Fuente: Clarín ~ El poeta y pintor, que exhibe en el Moderno porteño, comparte la continuidad de su relato visual. Mientras, pinta varias telas a la vez.
«El barrio de Once es el más apasionante de Buenos Aires y tal vez sea una guachada de mi parte decir que es el más sexual de Sudamérica. Mayormente habitado por buscavidas, porteños vagos, minitas en edad escolar que no van al colegio, inmigrantes desesperados por conseguir cualquier changuita.” Esto escribió Cucurto en 1999, una antología de su poesía publicada en Eloísa Cartonera (la editorial que gestó en la crisis de 2001 reutilizando cartón y materiales poco convencionales y que convirtió en talleres internacionales). 1999 alude a esa época convulsa, antesala de la Gran Crisis, y al momento cuando obtuvo especial fulgor su poemario bisagra, La máquina de hacer paraguayitos. Para este minotauro morochón y deslenguado, si antes Once fue su barrio de andanzas y pasiones, ahora es una nueva geografía en su pintura. Cucurto ha transicionado a artista plástico.
En el Moderno, qué menos, se exhibe Todo es ficción hasta el 28 de febrero. Esta exposición reúne una selección de obras que Cucurto creó en poco más de dos años, cuando decidió prolongar en la pintura el mundo ficcional que construyó como escritor. “Sus pinturas, así como sus narraciones, nacen de una mezcla desprejuiciada de vida callejera, prensa y música, el arte popular de los países americanos y su inmigración”, señala Victoria Noorthoorn, directora del MAMBA y curadora de la muestra, en colaboración con Álvaro Rufiner.
“Bueno, no sé si soy artista plástico. Yo pinto. ¿Vos lo decís por la muestra en el Moderno?”, se sorprende Cucurto. “Es interesante que los museos se abran a distintas narrativas y quizás por eso yo puedo exponer ahí”. Luego contemporiza: “Pero si hablamos de pintar como un trabajo, sí, es un trabajo. Me encanta hacerlo. Pero tengo que poner el cuerpo cada día ocho horas… Es la única forma de que no se me escape lo que quiero decir”, agrega.
Cuadros inspirados en Lezama Lima y Luis Guillén, surgidos en su taller.
Mientras conversa, traza líneas gruesas de acrílico negro en una de las telas que tiene frente a él. Va hasta el caballete contiguo, donde hay frascos de pintura, y elige otro color. Lo pone en otra tela. Lleva un guardapolvo azul marino, como si se tratara de un verdadero operario fabril. La escena se despliega en un enorme atelier de Once, alguna vez una fábrica de tanques de oxígeno.
Aún no pica demasiado el sol en la calle Boulogne sur Mer. Detrás de una fachada antigua cubierta de pintadas y esténciles, se encuentra una auténtica usina creativa utilizada por artistas en residencia. Al taller de este pintor (que en verdad se llama Santiago Vega, nacido en Quilmes en 1971), se llega subiendo unas escaleras que dejan ver habitaciones aún desiertas. Es un espacio blanco, enorme, gestionado por Alberto Sendrós, quien en 2020 inauguró la galería que lleva su apellido con la muestra Chorreos e improvisaciones. Fue la primera vez que Cucurto mostró sus pinturas, que despertaron suficiente interés como para que el Moderno ahora le dedique una muestra de dos plantas.
Aquí Vega puede cumplir el sueño de trabajar en varias telas de gran formato a la vez. Como si se tratara de viñetas de una historieta, una suerte de diálogo fragmentado con una narración mayor que Vega lleva en la cabeza. “Me gustan las historietas pero para hacer arte ya estaba gente como mi amiga Fernanda Laguna. Eso es lo que yo pensaba porque quería ser escritor”, recuerda. Y evoca sus días como repositor de supermercado, en los años 90. De a ratos se refugiaba en algún McDonald´s y escribía a mano. De allí surgieron varios libros de poesía y narrativa que él fue publicando desde entonces. Mientras tanto, ya pegaba en sus cuadernos recortes de diarios o fotos de revistas. Los intervenía con birome, creaba diálogos estrambóticos y escenas raras, barrocas y barrosas.
El pasaje a la pintura, entonces, fue natural. O en todo caso, parte de una misma búsqueda creativa. Así lo atestiguan las pinturas del Moderno, collages gigantes donde conviven personajes anónimos con otros literarios, salidos de los textos de Reinaldo Arenas o Nicolás Guillén. También hay alusiones a la negritud norteamericana, con retratos del novelista y activista James Baldwin e incluso George Floyd, cuyo asesinato a manos de la policía en 2020 reavivó el movimiento Black Lives Matters.
Acrílicos de colores saturados, uno de los rasgos de estilo de estas obras.
“No me interesa tanto Estados Unidos sino Franz Fannon y su mirada del colonialismo. O José Cemí y Foción, esos personajes de José Lezama Lima en su novela Paradiso y esos viajes de La Habana a Nueva York. Porque lo que yo hago es contar la historia de los personajes. Lo hago con la escritura y también, con la pintura”, cuenta Santiago. Y agrega, lanzando una risotada: “Y no aprendí en ningún lugar a escribir o a pintar. Quizás por eso, siempre me salen personajes un poco deformes”.
¿Cómo llega un escritor que habló de prostitutas o morochas que mueven el trasero al compás de la cumbia (alguna vez, hubo lectoras que se quejaron de sus contratapas en el diario Crítica) a pintar un retrato de la feminista Angela Davis? “Aunque sean norteamericanos o norteamericanas, vienen de los bordes. Yo me siento cómodo ahí. Lo mío no es la política ni la corrección política pero sé que los tiempos cambiaron. Igual, si quiero pintar chicas en tetas, lo hago. Y si quiero pintar a Angela Davis, la pinto”, responde.
Se ha dicho que en sus trabajos hay rastros de Jean Michel Basquiat. O de Oswaldo Guayasamín. Pero Cururto es, por ahora, un escritor que pinta con todo el desprejuicio y la intensidad de quien nunca pidió permiso. Siguiendo la lógica de Fannon, se trata de cuestionar la pertenencia de clase de un territorio (el artístico, en este caso) para resignificarlo y hacerlo propio.
“Si la historia y la cultura tienen sus relatos oficiales y sus cánones, la obra de Cucurto los mezcla, recombina y subvierte en un reordenamiento desprejuiciado que pone en primer plano sus orígenes más silenciados, los profundamente populares, los de pieles más oscuras”, señala la curadora Northoorn. Desde las paredes del Moderno, los morochos pintados por Cucurto muestran sus dientes blanquísimos como forma de risa o de burla. O quizás, de advertencia.
“Todo es ficción”. Pinturas de Washington Cucurto.
Lugar: Museo de Arte Moderno, San Juan 350.
Horario: De lunes a domingos, de 11 a 19.
Entrada: con reserva previa.