Fuente: Télam ~ En una escena disciplinada por una trama de algoritmos que hoy delimitan la circulación de contenidos en las plataformas definiendo un arco cuestionable en torno a lo prohibido y lo permitido, el arte es actualmente una de las manifestaciones más afectadas por estos protocolos de regulación.
Con contradicciones sobre cuerpos desnudos leídos como incitación sexual o pornografía y activismos artísticos Lgbtq+ silenciados, vuelve a instalarse en la frontera del contrato social la dicotomía entre libertad de expresión y censura en la geografía de redes sociales como Instagram, que se arrogan sin mediaciones ni regulaciones el poder para cancelar y autorizar contenidos, afectando en algunos casos un canal de difusión y subsistencia utilizado por artistas para dar a conocer su obra.
En una escena disciplinada por esa trama de algoritmos que hoy delimitan la circulación de contenidos en las plataformas definiendo un arco cuestionable en torno a lo prohibido y lo permitido, el arte es actualmente una de las manifestaciones más afectadas por estos protocolos de regulación. Y más allá del contrato legal que los usuarios firman aceptando las reglas de la comunidad y de uso de las plataformas de la empresa estadounidense Meta, dueña de Instagram y Facebook, hoy parecieran ser más aceptables las pinturas y esculturas de cuerpos humanos desnudos que similares representaciones aportadas por la fotografía artística.
«Por lo general, se entiende que la desnudez en la pintura, la escultura y otros medios ´tradicionales´ es aceptable: hemos establecido una comprensión cultural básica de lo que es el ´arte´. El problema surge cuando nos alejamos de lo considerado ´tradicional´ y, por lo tanto, el arte necesita ser redefinido», afirma Emma Shapiro (1988), artista y activista feminista norteamericana radicada en España, editora de la campaña Don’t Delete Art («No borres el arte») y fundadora del proyecto artístico «Exposure Therapy».
Don’t Delete Art se encarga de denunciar censuras a artistas como la que sufrió recientemente el trabajo fotográfico más crudo del artista estadounidense Robert Coombs -que muestra a una persona sobre silla de ruedas en una acción fuertemente erótica) o la sutileza del reflejo en un vidrio del cuerpo de una mujer desnuda sobre paisaje de Mona Kuhn, obras que se van de la “norma” y que por lo tanto son rechazadas por los algoritmos de las plataformas.
«La mayor parte del arte eliminado es el que utiliza o incluye el cuerpo humano» sostiene Shapiro, quien considera que existen dos razones para esa censura. Una responde al hecho de que Instagram es una plataforma «principalmente a base de imágenes, por lo que otras obras de arte que a menudo se enfrentan al escrutinio como el teatro, performance, música, literatura o instalaciones, son menos propensas a utilizar Instagram para su difusión», por lo cual «la fotografía, pintura y el arte digital se enfrenta estadísticamente a una mayor censura».
Shapiro señala la contradicción de Instagram que reduce el espacio del arte contemporáneo al censurar temas de representación, identidad, discapacidad, aborto y sexualidad, todos ellos derechos amenazados y debatidos y, por lo tanto, terreno fértil para los artistas.
A su vez, el cuerpo humano desnudo es un tema que desde siglos continúa siendo importante y con los medios de captura más accesibles «es natural que tengamos más arte que muestre al cuerpo desnudo», plantea la activista. Y agrega: «las redes sociales -y nuestra sociedad- siempre han tenido problemas para determinar cuándo y si la desnudez está permitida«.
Por otro lado, Shapiro estima que «las plataformas que castigan a los artistas por usar el cuerpo humano son culpables de perpetuar las nociones patriarcales y sesgadas de lo que significan los cuerpos, cómo deberían verse y qué cuerpos son válidos», porque «la cosificación» del cuerpo femenino precede a las redes sociales.
«Los movimientos feministas se han enfrentado a menudo a los medios de comunicación, la publicidad y las leyes que perpetúan la sexualización y la objetualización del cuerpo femenino, argumentando que esto mantiene a las mujeres en un estatus de inferioridad», indica la artista, al mismo tiempo destaca el trabajo de las artistas que toman el cuerpo de la mujer y el suyo propio «para confrontar y desafiar la visión típica del cuerpo femenino, algo pertinente en el mundo del arte que lo tiene como tema desde hace siglos», puntualiza.
Shapiro viene denunciando la censura desde sus artículos periodísticos sobre el ensañamiento de las cuentas que pertenecen a artistas del colectivo LGBTQ+, pero además como artista que utiliza su cuerpo como materia prima para sus obras, afirma que la desnudez no es pornografía y rechaza la prohibición de publicar desnudos.
