Fuente: Clarín – Soñar el agua, la gran muestra de esta artista chilena subestimada por décadas y hoy reivindicada en todo el mundo, recoge su paso por la pintura y el collage, la poesía y el arte textil.
El caudaloso chaparrón que azotaba a Buenos Aires ese mediodía era digno de una ofrenda a los dioses. Del otro lado de los muros del Malba, gracias al cielo, estaba Cecilia Vicuña elevando un enorme quipu –de su serie de esculturas textiles que reinventan el sistema de inscripción andino de cuerdas anudadas– con una grúa y una corte de montajistas del museo. Allí, la artista, poeta y activista chilena inaugura este jueves 7 de diciembre Soñar el agua, una retrospectiva del futuro, una exposición con más de 200 obras de su nutrida carrera que, sin embargo, pasó casi inadvertida por años. En 2022 recibió el León de Oro de la Bienal de Venecia, un premio a la trayectoria que reconoce la inventiva y el compromiso de esta mujer menuda que persistió pese a la indiferencia.
Aunque tenía 18 años cuando publicó sus primeros poemas y 23 cuando realizó sus primeras exposiciones en museos, Vicuña creyó que el reconocimiento quizás sería póstumo, y eso ya la hacía feliz. Pero se adelantó y ahora la tiene como protagonista de una gira que inició el año pasado en Chile, donde el Museo de Bellas Artes de Santiago inauguró la primera gran retrospectiva de su obra y donde le concedieron el Premio Nacional de Artes Visuales. Tras su paso por el Malba, irá a la Pinacoteca de San Pablo, sumando millas en un raid estelar que incluyó el Turbine Hall de la Tate Modern de Londres y el Guggenheim de Nueva York.
El encanto de Vicuña se construye en un caleidoscopio de prácticas que van desde llenar de hojas una sala de museo a construir mini esculturas efímeras en la playa, de pintar con ternura personajes de la izquierda latinoamericana a escribir versos que fueron estandarte en las protestas feministas del 2019. De la imaginería y las cosmovisiones indígenas al erotismo.
“Janis Joe” (1971). Óleo sobre tela, 150 x 150 cm. Pertenece a la colección de Eduardo Costantini.
“En su trabajo converge la belleza y el compromiso político de una manera absolutamente fascinante y poco convencional, en una colisión que saca chispas”, define el curador Miguel A. López. Él se acercó al trabajo de Vicuña hace una década, un poco sorprendido de las pocas fuentes y huellas de su trabajo en Latinoamérica. El exilio, primero en Londres y luego en Colombia, tras el golpe de 1973, quizás puedan explicar que se haya desvanecido en estas tierras; del mismo modo que el surgimiento del ecofeminismo, que la encuentra como precursora, sea seña del boom.
La noche anterior a la lluvia, en la terraza del Malba, Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 1948) compartió rodeada de zorzales y mariposas una velada de poesía con los locales Liliana Ponce y Arturo Carrera. “Fue un hermoso encuentro con mis antiguos amigos poetas de la época que viví en Buenos Aires, ya hace 20 años, cuando tuve una relación muy rica con esa comunidad”, cuenta Vicuña en diálogo con Ñ, en un alto del minucioso montaje. Así continuó la conversación.
–¿La poesía fue la manera en que te vinculaste con el arte?
–Siempre fui poeta y artista indistintamente, desde niña, es una tradición muy fuerte en Latinoamérica. En Argentina hay grandes escritores y artistas como Xul Solar, León Ferrari, Mirtha Dermisache y otros tan fantásticos. Eso es lo que nos hace diferentes de otras tradiciones.
–Especialmente el tuyo es un país de poetas, ¿cómo es tu relación con la poesía chilena?
–Crecí leyendo poesía universal y chilena. Mi poesía no sería lo que es si no fuera por Vicente Huidobro y Nicanor Parra, los poetas chilenos que leía más intensamente en mi juventud. Pero mi poesía fue censurada y marginada en Chile en los últimos 50 años. La semana pasada, por ejemplo, se publicó un libro que escribí en los 60. Inédito hasta ahora. Le ha costado mucho a nuestra sociedad aceptar a sus mujeres creadoras.La muerte de Allende, 1973. Oleo sobre lienzo.
–¿Y por qué crees que te censuraron?
