trabajar con comunidades afrodescendientes”, cuenta.
Chaile podría sumar a su modus operandi otra tecnología: la amistad. En Lisboa ya tiene un equipo multicultural con el que trabaja en todos los proyectos que tiene en marcha en el estudio de un artista portugués. Lo integran una artista italiana, un español y algunos argentinos. “Es una sensación extraña que te broten las situaciones y la creatividad en tiempos tan difíciles. Uno se da maña. Todos tenemos una terapia distinta”, cuenta. Con sus amigos artistas de Buenos Aires y Tucumán – Ramiro Quesada Pons, Laura Ojeda Bär, Andrei Fernández, Sonia Ruiz, Federico Lanzi, Julio Hilger, Matías Ercole– inventaron una galería, NVS, y se postularon para participar juntos en una feria en Francia. Los directores son Chaile, Yampa y Luz Peña. “Empezó como algo lúdico. A todos nos divierte trabajar juntos. Con Ercole, que está en Roma, hacemos fuerza y buscamos recursos para hacer cosas en la Argentina”, dice.
En Oporto va a presentar la serie de Las Luchonas, esculturas de adobe con figura de mujer de siete metros de alto. “Son madres, que trabajan y se divierten, con un montón de tetas. La de Nueva York será una continuación de esta serie”, adelanta. Para la Serpentine, todavía no aprobaron el uso del fuego en la vía pública. “Quisiera hacer un horno como el de La Boca, pero que sea un centro cultural ambulante. Pensaba en Atahualpa Yupanqui o en Violeta Parra y su tarea en juntar las voces folclóricas de tradición oral. Ellos se encargaban de escribir esas letras–explica el artista–. El horno funcionaría así, uniendo saberes de la gastronomía y el canto”. Costumbres de aquí y de allá que Chaile sabe amasar y cocer a fuego lento en el complejo caldero del arte contemporáneo.