Pero, ¿qué limita las publicaciones en una plataforma de pretendida universalidad ante una diversidad cultural que acecha en el mundo desde tiempos inmemoriales? Y por sobre todo ¿cómo impacta la cancelación de cuentas, borramientos y restricciones para aquellos artistas que no comulgan con la heteronorma?, como denuncia la activista. «Queremos que Instagram siga siendo un lugar auténtico y seguro para la inspiración y la expresión», definen desde la empresa, aunque los hechos muchas veces la contradicen. Un caso curioso fue el del colectivo argentino Serigrafistas queer, cuya cuenta de Instagram fue borrada este año durante la feria Documenta de Kassel sin conseguir restablecerla a pesar de los reclamos gestionados por sus integrantes, quienes tuvieron que crear una nueva cuenta -perdiendo todo el histórico de sus proyectos y publicaciones-, para poder socializar su proyecto en marcha, Rancho Cuis, compuesto de un hábitat realizado con banderines y leyendas, pero sin desnudos.
En un artículo publicado recientemente en The Art Newspaper, Shapiro señala la contradicción de Instagram que reduce el espacio del arte contemporáneo al censurar «temas de representación, identidad, discapacidad, aborto y sexualidad, todos ellos derechos amenazados y debatidos y, por lo tanto, terreno fértil para los artistas», tal como expresa.
¿Podría plantearse que se trata de un «arte incómodo» para la plataforma que se promociona como espacio de libertad pero que luego censura? «Los artistas que empujan los límites siempre se han enfrentado a obstáculos, por lo que, en cierto sentido, la censura del arte en redes sociales es parte de un proceso natural. La historia del arte siempre ha sido entendida y creada desde un punto de vista patriarcal, discriminador y con sesgo racista», contextualiza Shapiro y agrega que «cuando se crearon las plataformas de redes sociales, se continuó con esta visión por defecto sin incluir a los artistas, perpetuando un sistema dañino y anticuado».
«Las circunstancias en torno al arte, los cuerpos, y la expresión censurada en las redes sociales resultan en un bloqueo mayor de la libertad de expresión. Instagram ha censurado al cuerpo en el arte desde el principio. Su renuencia a modificar las directrices y a promover un espacio creativo ha sido por mucho tiempo producto de la pereza e ignorancia, y han restringido a muchos artistas y muchas formas de arte sobre una base subjetiva y sesgada», explica la ensayista.
«El mayor problema que enfrentamos hoy es que su pereza se ha visto agravada por nuevas leyes que las alientan a apuntar sobre los artistas, particularmente a aquellos que usan el cuerpo en su trabajo -indica Shapiro-. Estas leyes están destinadas a proteger a los usuarios de materiales ilegales, pero debido a que empresas como Instagram nunca construyeron su (sistema de) moderación y algoritmo para entender los matices del arte, se ha vuelto más fácil erradicar todas las imágenes -incluyendo el arte- que encuentran ofensivo».
La artista participa en la actualidad de la iniciativa «Exposure Therapy», que inició después de una experiencia personal donde fue víctima de estas políticas de las redes. «Comencé después de experimentar la censura en la vida real por la presencia de mis pezones expuestos en mi trabajo. Creía que el motivo era absurdo, y por eso quería poner mis pezones en todas partes para demostrar que ellos en sí mismos no son sexuales ni provocativos. El proyecto creció y ahora incluye los pezones de participantes de 40 países», señala.
«Como artista, inicialmente, estaba decepcionada y sorprendida por la censura de mi trabajo, lo cual me llevó a mi activismo y la escritura: quería entender por qué sucedía esto y encontrar una comunidad entre otros que estaban sufriendo lo mismo», dice Shapiro, para quien «los artistas dependemos de las redes sociales, no es algo de lo que podamos alejarnos fácilmente». Y argumenta: «Muchos creadores se ganan la vida a través de las redes que han hecho posible que florezcan oportunidades desde todos los rincones del mundo», dice.
Shapiro cuenta que desde Don’t Delete Art publican boletines, difunden casos de censura y planean lanzar una gran campaña en marzo de 2023 para «educar a los artistas qué están sufriendo la censura y mostrarles que no están solos», porque «sólo cuando otros empiezan a gritar contigo las hipocresías, como la censura de los pezones y del arte, estas se vuelven demasiado evidentes».
«En la actualidad, plataformas como Instagram continúan permitiendo imágenes sexualizadas de los cuerpos femeninos en publicaciones y anuncios, siempre y cuando sigan las reglas, pero las artistas que buscan recuperar el cuerpo femenino con sus obras son censuradas o prohibidas -apunta-. Estos artistas perciben que cualquier imagen que se aleja de nuestra imagen ´aceptada´ del cuerpo femenino es marcada como ´indecente´ u ´ofensiva´, y pasa lo mismo con artistas discapacitados y de la comunidad LGBTQ».
«Si los artistas son incapaces de compartir sus obras desafiando al estatus quo, este nunca cambiará», señala Shapiro. Y concluye: «Hay una razón partidaria de los gobiernos por la cual siempre tratan de silenciar artistas para cumplir con las creencias autoritarias: el arte es poderoso e importante. No podemos olvidarnos de esto, y no podemos dejar que las compañías de redes sociales o regímenes autoritarios nos convenzan que no vale la pena luchar por nuestra libertad de expresión».
¿Los contenidos de una red social pueden ser globalizados?
