Fuente: La Nación ~ Su caso es único. No existe otro igual en la historia del arte argentino. A pesar de haberse formado con grandes maestros, como Vicente Puig, Kenneth Kemble y Juan Batlle Planas, y haber pintado toda su vida, Ides Kihlen mantuvo su obra en silencio hasta el año 2000, cuando tuvo su primera muestra, con 83 años. “No se me ocurría exponer. Pintaba y los cuadros quedaban en casa, guardados en los placares”, dijo una vez esta mujer excepcional, que llegó al mundo el 10 de julio de 1917, en Santa Fe, cuando Europa estaba en el clímax de su primera Gran Guerra.
Hija de un exitoso empresario sueco que se instaló con una fábrica de tanino a orillas del río Paraná a principios del siglo XX, Ides mostró interés por el arte y la música con tan sólo 4 años. “En mi casa de soltera tenía un piano y mis pinturas en el altillo. Ahí me había hecho un lugar para estar sola. Me traían la comida en una bandeja. El arte siempre fue una gran compañía”, recordó en alguna otra entrevista la artista plástica, que se formó como pintora en la Escuela Nacional de Artes Decorativas de Buenos Aires y como pianista en el Conservatorio Nacional de Música.
En la época de su juventud, no estaba bien visto que las mujeres tuvieran otros intereses más allá del hogar, pero tanto nuestra entrevistada como su hermana menor, Esther, completaron los estudios universitarios alentadas por su padre, un ingeniero que las llevó de Santa Fe al Chaco y de ahí a Corrientes, y su madre, una ama de casa de origen suizo. “Mis padres eran de avanzada. Tenían una mentalidad abierta y querían que mi hermana y yo tuviéramos carreras con títulos nacionales”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina Ides, que hace un mes cumplió los 104.
–¿Qué es lo mejor de tener su edad?
–Aprender todos los días.
–¿Y lo peor?
–Que muchas personas a las que quise ya no están. Poder hablar con una persona viéndola en la pantalla es una maravilla, pero el mundo ha cambiado tanto que ya no lo conozco.
–¿Cómo es haber sido testigo de un siglo de historia?
–Es impresionante, pero lo que más me alegra es haber vivido para ver a las mujeres tomar un rol protagónico, ver cómo ahora tienen las mismas oportunidades que los hombres. Yo tuve la suerte de poder hacer mi carrera, pero no era fácil para las mujeres en ese entonces.
–Claro, porque cuando usted se formó, el arte, la música y todos los campos del saber estaban dominados por los hombres.
–Me tocaron excelentes compañeros, como Antonio de Raco (un prestigioso pianista que murió en 2010) y muchos otros. Nunca me sentí incómoda. Por suerte, pude hacer lo que quise, en mi familia había espacio para eso. Y siempre pinté para mí hasta que, a los 80 y pico, un galerista vio mis obras por casualidad y me convenció de exponerlas por primera vez. Cuando uno trabaja con amor, las cosas lindas siempre llegan.
UN “BOOM” DEMORADO
En su primera muestra, una retrospectiva que se organizó contrarreloj para ArteBA, Ides vendió todo. Tenía dos cosas a su favor: un cuerpo de obra sólido, nunca antes visto, y una historia increíble por detrás. Nadie entendía, en esa edición de la feria en la que se dio a conocer, cómo era posible que una mujer con ese nivel de talento no hubiera querido mostrar ni una sola pintura en tantos años. “Nunca me interesó figurar. Me gusta trabajar sola, encerrarme y pintar”, sentenció años después, cuando ya era dueña de un nombre en el circuito local del arte.
“Es una artista muy particular, que atravesó el siglo XX. Su obra se caracteriza por las composiciones geométricas y el uso del collage. Tiene mucha relación con la música: en sus pinturas hay sinestesias, los colores representan sonidos y las composiciones son rítmicas”, explicó en su momento la curadora Laura Hakel, a cargo de una de las varias exposiciones con las que se celebraron los cien años de la artista en Buenos Aires.
–¿Qué está pintando ahora?
