Fuente: Ámbito ~ Con un pie en Cúcuta, otro en Bogotá y otro en Buenos Aires, Bienalsur desarrolla el proyecto «Nosotros y los otros: Juntos aparte», una serie de muestras, conversatorios y acciones que se enfocan en las cartografías migratorias radicales, sean Colombia-Venezuela, México-USA, Israel-Palestina, para preguntarse cómo se reconfigura la problemática de fronteras, tránsitos e identidades en una coyuntura de pandemia.
En un mundo que «parece encerrarse cada vez más» con la crisis sanitaria de Covid-19, en esta tercera edición Bienalsur insiste en «superar fronteras respetando las diferencias», dice a Télam Diana Wechsler, directora artística de esta plataforma cultural única: multisituada, simultánea y procesual, con el foco en la construcción de redes y el intercambio de saberes.
Lecturas poéticas, miradas críticas y reconfiguraciones visuales son algunos hallazgos de esta búsqueda de respuestas a las problemáticas migratorias que la Bienal de Arte Contemporáneo de América del Sur despliega a lo largo de 18.300 kilómetros, en una cartografía que la lleva por los cinco continentes.
Hasta el 12 de septiembre la muestra «Juntos aparte» se exhibirá en el Museo Nacional de Colombia, kilómetro 4960 de la Bienal, curada por Alex Brahim. De septiembre a enero la exposición «Entre nosotros y los otros, juntos aparte» tomará el KM 0, en el antiguo Hotel de los Inmigrantes de Buenos Aires, curada por Wechsler, Brahim y Benedetta Cassini.
Y en octubre «Juntos aparte» celebrará su 3ª edición, con nuevos contenidos a cargo de Brahim, en la ciudad fronteriza de Cúcuta donde nació, hace ya seis años, con el cierre del paso entre Colombia y Venezuela.
Mientras que las obras de Colombia muestran la transformación del modelo fronterizo colombo venezolano, la exhibición de Argentina expandirá el marco geopolítico a escala global, a partir de un trabajo en convergencia que la Bienalsur viene haciendo hace años.
En 2015 Wechsler curó «Migraciones en el arte contemporáneo», muestra que coincidió con la publicación de una foto en la prensa internacional del cuerpo de un niño sirio de tres años ahogado en la costa del Mediterráneo.
La imagen de Alan Kurdi se transformó ese año en un ícono del conflicto de los refugiados, hallado muerto en una playa turca junto al cadáver de su hermano Galip, de cinco años, y su madre, Riahn, con quienes escapaba de la guerra en Siria rumbo a Grecia en una barcaza que se hundió con 30 personas: 12 murieron, su padre, Abdullah, sobrevivió, ocho eran niños.
En 2015, antes de que la fotógrafa Nilufer Demir tomara esa foto, el 2 de septiembre, la ONU había contabilizado 2.656 muertos intentando cruzar ese mar.
«Así, un proyecto que llevaba años de producción se convirtió en un espacio de reflexión de lo que estaba pasando», repasa Wechsler. Medios de todo el mundo tomaron nota de esa muestra y de las políticas de Estado que aplicaban en torno de las migraciones, especialmente las forzadas.
Eso hizo posible darle continuidad al concepto de aquella muestra: la migración como vector para pensar el tiempo contemporáneo en diferentes direcciones, sea en el mundo político de los desplazados o dentro mismo del arte.
Así en 2016 curó la muestra «Estados inciertos», en Berlín, que la dejó en la puerta del proyecto «Juntos aparte», que con el llamado abierto internacional que cíclicamente hace la Bienal para identificar los temas en debate de la escena contemporánea, le permitió confirmar que «tránsitos, migraciones y fronteras seguía siendo uno de ellos».
La primera edición de ‘Juntos…’, repasa, » ya fue un momento de alta intensidad, en donde la ciudad de Cúcuta, una de las fronteras calientes entre Colombia y Venezuela, fue escenario por semanas de una activación muy potente, con muestras, conversatorios y acciones performáticas en el puente Simón Bolívar como la de la mexicana Teresa Margolles», que documentó en video y fotografía el trabajo de las mujeres en ese borde.
«Antes era carretillera» (transportaba mercancía de otros a través del puente con una carretilla), le explica una de las jóvenes, de 19 años, a la artista para ese trabajo, «ahora soy trochera», dice: una de las mujeres que cruzan por la trocha, tierra oculta entre matorrales, cargando fardos, incluso enfermos, de un lado a otro del río Táchira desde que el puente cerró.
