Diálogos entre un cojín de montura y el arte abstracto

Fuente: Copyright Clarín by Matilde Sánchez ~ ¿Artesanos junto a artistas? En el Fondo Nacional de las Artes, una muestra saca a la luz -¡por fin!- un patrimonio de valiosas artesanías, en contraste con obras visuales.

Asociada a la etnicidad, la artesanía experimenta un regreso con altavoces, vindicada por nuevas lecturas y curadurías -y machacada en sus cien modos de uso por las políticas identitarias-. La maestría y elocuencia del artesando tuvieron este año su primera fila en documenta, de Kassel, y en la Bienal de Venecia, mientras en nuestra región, el añejo debate acerca de las jerarquías y equivalencias entre arte y artesanado encontró en el teórico y gestor paraguayo Ticio Escobar, creador del Museo del Barro, en Asunción, a uno de sus valedores más activos y lúcidos. Negar el valor de la artesanía hoy es un gesto recalcitrante. Entretanto, numerosos artistas exploran los cruces entre ambas en sus obras contemporáneas. El auge del arte textil es una cara de esas síntesis.

Sin embargo, aún si dejamos aparte las nociones de jerarquía y valor, también vetustas, un mundo de diferencias sigue distinguiendo una artesanía de una obra de arte, empezando por cómo se consuma el tiempo en cada una de ellas. Quizá la eficacia de Conexión-Colección, en el Fondo Nacional de las Artes, resida en que, queriendo homologarlas, sus diferencias se destacan y nos incitan a rebarajar y dar de nuevo. 

Conexión-Colección es la primera muestra propia en el Fondo Nacional de las Artes, que tras el letargo de los museos desde 2020, ofreció muestras procedentes de otros acervos. Aquí el FNA ha activado un diálogo propio – entre creadores premiados y adquisiciones-, para hacer hablar a su patrimonio. Y el relato resultó coral, en varios tiempos. Lo que primero salta a la vista es la yuxtaposición, en pares o tercetos, de piezas de arte moderno y contemporáneo y artesanías, reunidas por el Fondo desde los años 60. En el acopio de artesanías, la institución no ha tenido competencia, una medida de inmenso valor dado que se trata de piezas de maestros artesanos rara vez vistas en salas de museos, más allá de la pequeña colección del Malba y dos vitrinas en el Museo Nacional de Bellas Artes, ambas con obras del siglo XIX y etiqueta de antigüedades. No es difícil reunir 10 obras contemporáneas entre piezas de Yuyo Noé, León Ferrari y Kenneth Kemble, pero empardarlas con artesanías equivale a más que un gesto a la moda; nos despierta un listado de preguntas. Obra de la salteña María Martorell, Interdimensión, de 1971. Y la butaca de Diana Cabeza. 
Foto: Diana Hoffmann

Obra de la salteña María Martorell, Interdimensión, de 1971. Y la butaca de Diana Cabeza. Foto: Diana Hoffmann

Al ingreso nos recibe una obra de Pablo Siquier, un entramado blanco y negro que parece haber presentido las vasijas de María Fernanda Cauterucci, contemporáneas y hechas con técnicas de rescate que recuperan la cultura de La Aguada. Adentro nos espera Atmosphere Cromoplastique Nº 10, de 1960, de Luis Tomasello (inmaculadamente blanca, vista de frente, pero con ritmos de color si se la mira de costado, es una de las más antiguas de la muestra, una adquisición de los años 60); cuelga junto a un Cojinillo de «chilla», pieza del apero de montar, del artesano Daniel Ricardo y Premio Adquisición de 2012. Trasladado al plano y neutralizado en su sentido utilitario, el cojín recobra su tercera dimensión: casi podemos tocar la oveja con los ojos y oler el aroma antiguo de la lana. Es este uno de los diálogos más fértiles de la muestra; en este caso el impacto reside en la antítesis entre los cubitos tomasellianos -dispuestos en una grilla geométrica- y el espesor mórbido del tejido.

En diagonal a ellos, el acrílico Ecuastre Ecco La Rosa, de Kenneth Kemble, 1985, junto a la sobrecama de Paula de Guevara, tejido con la técnica del amarre. Otros juegos han sido más políticos, como el contraste entre una pintura anticlerical de León Ferrari y los crucifijos de Asunción Gallo, hechos en madera de palo santo. La clave del impacto ha sido confrontar la temporalidad de la obra visual y la atemporalidad hecha materia en la artesanía. Desde las vanguardias históricas de los años 20 hasta, digamos, el surgimiento del pop, la cuestión de la originalidad se convirtió en una de las principales búsquedas del arte. En contraste, la excelencia de la artesanía siempre está vinculada al saber hacer de la tradición y, por lo tanto, a perseguir que no se pierda la transmisión de una técnica. En un presente marcado por la innovación y la tecnología, una artesanía -«nativista», anacrónica, nos recuerda Georges Didi-Huberman- siempre nos dice en tono agonístico que el pasado sigue aquí, que es preciso “volver a las manos”.Pablo Siquier,  acrílico sobre tela de 2007, 130 x 170. Lo flanquean Fauces por tres, piezas de  María Fernanda Cauterucci, de 2006, en cerámica negra esgrafiada con motivos de comunidad La Aguada, de Catamarca, Premio Adquisición de 2016
Foto: Diana Hoffmann