–Para mí pintar es una alegría. Lo hago todos los días. En los últimos tiempos hacía cuadros grandes, ahora estoy haciendo varios cuadros juntos, me gusta mucho pintar de a pares.
–¿Cómo es un día típico?
–Todos mis días comienzan temprano en el taller. Por la mañana me dedico a mi arte y después del almuerzo toco el piano. Me gustan Scriabin, Liszt, Chopin, Debussy, Bach y muchos otros.
–¿Qué le permite el arte?
–Me protege. Es mi mundo, me permite jugar, me mantiene viva, le da sentido a mi vida.
CREAR EN PANDEMIA
Instalada desde hace más de sesenta años en el mismo departamento de la avenida Alvear, Ides atravesó el confinamiento acompañada por sus hijas, Ingrid y Silvia, y sus perros: Xul, un Yorkshire Terrier que le debe su nombre al pintor argentino Xul Solar, y Bebé, un Shih Tzu.
–¿Cómo vive el encierro?
–Mi rutina no cambió mucho. En ese sentido, no me afectó tanto la pandemia. Lo que sí me impactó fue ver la tristeza de lo que sucede, la cantidad de vidas perdidas. Eso sí tuvo un impacto en mi obra.
–¿Extraña salir?
–Me gustaría salir a pasear con mis perros como hacía antes, pero mientras pueda seguir pintando y tocando el piano, soy feliz. A mis perros además les encanta mi música.
–¿Vivió alguna otra crisis sanitaria como la que causó el Covid-19?
–Ha habido muchas pestes, pero no recuerdo ninguna tan tremenda como esta. Cuando yo era chica había tifus en el Chaco. Mi padre paró la fábrica y se puso a producir hielo para que se curara la gente que vivía en el Impenetrable.
–¿Recibió la vacuna?
–Todavía no. Como nunca en la vida tomé remedios, mis hijas tenían miedo de que me diera alguna reacción adversa. Consultaron con varios médicos y todos dijeron que debía dármela igual. Creo que vacunarse es una responsabilidad con la sociedad.
–La pandemia nos enfrentó con la muerte. ¿Piensa en el final?
–No. Mi cabeza está siempre ocupada pensando nuevas ideas, nuevas obras. No hay que preocuparse por lo que aún no sucedió.
–¿Cómo le gustaría que la recordaran?
–A través de mis cuadros y de mi música, porque le dediqué toda mi vida al arte. Que la gente disfrute de mis obras es una de mis mayores satisfacciones.
–Cuando piensa en el pasado, ¿qué extraña?
–A la gente que quise y que ya no está. El mundo era más tranquilo antes, no había tanta pobreza y miseria.
UNA MUJER AFORTUNADA
Su matrimonio con Luis González Monteagudo, su primer y único marido, fue un paréntesis que duró diecisiete años y le dio dos hijas. De aquellos años, Ides recuerda el aburrimiento y lo incompatible que era la vida de casada con sus dos pasiones.
“Siempre fui muy independiente”, dice sin tapujos. Claro que tener un padre rico y muy generoso ayudó a que la artista pudiera seguir dedicándose a lo suyo, sin la presión de tener que salir a trabajar para mantenerse.
–¿Qué hay de la maternidad? ¿La disfrutó?
–Me hizo muy feliz. Tengo dos hijas y una nieta (se llama Marcela y vive en Estados Unidos) maravillosas.
–Cuando repasa su vida, ¿cuáles son sus recuerdos más preciados?
–Los momentos que pasé con mi familia y con mis queridos maestros de pintura, Puig, Kemble y Batlle Planas, y con De Raco, mi gran amigo del Conservatorio.
–Cuando se va a dormir, ¿por qué agradece?
–Tuve la enorme suerte de encontrar mi vocación de muy joven y poder dedicarle la vida. Tengo una familia que me acompaña, me apoya, y hoy me ayuda a difundir mi obra.
–¿Tiene cuentas pendientes?
–No siento que me haya faltado nada. Me siento muy afortunada, no podría pedirle más a la vida.
–¿Hasta cuándo planea seguir?
–Hasta los 200 tal vez… [Sonríe].