Fuente: La Nación ~ El lingüista y ensayista español Daniel Cassany (Barcelona, 1963), reconocido autor del best seller La cocina de la escritura, que vendió más de 150.000 ejemplares desde su lanzamiento, confiesa que ha sentido angustia antes de entrar en un aula a dar clases. “Cada domingo por la tarde me ponía nervioso pensando en las clases que venían, y solo recuperaba la tranquilidad los jueves cuando acababa”, cuenta en su nuevo libro, El arte de dar clase (según un lingüista), publicado por Anagrama. Mediante anécdotas propias y ajenas, comentarios, cuadros, herramientas y “recetas” (que cada docente deberá probar), el autor se refiere a la planificación de las clases, la motivación de los estudiantes, el trabajo multidisciplinario, la conducta no verbal, los equipos de aprendizaje y la enseñanza virtual, en la que alumnos y profesores de todo el mundo tuvieron que entrenarse en tiempo récord a causa de la pandemia. “Cada vez quedan menos clases solo presenciales, o sea, sin correo electrónico, canal de vídeo, diccionarios online, documentos compartidos, mensajería, grupos de conversación”, indica el autor.
Licenciado en Filología Catalana, doctorado en Enseñanza de Lenguas y Literatura en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Barcelona, Cassanyejerció la enseñanza en varias instituciones y fue profesor de catalán en la Escuela de Formación de Profesorado de Enseñanza General Básica en la Universidad de Barcelona (es decir que ha sido maestro de maestros). Desde 1993 es profesor de Análisis del Discurso en Lengua Catalana de la Universidad Pompeu Fabra. Ha escrito artículos, libros y ensayos sobre comunicación escrita y didáctica de la lengua, materia en la que es experto, como Describir el escribir, Construir la escritura y Afilar el lapicero, bien conocidos por docentes y estudiantes de lengua y literatura en español. También abordó el modo en que internet transforma la lectura y la escritura en su ensayo En_línea: leer y escribir en la red.
Para el autor, aprender a leer, a escribir y, en especial, a comprender textos es una de las actividades más importantes que se hace dentro y fuera de las escuelas. “Vivimos en comunidades alfabetizadas -dice a LA NACION-. Cada día hacemos más cosas leyendo y escribiendo: trabajar, relacionarnos, informarnos, comprar, encontrar pareja. Es imposible vivir en este contexto sin poder leer y escribir textos”.
-¿Cómo vive la pandemia y qué nuevas dimensiones trajo esta experiencia a la enseñanza?
-Con resignación y resiliencia. Llevo un año y medio haciendo investigación y dando clases desde mi despacho, reconvertido en estudio de grabación. Agradecido por tener salud y más trabajo, aunque sea con pantallas y sin viajes. Muchas cosas han llegado de golpe: hemos descubierto la “sincronicidad” (dar clases online en tiempo real) y la globalización (escuchar una conferencia o una formación desde España, Japón o México) y, por ello, estamos revalorizando el poder del cara a cara.
-¿Las clases digitales reemplazarán las clases presenciales cuando la pandemia quede atrás?
-No lo creo. Se diversificarán las modalidades educativas: lo básico seguirá siendo la presencialidad, con algunos espacios digitales en la nube, más asíncronos que síncronos, aunque probablemente la oferta online crezca. Hoy, la formación ya distingue entre presencialidad, digital síncrono y digital asíncrono, sin coincidencia temporal entre aprendices y docente. Eso variará con el nivel educativo: los más pequeños tendrán más presencialidad local y los mayores, más opciones de digitalización y deslocalización o de enseñanza nómada, yendo de un lugar a otro.
-¿Por qué afirma que todo docente es en principio un docente de lengua?
-Porque los humanos somos verbales. Nos diferenciamos de los animales porque mentimos, lo cual hacemos no solo con el lenguaje. Saber física es poder leer, escribir y oralizar ecuaciones; saber sociales o derecho es poder hablar de esas disciplinas con su lenguaje. ¿Se puede aprender algo ignorando el lenguaje que usamos para denominarlo? Enseñar y aprender es por ello trabajar con el lenguaje que corresponda.
-¿En qué sentido dar clases es un arte?
-No es ninguna actividad industrial, mecánica o automatizada. Aunque haya libros de texto u otros recursos manufacturados, cada docente con sus alumnos mantiene una relación única, individual, personal, irrepetible, que tiene mucho de artesanal y vivencial del momento. Dar una clase puede ser como hacer un zapato o un mueble a mano.