Pablo Siquier, acrílico sobre tela de 2007, 130 x 170. Lo flanquean Fauces por tres, piezas de María Fernanda Cauterucci, de 2006, en cerámica negra esgrafiada con motivos de comunidad La Aguada, de Catamarca, Premio Adquisición de 2016 Foto: Diana Hoffmann

Una de las figuras que se recorta con brillo es la salteña María Martorell, artista abstracta que conjugó la pintura con la gráfica, y con tapices y alfombras en las que la geometría se asocia a la evocación del terruño. Nacida en 1909 y fallecida a sus 101 años, tuvo centralidad desde los años 60; hoy su obra parece llamada a revalorizarse. Se suman en el recorrido obras de artesanos urbanos premiados más recientemente, como una bella butaca de Diana Cabezas -de línea mid-Century argentinizada por el cuero con pelo de un ejemplar Holando-, y la maravillosa silla matera del cordobés Matías Canci, una escultura utilitaria de algarrobo y tiento, Adquisición de 2014, tal vez la más interesante entre las artesanías exhibidas. Ya la inercia de la modernidad nos hace su presa; irremediablemente apreciamos el rasgo autoral. Estas dos obras nos impulsan a otros dominios. Entramos de lleno en la sensibilidad del diseño y la creación de mobiliario, es decir, a una tercera dimensión, la de la vida cotidiana.

“La idea fue poner en un mismo plano las dos colecciones –revela Lorena Bravo, al frente de la nueva Área de Gestión de Colecciones. “Empezamos a buscar tramas y colores con criterios más estéticos, que las aproximaran”. El FNA tiene más de 1300 obras de arte, de las cuales el 80 porciento son piezas gráficas, de grabado y serigrafía. Participan de ella Paula A. de Guevara, Ary Brizzi, María Fernanda Cauterucci, Matías Conci, Bernardo Condori, León Ferrari, Asunción Gallo, Noemí Gerstein, Kenneth Kemble, Eduardo MacEntyre, María Martorell, Luis Felipe Noé, M. Palacios, Daniel Ricardo, Pablo Siquier y Luis Tomasello.

La gran sorpresa, por olvidada, es que el Fondo cuenta con unas 1100 piezas, reunidas desde la gestión de Augusto Raul Cortazar, un histórico director de Folklore y Artesanías, en la década del 60. Según cuenta la responsable de conservar este acervo, Lucila Pessoa, “en su origen, las piezas fueron adquiridas para armar una colección didáctica, representativa de las distintas regiones del país. Se conformó con el criterio de excelencia de maestros y maestras artesanos; junto al objeto adquirido se hacía un registro de la identidad de cada autor y las técnicas empleadas; su ubicación y área de influencia. Un equipo de etnógrafos y antropólogos, en general alumnos de Cortazar, asesoraban en las adquisiciones. Así, la colección se conformó a partir de concursos y del premio Trayectoria, desde 2006”.
Goliath, de Noemí Gerstein, 1962. Un tótem de  hierro de casi dos metros de alto. Atrás, canastos y cesto del misionero Modesto Aquino, de 1975, en tacuapí y güembé, y del tucumano Jesús Mercedes Costilla, de 1973.

Goliath, de Noemí Gerstein, 1962. Un tótem de hierro de casi dos metros de alto. Atrás, canastos y cesto del misionero Modesto Aquino, de 1975, en tacuapí y güembé, y del tucumano Jesús Mercedes Costilla, de 1973.

Las formas fauvistas de Picasso se inspiraron en las tallas africanas. Federico Peralta Ramos supo reunir una colección extraordinaria de arte plumario latinoamericano, que a su muerte salió a remate… y voló en una tarde. Inspiraciones y obsesión. Y aunque una artesanía es lo opuesto a un ready made (requiere largas horas de labor que solo pueden abreviar una técnica consabida y ejecutada con idéntica pericia por largos años), Marcel Duchamp prefería que lo llamaran artesano, antes que artista.Tres cristos en horqueta, de Asunción Gallo, 2008. Palo santo y chaguar. Salta. 
Foto: Diana Hoffmann

Tres cristos en horqueta, de Asunción Gallo, 2008. Palo santo y chaguar. Salta. Foto: Diana Hoffmann

Ficha

Conexión-Colección se puede visitar hasta el 21 de agosto en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes (Rufino de Elizalde 2831) de Jueves a domingos de 14 a 19. Entrada libre y gratuita

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