–Porque yo era todo lo malo. Era una mestiza que admitía su indigenidad desde niña. Era feminista y no reprimida, que hablaba de su cuerpo y del sexo con absoluta desnudez, en los 60. Eso no era lo normal en la sociedad latinoamericana, menos en Chile. Y además apasionada por la justicia, de la Revolución… No había botón que yo no tocara para el odio y el desprecio.
–¿Y eso te dolía?
–Bueno, seguramente me dolía pero me daba fuerza. Porque sabía que si eso era rechazado era porque tenía un sentido más profundo. Y que si era verdadero, yo pensaba que iba a surgir pero después de que me muriera. Y eso me dejaba feliz.
–Pero surgió antes, ahora estás viviendo un reconocimiento internacional.
–Para mí fue una sorpresa absoluta. Inexplicable además.
–En 2022 recibiste el Premio Nacional y el de Venecia, además de esta muestra… ¿cómo se siente?
–Como un milagro creado por las mujeres chilenas. Porque en el jurado del Precio Nacional esta vez creo que había paridad. Eso es muy raro en Chile. Y las mujeres de entre 30 y 40 años comenzaron a valorar mi arte pero no se notaba porque también las historiadoras y teóricas fueron sepultadas. Para mí, que alguna mujer joven encontrara sentido a mi trabajo es hermoso.Cecilia Vicuña posa con el León de Oro en Venecia. Detrás, la curadora Cecilia Alemani. Foto: Archivo Clarín.
–Algo que también sucedió en las protestas…
–Claro. Tú sabes que el gran estallido social de 2019 en Chile comenzó como una revuelta feminista en el sur y ahí fue donde tuve el primer indicio de que algo distinto había pasado, cuando vi una foto de unas jóvenes feministas en Temuco blandiendo como estandarte unos poemas míos. Lo vi en Instagram. Otro de mis poemas, en el que yo digo “Tu rabia es tu oro” lo vi convertido en gorritas, en bolsitas del pan y en camisetas. Y una chica se hizo un traje de ángel que llevaba en entre sus alas el cartel “Tu rabia es tu oro”. Hubo otros además.
–¿Lo sentís como una reivindicación de tu trabajo? ¿O creés que es una oportunidad para expandir el mensaje?
–Me hace sentir que lo que yo amo en el lenguaje es la diferencia entre verdad y mentira. Yo digo que la verdad es dad ver y que la mentira es hacer tira la mente. Por ejemplo, acá en Buenos Aires salió la primera edición de mis Palabrarmas, las palabras como única arma permitida. Las creé en el año 74, pero el primer libro salió aquí en el 84. Y para esta muestra las Palabrarmas van a salir a las calles de Buenos Aires por primera vez como afiches. Lo hace una joven artista chilena, llamada Mercuria.
–El reconocimiento trasciende Chile, en grandes muestras en museos y premios. ¿Por qué creés que tu obra de pronto es considerada?
-Es imponderable. Podemos aventurar teorías, pero yo creo que es una rebelión feminista de otro orden, en que la rebelión ya no es solamente por los derechos de las mujeres sino por los derechos totales. De una civilización que ha ido por el peor camino, el de la destrucción de la vida. En mi arte y en mi poesía, siempre ha habido esa sujeción de que la liberación del ser, de la mujer y de todos los seres es también la liberación de las aguas y la tierra, de las plantas y de las culturas indígenas. Todas esas liberaciones son una; imagino que eso resuena.Cecilia Vicuña y Julio Cortázar en Santiago, 1970. Foto: Hans Hermann Ewart
La historia del gozo
–Dejaste Chile en 1972 para estudiar y llegó Pinochet. ¿Cómo se sentía ser una exiliada?
–Bueno, te puedo decir la razón por la que fui a Londres. Julio Cortázar escribió un cuento que se transformó en una película de Antonioni, Blow Up. Como joven ví esa película y me dije “tengo que ir ahí”. Por la forma en que Antonioni mostraba Londres, la luz del frío. Pero al minuto que llegué, cuando todavía estaba viva la Unidad Popular, me di cuenta de que “la papa”, estaba en Chile. Londres era el pasado, no tenía la energía que yo me había imaginado. Pero cuando me volvía, ¡Paff!, vino el golpe. En ese momento escribí un texto que dice “el golpe vino a robarme lo que era mi mundo”. Y eso fue el santo de lo que pasó. Se esfumó Chile y toda esa cultura que dio lugar a la Unión Popular: la cultura de la solidaridad y del derecho. Era un pueblo empoderado y era la cosa más hermosa del mundo. Participé de eso y ser un exiliado fue convertirme en huérfana de abrazos.