-Según su experiencia, ¿hay una revalorización social de la educación? ¿Y cuáles son los obstáculos con que se encuentra hoy la institución escolar en sus diferentes niveles?
-Me gustaría que la hubiera, pero no lo veo, por desgracia. Más bien al contrario. Hace décadas en España, las personas importantes de un pueblo eran el alcalde, el maestro, el médico y el cura; hoy en cambio diría que son el alcalde y el director de la oficina bancaria, si todavía no ha desaparecido. Y, quizás, el médico. Sí que hay movimientos de renovación pedagógica e iniciativas populares para impulsar la educación, pero rara vez llegan a influenciar la política educativa, que sigue la senda neoliberal, precarizándola, con más alumnos por clase, más horas de trabajo del docente, normativizándola en exceso, privatizándola para convertirla en negocio.
-¿Por qué cree que un gran número de personas quiere convertirse en escritora y publicar sus libros?
-No lo sé. Me lo he preguntado muchas veces. Creo que publicar un libro está más valorado que, por ejemplo, exponer tus pinturas en una galería o dar un concierto. Quizás esté relacionado con el prestigio y la cultura asociada a la escritura, que lamentablemente no tienen la pintura o la música. ¿Quizás vemos, ingenuamente, la escritura como una herramienta sencilla para triunfar? ¿Quizás sea el efecto Premio Nobel hispano, con Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz? En mi experiencia, es más habitual en América que en España. En ambos lados del océano veneramos a los autores y les pedimos su firma, pero, por ejemplo, en una conferencia sobre “escribir ensayo” en Barcelona si asisten veinte personas ya es un éxito, mientras que en Buenos Aires o Bogotá habrá varios centenares y gente haciendo fila.
-¿Como se explica el fenómeno de los talleres de escritura?
-Hay varias respuestas: la educación reglada no ofrece enseñanzas de este tipo. Como mínimo en España, hay estudios superiores de Bellas Artes que no incluyen la creación literaria; las Letras o la Filología se dedican a enseñar a leer y criticar, pero no a escribir. Luego, el uso de la literatura para la formación de ciudadanos está clara en la lectura y la culturalización literaria, pero menos en la formación escritora de profesionales: no tiene sentido leer a Cortázar o a Borges para aprender a escribir exámenes o informes. En cada país, los talleres se vinculan también con movimientos sociales y contextos políticos: la historia argentina tiene poco que ver con la española.
-¿Qué importancia tiene la crítica literaria?
-Sigue teniendo su espacio, aunque sea más limitado. Como autor, leo las críticas de mis libros en las revistas de mi ámbito y también los comentarios de los lectores en Goodreads, en blogs o en vídeos. Las primeras son más encorsetadas, moderadas o profesionales, mientras que las segundas son mucho más abiertas, sinceras y sin pelos en la lengua. Como aficionado al teatro, sigo tanto las críticas profesionales como las de mis colegas en un grupo de Facebook de tres mil aficionados en Barcelona, y ambas siguen los parámetros anteriores. Las dos son complementarias y útiles.
-¿Por qué adopta el formato de libros-taller para sus publicaciones?
-Solo algunos de mis libros siguen este género, por llamarlo así. Es una manera de conectar con el lector, quizás también de vincularme con la escuela y la educación. Es también una manera de hacer participar más al lector.
-¿Le gustaría o le hubiera gustado escribir ficciones?
-Escribí hace muchos años, aunque no las publiqué, y todavía no he renunciado a hacerlo. Quizás les sorprenda próximamente. Pero no sería un relato clásico; me gusta moverme en las fronteras y explorar las vías más desconocidas.
-¿Qué opinión tiene como lingüista sobre el lenguaje inclusivo?
-Cualquier iniciativa para mejorar la equidad, la inclusión y la justicia son necesarias y los avances para sensibilizar al respecto son bienvenidos. Pero hay que ser flexibles y tolerantes: es una cuestión individual y no hay que confundir el vestido con el cuerpo. En un libro chileno de próxima aparición me han martirizado con los masculinos genéricos (“los doctorandos, el docente”) hasta el punto que he optado por usar únicamente las formas femeninas (“las doctorandas, la docente”) a lo largo de treinta páginas, lo cual tiene fuerza e incluso rebeldía hoy en día, pero que va a quedar extraño en pocos años, en mi opinión.