«Vale la pena apostar a la continuidad de proyectos fuertemente situados, sobre problemas que afectan la dimensión global de las problemáticas contemporáneas y lleva esos márgenes al centro de la comunidad», subraya Wechsler.
-Télam: ¿Cuál fue el disparador de «Juntos aparte»?
-Alex Brahim: Cuando el gobierno venezolano cerró las fronteras, en agosto de 2015, supimos que lo que vendría sería irreversible, que transformaría para siempre lo que conocíamos como el modelo fronterizo, que la vivencia binacional en donde la frontera había sido un centro y un espacio de circulación iba a detenerse y que aparecería una nueva forma de frontera, restrictiva, que iría acompañada además por el desplome económico social de la región y que tarde o temprano acabaría llevándonos a una crisis humanitaria sin precedentes, probablemente a un éxodo masivo de Venezuela y, por extensión, el hecho de que Cúcuta un lugar periférico y casi desconocido acabara apareciendo en el mapa del mundo, fruto de ser el epicentro de este flujo migratorio que acabaría impactando a toda la demografía de Colombia y del continente americano a futuro.
-T: ¿Cómo organizaron el proyecto?
-A.B: Era fundamental generar una respuesta desde el territorio de carácter cívico, de la mano del sector artístico que siempre ha mostrado una enorme hermandad y una gran compenetración lado a lado de la línea -hablo del estado de Táchira en Venezuela y del departamento norte de Santander en Colombia- y esto tendría que ser la herramienta para producir un escenario de transformación que resignificara para los locales lo que es la convivencia y la integración, que mantuviese presente esa memoria de hermandad y, sobre este nuevo relato, construir un marco de relaciones sólidas, a nivel nacional e internacional, que permitiera proyectar la ciudad de una manera positiva.
-T: ¿Qué características toma hoy este proyecto?
-A.B: Después de demostrar que estas visiones de anticipación acabaron concluyendo en realidades, entendimos que el proceso de Cúcuta y la frontera podría resultar ejemplarizante como laboratorio social, a la luz de la producción de sentido frente a la integración que tendrían que asimilar, tarde o temprano, la nación colombiana y varios países de América. En este sentido emerge de una manera muy fuerte la hermandad histórica entre Colombia y Venezuela, que si bien ha sido algo plausible y fruto del cotidiano en las zonas de frontera, en el interior del país no hay un reconocimiento de la relación con Venezuela como un nosotros, que es como se entienden las fronteras, sino como un ‘los otros’ .
-T: ¿Cómo impactó la pandemia en todo esto?
-A.B: Nos dio la triste oportunidad de reposicionar nuestro concepto, porque al situarse la frontera ya no en los límites geopolíticos de los estados nación sino en la casa, para quien gozamos del privilegio de tener una, o en la piel, para quien carecen de una casa, la comprensión del sentido de encontrarnos ‘juntos aparte’ adquirió un matiz global y esto ha sido tristemente una realidad que ha llevado a una comprensión cabal del lugar de enunciación que estábamos proponiendo.
-T:¿Creen que se puede hablar de una nueva normalidad?
-Diana Wechsler: A pesar de que este tardocapitalismo liberal se resiste y corcovea frente a los cambios, hay una serie de indicios acerca de que éstos no sólo son necesarios sino que esta pandemia ha puesto de cara al mundo que los cambios están empezando a ocurrir. Son indicios pequeños, pero un proyecto como Bienalsur, que trabaja entre lo local y lo global, muestra que este tipo de dinámicas -horizontales, colaborativas, en red, solidarias- que trabajan con la comunidad y a la vez buscan generar otras sinergias en el mundo del arte, son posibles.
-T: ¿Cuál es la fuerza de este tipo de iniciativas?
-D.W: Este proyecto permite situar problemáticas y dar visibilidad a comunidades o segmentos que no son visibles o no tienen voz y puede contribuir a modificar, desde el ámbito del arte y la cultura, nuestra experiencia vital contemporánea. El derecho al acceso a la cultura permite dar visibilidad a otros derechos y nos interesa cómo el arte contemporáneo nos puede llevar a hacer un espacio de pensamiento crítico.