Fuente: Ámbito – Diálogo con la artista que acaba de inagurar su notable muestra «Explorando lo invisible» en el Museo Sívori. La exposición se compone por más de 15 obras de pequeño y gran formato.
El viernes último se inauguró en el Museo Sívori (Infanta Isabel 555) la exposición “Explorando lo invisible” de la artista Alejandra Stier, con curaduría de Florencia Gallo. En la muestra, que permanecerá abierta hasta el 1 de julio y que puede visitarse entre miércoles y lunes de 11 a 20 (los miércoles con entrada libre y gratuita) se exhiben más de 15 obras de pequeño y gran formato.
Regularmente expone en espacios como Vermeer Art Gallery, Centro Cultural Borges, Espacio Artifact, de Nueva York, Lucid Gallery, de Miami y en el MACA, de Uruguay, entre otros. Sus obras se encuentran en la Princess Maxima Centrum Hospital de Utrecht, Holanda, y en colecciones privadas de Argentina, Uruguay y Estados Unidos.
Periodista: Una de las definiciones del arte tiene que ver con el título de su muestra, explorar lo invisible, volverlo visible.
Alejandra Stier: Sí, más que nada es agradecer, y encontrar en los colores, en las formas, emociones y sentimientos que todos tenemos y que salen a través de las obras. Pintar es como una meditación con uno mismo donde se ejerce la paciencia: a veces me propongo una cosa y sale otra, pero hay que tener la sabiduría para aceptar lo que salió; volver a elegir qué hacer con eso que salió. Es también un proceso de sanación en muchos aspectos, uno va encontrando el recorrido en el proceso de la pintura.
P.: ¿Cómo se produce esa sanación?
A.S.: A veces no tenemos la forma de expresar, verbalmente, algo que nos duele, y la pintura lo puede hacer. La sanación es también explorar lo invisible. Pintar y dibujar sanan el alma, da gratitud, se ejercita el silencio, se contempla. El arte habla de las emociones y hace que el espectador se vea y sienta en espejo. El arte despierta y genera movimiento.
P.: ¿Existe un lugar al que el artista quiera llegar o es la obra misma la que lo determina?
A. S.: Yo necesito plasmar ciertos colores, ciertas emociones, mensajes. En un momento sentí la necesidad de hacer colibríes; durante la pandemia empecé a pintar más las aves, que volaban en bandadas sin ataduras, ni celulares, sin valijas, pero tan organizadas… El ser humano ha de tener también ese sentido, pero cada vez está más sustituido por las computadoras. Por suerte existen redes como los museos, que nos comunican, porque es importante tanto el que pinta como el que mira, el que ve algo que quizá yo no vi. El juntarse, como esas bandadas de pájaros, sin un compromiso, sin una exigencia. Acercarnos más a la naturaleza.
P.: Su arte es esencialmente abstracto, pero cuando hay formas figurativas tienen preminencia las aves.
A.S.: Hace años tengo conexión con las aves; hice las gaviotas, luego la garza, después llegué a los colibríes. Me fui interiorizando con su vida, sus formas. Lo que significaron ancestralmente en la cultura, qué mensaje llevan. Los colibríes tienen bastantes colores, además, y eso me permite jugar con ellos.
P.: ¿Hay etapas definidas en su obra, momentos a los que yo no volvería, o es un continuum permanente?
A.S.: Lo abstracto está siempre. Es el espacio de las emociones, de buscar esas palabras de las que hablábamos antes, que quizá no son las acertadas, pero que a través del color y la forma salen. En cuanto a lo figurativo, representé durante mucho tiempo a la mujer, el ser femenino, el cuerpo humano. En mis principios, como discípula de Kenneth Kemble, pasé de la naturaleza abstracta a trascenderla; después estuve siete años con otro gran maestro, Guillermo Roux, con el que trabajé la figura humana, y empecé con la acuarela. Con Guillermo aprendí a jugar con los colores. En la pandemia, después de su muerte, volví un poco a lo figurativo y regresaron los pájaros a mis pinturas. El me aconsejaba siempre “jugá, jugá. Mirá lo que pasa con el agua, con este pigmento, con esta línea”. Mi muestra, hoy, transmite también ese mensaje: alentar a que se animen a jugar, a participar, a seguir haciendo cosas manuales.
P.: Eso contribuye a una sanación no sólo física sino mental, sobre todo del clima que nos envuelve últimamente.
A. S.: De todo. Es ver la vida con otra mirada. Uno sale a la calle y ve que la gente no está feliz, hay tristeza. La televisión es una caja de resonancia de malas noticias, la guerra de Rusia, la economía. No se percibe la alegría. Por eso me hace tan feliz un museo como el Sívori, donde hay verde, hay agua, hay silencios.
P.: A veces se cree que la imagen de la alegría es la de los restaurantes llenos. Pero si uno observa los rostros de esos comensales, cuando hay algún restaurante lleno, tampoco son felices.
A.S.: Por eso, lo que hace el arte es apartar al espectador, aunque sólo sea por un momento, de esas desdichas.
P.: ¿Qué piensa de la Inteligencia Artificial? Ahora también está pintando cuadros.
A. S.: Me lo pregunto muchas veces. Si eso es así, ¿qué vamos a hacer nosotros? ¿Cuál va a ser nuestra función? Nosotros consentimos que los chicos estén todo el día conectados a sus celulares, a que no perciban la naturaleza, a que se aíslen… así es como los vemos en esos restaurantes: tienen al otro al lado, pero ellos prefieren conectarse con otros, remotos, en las redes sociales.
P.: Para regresar a la exposición, ¿cómo está compuesta?
A.S.: Son unas doce obras, abstractas, y nueve pájaros. Algunas son obras pequeñas y otras de gran formato, entre aproximadamente 2007 y de ahora. Como una retrospectiva, en verdad. Yo aliento a visitarla y también, para quienes no fueron nunca, a descubrir el Sívori, es un lugar de encuentro soñado. También hay talleres que son muy apropiados para los jóvenes, que encontrarían el mejor espacio para reunirse, y con un objetivo definido. Pero hay que despertarlos de alguna forma, reunirlos. El museo es un remanso, un lugar para reunirse en paz y ver y hacer cosas distintas.