–¿Qué cambió en tu obra?
–Ahí se empezó a notar más, porque cuando yo me vi extirpar el derecho de participar de la historia social chilena, tuve que participar en la perspectiva que existía en Europa sobre qué éramos y qué había sido la revolución chilena. Eso me dio muchos motivos para crear un lenguaje que comunicara esas realidades tan complejas y llenas de vida. Y llenas de misterio a la vez, posible en el Chile antes del golpe.
–¿Qué obras podemos ver en la muestra de esa época?
–Hay varias. Por ejemplo, “Janis Jo” (1971), que es Janis Joplin y Joe Cocker, pero entreverados con Ángela Davis y el feminismo chileno, Tribu No, nuestro grupo de artistas), con la Liberación Homosexual, todo junto. Es el sentido de una revolución del ser. Un sentido ontológico; no era una revolución política como dice la derecha. Era mucho más que eso. Y eso está en la pintura, en el poema, y por eso ha sido censurado hasta hoy. Sé que para el Bellas Artes de Santiago y mucha gente fue una sorpresa ver las salas atestadas de gente joven, porque esa juventud se siente robada de la historia. La historia del gozo que era participar, porque eso nunca volvió a existir.Llaverito, 1979. Óleo sobre tela
–Otro elemento vital de tu identidad son las culturas originarias. ¿Hay un vínculo sanguíneo? Contanos tu encuentro con estos saberes.
–Bueno, te puedo decir dos cosas. Crecí en una familia con una gran biblioteca. Y en un libro de mi papá encontré una foto de una niña selk’nam, y vi que era igual a mí, entonces yo era una de ellos. Eso nadie me lo enseñó. Y por otra parte, a los 9 años en las películas de cowboys mi identificación fue estética y ética, en el sentido de esos que eran perseguidos. Yo nunca fui apreciada en Chile porque soy oscurita. Y ya de vieja me hice al ADN. Fue un regalo cuando descubrí que mi línea materna era indígena. Eso mi mami nunca lo supo, y mi abuela y mi bisabuela tampoco. Porque fueron parte de un grupo de mujeres indígenas, que debe haber sido bastante grande, que han sido violadas y adoptadas como compañeras. Ese linaje de mestizaje en Chile forma el 99 % de la población.
–Pero incluso antes del ADN habías decidido vincularte con comunidades en Colombia.
–Eso me vino por la poesía y el arte. Cuando era adolescente tenía una tía, una gran escultora que se llamaba Rosa Vicuña, que tenía libros de arte precolombino con los que tuve una fascinación absoluta. Tenía fotos de los Beatles y de cacharritos de Paracas y Nazca, en Perú. Ahora que se publica poesía mía de los años 60 está llena de referencias precolombinas. Y en esta muestra se está mostrando por primera vez mi pintura abstracta; en los últimos años incorporo la abstracción dentro de la figuración, algo muy precolombino.Montaje del Quipu menstrual en el Malba. Foto: gentileza Malba.
–Se habla de la protoabstracción.
–La cultura hizo arte por miles de años antes de ser figurativa. Ahora se han encontrado obras abstractas que tienen más de 70 mil años. Eso es totalmente nuevo, cambia la historia. Y no es protoabstracción, es abstracción.
Quipus y la virtualidad AC
–Aquí desde el techo desciende un enorme quipu. ¿Cuándo fue la primera vez que viste uno?
–Yo no vi un quipu verdadero hasta ser una mujer vieja. En Chile, mientras yo crecí y hasta que me fui, nunca se había expuesto uno en un museo. La única forma en que yo puedo haber visto uno era en un libro de mi tía Rosa Vicuña. Los quipus empiezan a aparecer en mi obra en los 60 y 70, primero como poema y luego como dibujo. En el poema hablo de mis piernas como las cuerdas de un quipu. El primer quipu escultura lo hice en el año 74, en Londres. Hay una foto de ese quipu, digamos que se parece, no es igual, porque uno no puede copiar ni mimetizar el trabajo con otras cosas; transformarlo sí.