¿Los contenidos de una red social pueden realmente coexistir «globalizados» en una plataforma social en línea que busca establecer un equilibrio cambiante en el devenir entre la libertad de expresión y la seguridad de las personas en el marco de legislaciones particulares? Se trata de una pregunta sin respuesta aún, impulsada desde la contradicción intrínseca que lleva a prohibir determinadas manifestaciones artísticas contemporáneas y no otras, más allá de las buenas intenciones.
¿Cómo se aborda desde la plataforma la posible «colisión» de concepciones de mundo según países y culturas para garantizar ese «lugar auténtico y seguro para la inspiración y la expresión»?
«Queremos que Instagram sea un lugar donde las personas puedan expresarse, pero también tenemos la responsabilidad de mantener a las personas seguras. Tratamos de redactar políticas que equilibren adecuadamente la libertad de expresión y la seguridad, pero hacerlo para una comunidad de 2 mil millones de personas de todos los rincones del mundo siempre será un desafío», informan los representantes de la red social en Argentina.
«Es por eso que constantemente reevaluamos nuestras políticas y trabajamos con expertos para asegurarnos de que estamos en el lugar correcto. Contamos con tecnología y también con nuestra comunidad para denunciar cualquier contenido que crean que infringe nuestras normas comunitarias para que podamos revisar y actuar de acuerdo con nuestras políticas».
«Las personas tienen la capacidad de apelar el contenido que se ha eliminado. Si su foto, video o publicación se eliminó por violar nuestras políticas, se le dará la opción de ´Solicitar revisión´ la próxima vez que abra la aplicación. Si nos hemos equivocado, se restaurará el contenido y lo notificaremos a la persona que solicitó la apelación», explican. Además ofrecen «la oportunidad de apelar la eliminación de una cuenta».
Sin embargo, queda en suspenso la consulta sobre los criterios utilizados por Instagram para evaluar el incumplimiento de los «Lineamientos de la comunidad y Términos de uso», ante el fatídico mensaje «de violación de las reglas de la comunidad» y la imposibilidad de acceder a la cuenta.
¿Por qué se censura, cancela, prohíbe? ¿Por denuncias de usuarios, por los famosos algoritmos compuestos por líneas de código con instrucciones escritas por programadores humanos?
¿Los contenidos de una red social pueden ser «globalizados» para una plataforma que busca un equilibrio entre libertad de expresión y la seguridad de las personas? La artista y periodista Emma Shapiro señala que existen varias ideas sobre cómo podrían lograr abordar las plataformas los diferentes modos de concebir el mundo desde lo político, religioso, cultural en general para garantizar un espacio virtual que no restrinja libertades.
«Las plataformas como Instagram apuntan a su comunidad ´global´ como su razón fundamental para censurar y acallar artistas, aunque en realidad, a menudo se esconden detrás de esa razón, entonces una manera de cambiar esto sería que los usuarios tengan más control sobre lo que ven, para que las imágenes que los ofenda no acaben en su ´feed´», plantea.
«A pesar de todo, ya influenciamos nuestros algoritmos hasta cierto punto, y darle a los usuarios más control los ayudaría. Muchos artistas y expertos opinan que no hay razón técnica ni lógica por las cuales compañías como Meta no sean capaces de crear mejores algoritmos para permitir más control de los usuarios y la libertad de expresión. No tiene sentido que pretendan no poder, por ejemplo, diferenciar entre arte y pornografía, pero pueden, de alguna manera, diferenciar entre un pezón masculino y uno femenino. Es bastante absurdo», explica.
«Suzanna Nossel, CEO de PEN America, propone un enfoque enmarcado en los derechos humanos internacionales. En este caso, las redes sociales se centrarían en los derechos humanos y la libertad de expresión legal, y los países que no estén de acuerdo podrán optar por no utilizar una plataforma. Esto ya sucedió en China o Rusia donde Instagram está prohibido (calificada por el segundo país como organización extremista). Si bien esta situación seguramente señalaría espacios problemáticos para la libertad en esos países, al mismo tiempo significaría que las empresas de redes sociales no estarían presionadas para cumplir con creencias autoritarias y partidarias», opina.
Ante el cuadro de Gustave Courbet «El origen del mundo» (1866) que fue un escándalo en su época ¿cómo se salva la distancia entre esa línea delgada entre arte y pornografía de acuerdo a la legislación? «En Estados Unidos, con respecto a la pornografía, un famoso juez de la Corte Suprema (Potter Stewart en 1964) dijo ´lo sé cuando lo veo´. Si bien puede haber ciertas determinaciones sobre si algo es pornografía o no (quién lo hizo, por qué y para quién), objetivamente, la frase es una afirmación subjetiva pero precisa. Para muchos, la pornografía se encuentra en el ojo del espectador. Entonces, ¿qué hacemos? La mejor manera de tratar con ello es que se tenga agencia para determinar lo que se quiere ver o no, y que el contenido en las redes tenga las etiquetas apropiadas», dice Shapiro.
Y agrega: «La obra de Courbet es un ejemplo interesante de cómo una obra históricamente provocadora confrontó a muchos sobre la misma cuestión antes de la existencia de las redes sociales. Pero incluso en su época, los espectadores elegían ir a ver la obra», concluye.