–El quipu también fue un objeto funcional en la vida cotidiana. ¿Qué toma de eso tu obra?
–Considerar el quipu un objeto es una idea occidental. Porque el quipu es como un concepto físico, metafísico, material, económico, místico, todo eso en uno. Eso es lo característico del arte indígena. Empecé a hacer un quipu metafísico 30 años antes de saber que los incas tenían un quipu virtual. Era un quipu mental, en el que veían el centro de su cultura –que es Cusco– conectado con 41 puntos a miles de kilómetros que, a su vez, conectaban con el cosmos. En uno de mis poemas de los 70 ya está parte de esa idea. ¿Y cómo se transmite eso? La única explicación es una memoria cultural soterrada, que de algún modo es transmitida en los sueños… No sé, occidente no ha descubierto cómo se transmiten ciertas imágenes que aparecen en múltiples culturas. Y no es a través de contacto o de la colonización.Las artistas Guillermina Baiguera, Laura Morales, Adriana Pavic y Ana Paula Méndez trabajaron en el “Quipu desaparecido”. Foto: gentileza Malba.
–Hoy el mundo del arte muestra interés en las cosmovisiones de los pueblos originarios. El mundo occidental ambiciona conocer, en principio, aunque sabiendo algo de historia no se puede descartar la apropiación.
-Exacto. Hay las dos cosas: apropiación, expropiación y aprendizaje, pero lo más importante es el exterminio. Que estas ideas las pueden valorar unos pocos artistas o un un cierto museo no quita la realidad que es exterminio y extinción. Es robarle las tierras, las aguas, los bosques. Estamos viendo un punto de definición humana. ¿Vamos a hacer nosotros los destructores de la complejidad biocultural de este planeta?
–¿Es a partir de estas ideas y sensaciones que comenzaste a hacer los quipus enormes?
–El primer quipu monumental lo hice en Santiago de Chile en 2000. Nadie se dio cuenta. Se llamaba Semi-yo y estaba dedicado a la desaparición de los desaparecidos y la desaparición de las semillas nativas. Y mi quipu desapareció por completo. Nunca nadie escribió sobre él. La primera vez que el pueblo chileno vio ese quipu fue en la muestra de Bellas Artes, 23 años después.
–¿Y qué hay del Quipu menstrual?
–El Quipu menstrual fue el primer quipu monumental que se notó, porque fue censurado. El Presidente Ricardo Lagos había vendido los glaciares del norte de Chile a una minera canadiense. El día de la elección de Michelle Bachelet en lugar de votar yo subí al glaciar frente a Santiago, y lo presenté en La Moneda donde han abierto un centro cultural. Era monumental pero era rojo y grande, en una muestra colectiva de mujeres artistas que obligaron al curador a censurar mi quipu. Todos los quipus míos, empezando por el Semi-yo, eran quipus en los que tu te metías adentro.
El Quipu desaparecido lo concebí así pero a los dos museos de EEUU en los que se hizo les dio miedo de que la gente lo destruyera, porque está hecho de vellón, un material frágil que se desbarata y cae. Se llama así por los prisioneros desaparecidos y por la desaparición de la tradición textil más compleja del planeta, que es la andina. Que fue destruida por la colonia, aunque persiste sí una forma de tejido complejo en algunas comunidades. Pero la riquísima variedad de tecnologías textiles que ni las computadoras pueden discernir cómo se hicieron.
-¿Esa es la técnica que reproducen aquí?
-La técnica usada para Buenos Aires es una técnica universal de todas las comunidades tejedoras del planeta, que es otro misterio. El arte de tejer se desplazó por todo el planeta, cada vez se descubre que es más antiguo de lo que se creía.
Performance: Quipu de encuentro con el Río de la Plata. El sábado 9, a las 17, desde el hall del museo sale una caminata colectiva que culminará con la ofrenda al río de parte de la lana con que se realizó una obra.
- Soñar el agua – Cecilia Vicuña
- Lugar: Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.
- Horario: jue a lun de 12 a 20, mie de 11 a 20, martes cerrado.
- Fecha: hasta el 26 de febrero.
- Entrada general: $3000.